Levrero, genio involuntario

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Trilogía involuntaria, Mario Levrero. Debolsillo: España. 2008.

¿Existe un lugar donde una persona puede ser lo que quiera ser sólo con cerrar los ojos? ¿Un lugar que, sin el mayor esfuerzo posible, te permita cambiar personas, ciudades, países o hasta universos? Sé que saben la respuesta ya que es más que obvia. Sí, existe y es muy fácil llegar, sólo se necesita imaginar. Soñar. Claro, hay de sueños a sueños: desde los que quieren ser futbolistas, doctores o superhéroes hasta sueños que simplemente son divertidos sobre algún acontecimiento. Todo mundo lo hace y es evidente que los artistas no son la excepción. Me atrevo a decir que más de uno encuentra a su musa en la almohada. Una prueba de lo que estoy diciendo son los escritores: personas capaces de crear universos enteros y fantásticas criaturas, tal y como lo hicieron Tolkien, Lovecraft o King. Otros, como Mario Puzo u Oscar Wilde, nos presentaron personajes entrañables de la talla de Don Vito Corleone y Dorian Grey. Pero hay quienes van más allá de sólo soñar. Digamos que son capaces de recordar sus sueños y recopilarlos en un orden para hacer toda una antología de ellos.

Tal es el caso de Jorge Mario Varlotta Levrero, mejor conocido como Mario Levrero. Este escritor uruguayo es catalogado como un raro dentro de la literatura latinoamericana un poco gracias a su introvertida forma de ser y otro a su tan singular obra, que abarca no solo literatura sino que se extiende hasta la fotografía, los juegos de ingenio e incluso los crucigramas. Sus primeros tres libros: La ciudad, El lugar y París, son novelas que están tan unidas como separadas. Es decir, a pesar de que el autor escribió cada libro de manera independiente, buscando hacer tres novelas distintas, más tarde encontró varias similitudes que lo llevaron a reconsiderar lo que había escrito y reunirlo en la llamada Trilogía involuntaria. Pero antes de seguir desglosando esta peculiar unión literaria, ¿de qué tratan estas novelas?

La ciudad cuenta la odisea de un personaje que sale de su casa en busca de queroseno para su estufa. En el camino se pierde ya que es nuevo en el vecindario y, sí estar perdido no es suficiente mala suerte, empieza a llover, al grado de que ni con un impermeable puede mantenerse seco. Es así que pide al chofer de un autobús que pasa por ahí, que lo lleve, sólo para tener un refugio contra la lluvia. Cuando amanece, el autobús ha dejado la ciudad y el conductor se detiene en medio de la carretera, obligando a bajar a los dos pasajeros que llevaba: el protagonista de la historia y Ana, una mujer que se encontraba en el autobús la noche anterior. Ella lo lleva al pueblo donde vive: un sitio casi fantasmal debido a la falta de pobladores. Los pocos que quedan se dedican únicamente a sus deberes. Así es el caso de Giménez, el encargado de la estación de servicio. El protagonista de la historia es recibido como huésped en la estación e incluso tiene una propuesta de trabajo para que se quede a servir a la empresa que da empleo a todos los habitantes del pueblo.

París comienza con el personaje principal llegando a la ciudad de la luz después de 300 siglos de ausencia, o al menos eso afirma él en la estación ferroviaria. Sube a un taxi y nota que, en apariencia, la ciudad no ha cambiado en todo ese tiempo. El taxista muere repentinamente, lo que ocasiona que una grúa llegue a remolcar el automóvil. El protagonista se queda dentro del taxi y es trasladado hasta un asilo en el cual es recibido por un cura. Le asignan una habitación y una mujer para que le haga compañía. Estando en la habitación, el personaje principal decide meterse a bañar para esperar a Angelique, la prostituta a quien escogió como mujer. Pero cuando tocan la puerta entra Pedro, un viejo habitante del Asilo, quien le advierte que es imposible salir del lugar debido a los carabineros que vigilan la única puerta de salida. Además, Pedro le ruega al protagonista que lo deje estar en su cuarto, ya que lo están buscando para torturarlo. Angelique aparece y resulta ser amiga de Pedro, por lo que lo deja quedarse refugiado en la habitación. Entretanto empiezan a llegar noticias sobre la guerra y la invasión Nazi en Polonia y la posible intervención en París.

