La Finca de los Ahorcados (leyenda)

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En un pueblo de Morelos, llamado Jiutepec, han ocurrido varias tragedias a lo largo de los años en una finca ubicada en la localidad. Cuentan que originalmente perteneció a una familia acomodada, que no tenía mayores problemas y la vida les transcurría de manera apacible.

Uno de los hijos, comenzó a escuchar voces que lo llamaban desde el patio trasero, como el lector sabe en algunos lugares de México existe la creencia de que fueron enterrados tesoros en la época de la revolución y los espíritus que los vigilan dan aviso a los vivos de los lugares donde se encuentran.

Una mañana en el desayuno, ante la insistencia de las voces y después de pensarlo mucho, el joven le sugirió a su padre que debían hacer una excavación para sacar un tesoro que probablemente estaba enterrado.

—Suponiendo que lo hubiera, para qué quieres buscar algo que ni has perdido, ni te pertenece; es peligroso, mejor deja en paz a los muertos —contestó el padre que tenía arraigadas creencias religiosas.

—No sabemos, puede ser una fortuna lo que hay ahí —contestó el hijo, ya con la semilla de la codicia germinando en su interior.

La siguiente semana toda la familia haría un viaje a la Ciudad de México, que duraría todo el fin de semana, pero llegado el día de partir el joven se declaró indispuesto, como era responsable y cuidadoso accedieron sus padres a que se quedara en el tranquilo pueblo después de varias recomendaciones.

El muchacho, que ya había platicado el asunto con dos amigos, fue a buscarlos después de esperar el tiempo razonable para asegurarse de que sus familiares no regresarían y llegaron con las herramientas necesarias para hacer la excavación, se prepararon con comida y bebida porque no sabían cuánto tiempo tardarían en la faena, pero tenían todo el fin de semana si era necesario hasta que regresaran sus padres.

Identificaron el lugar, bajo un viejo árbol que el joven les indicó, agregando que además de las voces había tenido un sueño donde le había sido revelada la ubicación exacta del tesoro. Sus amigos no dudaban, tenía fama de honesto y nunca les había propuesto nada que los metiera en problemas, además les había prometido que repartirían el tesoro encontrado a partes iguales. Así que sin más preguntas comenzaron a cavar bajo el árbol.

Después de unas horas de trabajo, cansados y sudorosos, lo único que encontraron fue una calavera con las cuencas tan horrorosas que parecía que los miraba, no supieron definir la sensación que los aterrorizó, parecía tener siglos enterrada ahí. Decepcionados regresaron la tierra a su lugar dejando la calavera donde la habían encontrado, de nada les servía y sí les había causado miedo aunque ninguno lo aceptó en presencia de sus compañeros.

Los padres regresaron y no se enteraron de que había buscado el tesoro en el patio, el joven se sentía nervioso por haber desobedecido y no encontrar nada. Siguió escuchando voces que lo atormentaban, ahora más a menudo a cualquier hora del día, estaba intranquilo y su carácter cambió de forma rotunda, se volvió peleonero, flojo e irresponsable. Ante la preocupación, sus padres lo llevaron con un psiquiatra que nada pudo hacer por ayudarlo aún después de varias sesiones.

El muchacho empeoró a tal grado, que dejó los estudios, algo que tanto le gustaba y a lo que se dedicaba con ahínco antes del fatídico fin de semana. Decía que las voces lo perseguían y no lo dejaban tranquilo. Un desafortunado día el tormento en que se había convertido su vida se terminó, apareció colgado con una cuerda negra en el cuello de una de las ramas del árbol del patio trasero: el mismo lugar donde habían descubierto la calavera. En el rostro sin vida se apreciaba una expresión de terror, además de que una cuerda de ese color nunca la habían visto en la región como se comentó entre los habitantes del lugar.

Con toda su pesadumbre, y atemorizados ante lo que consideraron un suicidio, la familia decidió abandonar la casa y trasladarse a vivir a Cuernavaca, ciudad capital cercana al pueblo. La finca estuvo vacía mucho tiempo, nadie la rentaba ni mucho menos se vendía. Después de unos años hubo unos cuantos inquilinos que no duraban mucho y de pronto se iban, cuentan que entre las personas que la rentaron hubo dos que sin tener relación alguna entre ellos, también aparecieron ahorcados en el mismo árbol. Se rumoraba que una presencia maldita habitaba la vieja casa, permaneció abandonada y nadie volvió a hablar del tema.

Al paso del tiempo, cuando la casa se caía a pedazos por el abandono y falta de mantenimiento, el desarrollo industrial alcanzó a Jiutepec, entonces una compañía inmobiliaria adquirió la propiedad a muy bajo precio y demolió el inmueble para construir unos condominios. El terreno, aún con las misas que se celebraron en él, y hasta un exorcismo que realizó el cura del pueblo ante la desesperación de los propietarios, cuando todavía estaba la construcción de la casa, siguió con la misma maldición; todavía se recuerda y se platica entre los lugareños que dos habitantes de los condominios se ahorcaron ahí en diferentes fechas con años de diferencia. Al pasar los visitantes del pueblo por la parte exterior, no falta el que comenta que se percibe una sensación extraña e inexplicable que infunde nerviosismo y temor.

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About Author

Jorge Angulo

Ciudad de México (1968). Profesionista egresado de la carrera de Administración de Empresas, apasionado de los libros desde muy pequeño por enseñanzas de su padre. Comenzó a tomar talleres de creación literaria y narrativa en Monterrey N.L. Participa actualmente en el grupo literario Amigos del Museo, perteneciente al Museo Iconográfico del Quijote ubicado en Guanajuato, Capital Cervantina de América.

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