El lugar es una historia en la que el personaje despierta en un lugar oscuro: a tientas localiza una puerta cerrada. Camina al otro extremo de la habitación donde  encuentra una puerta parecida a la anterior, excepto que esta vez consigue abrirla. Se adentra en el nuevo cuarto, que está igual de oscuro que el anterior. Cierra después de entrar y, al girarse, nota que la puerta sólo abre del otro lado, motivándolo a avanzar por el pasillo. La nueva habitación también está oscura y esto se repite hasta que se encuentra con unos habitantes extraños: imposibilitado para comunicarse con ellos debido a la diferencia de idiomas se decide a seguir su camino. Después de una serie de obstáculos llega a un lugar habitado por dos personas más: ellos le cuentan la manera en la que llegaron ahí y cómo otras personas han llegado. Conforman una rutina de vigilancia preventiva y equipos para recolectar provisiones. Debido al suicidio de uno de los habitantes, el protagonista, harto, decide irse en busca de un lugar mejor.

Más allá de los aspectos técnicos que comparten las tres novelas, es decir, un ritmo acelerado, una escritura en primera persona y una facilidad para leerse mas no para comprenderse, también se puede palpar la gran influencia kafkiana que el propio autor reconoce, las tres historias tienen en común muchos detalles con respecto a los personajes. Algunos de ellos mantienen un respeto ciego a las reglas mientras que otros, en especial los protagonistas, muestran un claro desinterés, despreocupación e incluso desesperación en varios puntos de las tramas. Pero lo que considero la gran joya de esta trilogía es la forma en que Levrero traspasa la barrera con el lector: siembra los sentimientos de los protagonistas en quien lo lee. Te introduce en la atmósfera al grado de que puedes experimentar una gran necesidad de escapar de la claustrofobia a la que te ha inducido con su estilo. Combinando lo anterior con la idea de escapar de la rutina y dejar el pasado atrás para descubrir qué depara el futuro, encontraremos en esta trilogía una especie de tesoro. Como en París, cuando menciona que: No importa; quizás, el error está allí, en planificar. Quizá sea mejor dejarme llevar por la inspiración del momento.O en El lugar: “Pero enseguida concluí que no tenía sentido volver a los mismos lugares.Y la que es mi favorita: “Hay imágenes que permanecen en la memoria, que no deberían ser ensuciadas con nuevas versiones.Creo que es ahí donde se encuentra el mensaje de esta trilogía: evitar la planeación de cada instante, dejar que el tiempo siga su rumbo en vez de aferrarnos a repetir momentos que simplemente se desgastan y, sobre todo, a no pensar tanto las cosas, pues, como sucede a los protagonistas, siempre termina pasando todo menos lo que queremos.

Hay gente que considera a Mario Levrero como un genio. Raro y desconocido para el público en general, pero genio a fin de cuentas. Y sí. Las ideas que tenía podrán ser poco ortodoxas, pero su enseñanza es poderosa. Recalca la importancia que tienen los sueños en todo escritor. Los describe como “experiencias reales, en su dimensión inconsciente”. No cabe duda de que los sueños son materia prima, que este autor se basa en imaginar para hacer arte. Para construir lo que él llama “una máquina de hipnosis”. En eso radica el estilo del uruguayo, en tener una historia que amarre al lector y lo haga disfrutar de su obra. No es necesaria la voluntad de transmitir claramente un mensaje, encontrar el hilo negro de la narración o inventar una nueva clasificación literaria. Simplemente se necesita una secuencia de imágenes que sirva como trampa para el lector. Y esta postura del autor se confirma en una de las pocas entrevistas que concedió, donde dice que para él la literatura es un conjunto de imágenes capaces de entablar una comunicación alma a alma.

El presente texto forma parte de 101 Libros, un programa de promoción de la lectura auspiciado por el Consejo Ciudadano para el Desarrollo Cultural Municipal de Culiacán. La intención de dicho proyecto es acercar 101 títulos de la literatura contemporánea a un grupo de lectores jóvenes con el fin de ampliar los horizontes de cultura, los referentes literarios y el pensamiento crítico.

Autor de la reseña: Abel Rodelo Félix

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