Actividades de subsistencia del Monterrey antiguo

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Las   economías   de   buscadores   de   alimentos   y   de cazadores requieren competencia técnica, a despecho de su simplicidad. Encontrar y recoger raíces silvestres, nueces,  simientes  y  bayas,  cazar  o  coger  en  trampas a  los  animales  comestibles,  exige  conocimiento,  no sólo  del  terreno,  sino  de  las  épocas  más  favorables,  y de  las  mejores  condiciones  bajo  las  cuales  conseguir esos alimentos, sin hablar de su conservación para el consumo futuro.

Melville J. Herskovits

 

Como hemos visto, al tratarse de sociedades nómadas de cazadores-recolectores que habitaron Nuevo León, no existían personas especialistas con grandes privilegios,  los  jefes  o  cabecillas,  aunque  tenían otras funciones específicas, también compartían las mismas tareas que los demás. Desde luego, esto no quiere decir que todos hacían todo, sino que seguramente  estaban  divididas  de  acuerdo  al  género  y la  edad. Al  abordar  la  evidencia  arqueológica  de estos grupos, debemos recordar que la división del trabajo al parecer era tal y como ocurre en la mayoría de las sociedades de cazadores-recolectores: los hombres cazaban y las mujeres recolectaban. Coincidimos  con  otros  autores  al  considerar  que  en  lo que se  refiere  a  gran parte de los estados de Coahuila y Nuevo León, todo parece indicar que los hombres cazaban y elaboraban artefactos líticos, mientras que las mujeres recolectaban plantas, procesaban  alimentos  y  manufacturaban  cestas, petates y otros utenlsilios.

 

De   las   actividades   generales,   se puede destacar que, de acuerdo a lo que podemos  inferir,  auxiliados  por  las  fuentes  históricas y la analogía etnográfica,  en Nuevo León los hombres  organizaban  su  unidad  familiar,  se  avocaban a  la  cacería  y  pesca,  así  como  a  la  manufactura  de diversas  armas  y  demás  artefactos  líticos;  también peleaban  en  los  conflictos,  mientras  que  otros  resguardaban   el   campamento   durante   las   batallas. Por  su  parte,  las  mujeres  se  dedicaban  a  buscar  y recolectar  frutos,  raíces  y  semillas,  obtener  leña  y otras materias primas.

 

Eran las encargadas de la preparación de los alimentos, cargar a los niños al cambiar el campamento y transportar el agua. De igual modo,  hacían  otras  actividades  como  el  trabajo  de cestería, aderezado de pieles y la obtención de fibras y manufactura de cuerdas, redes y textiles. Incluso, es muy posible que participaran en la pesca y en la caza de especies pequeñas. Las mujeres tenían una mayor  carga  de  trabajo  y  participaban  activamente en un gran número de actividades y tareas. Es importante recordar que no es lo mismo sexo que género, pues mientras el primero es natural o biológico, el segundo es una construcción cultural. Mencionamos  lo  anterior  ya  que,  según  algunas fuentes  históricas  del  siglo  XVI  y  XVII,  como Álvar Núñez Cabeza de Vaca y el capitán Alonso de León,  comentan  que  entre  estos  grupos  indígenas existían varones que vestían y realizaban actividades propias  de  las  mujeres.  Aunque  es  evidente  que existía un punto de vista prejuicioso por parte de los españoles, al  llamarlos  por  ejemplo  amarionados, al parecer estos individuos desempeñaban un papel como el resto de las mujeres, que era aceptado por los demás miembros del grupo: ..hay  algunos  que,  siendo  va-rones, sirven dehembra  contra  naturaleza;  y  para  conocerse,  andan  en  el  propio  traje  de  las  indias,  y cargando  su huacal  y  haciendo  los  propios ministerios  que  ellas,  sin  que  por  ello  él  se afrente, ni ellas los menosprecien.

 

No podemos descartar que algunos de estos individuos tuvieran además intervención en rituales mágicos  o  ceremoniales,  tal  y  como  ocurre  con homosexuales  que  utilizan  indumentaria  de  mujer en otras culturas de Norteamérica. Al parecer no se trataba  de  un  comportamiento  atípico  o  eventual, sino que era una condición consuetudinaria.  En lo que se refiere a las personas de mayor  edad,  realizaban  actividades  propias  de  su  género y ayudaban en lo que podían de acuerdo a sus habilidades  y  condición  física. Estos  individuos, dentro del grupo, eran los depositarios y principales emisores del bagaje cultural, pues sabían cómo curar enfermedades  y  entrar  en  contacto  con  lo  sobrenatural. Por su parte, los niños más pequeños ayudaban en  las tareas de los adultos, principalmente de la mujer, al recolectar frutos y recoger leña. Aunque esto sucedía hasta cierto momento, pues siendo aún muy jóvenes, llegaba el caso en que las actividades se dividían entre los varones y las mujeres. Por  supuesto,  hasta  ahora  hemos  visto de   manera   general   la   división  del  trabajo que probablemente  tenían  los  grupos  que  habitaron Nuevo León y el noreste de México, pero es posible que  existieran  diferencias  en  tiempo  y  espacio; además,  es  posible  que  la  recolección  de  ciertas plantas  medicinales  y  distintos  tipos  de  plantas empleados  como  colorantes  podría  ser  una  tarea que  no  necesariamente  realizaba  sólo  un  sector  de la  población  de  acuerdo  al  género  o  la  edad.

 

Lo mismo sucedió quizá con la recolección del peyote que, al menos para tiempos históricos, era realizada sólo  por  ciertas  personas,  seguramente  varones, pues más que de una recolección, se trataba de una cacería  de  peyote,  ya  que,  como  ocurre  con  otros grupos  indígenas,  existía  una  vinculación  estrecha entre el venado y el peyote. Es    necesario    desglosar    las    distintas actividades productivas y las diferentes tecnologías de  elaboración  de  artefactos  en  distinto  material. Todo   está   interrelacionado   en   un   interminable proceso  circular,  en  donde  toda  la  materia  prima era  tan  importante  como  la  hechura  y,  por  tanto, son procesos complementarios. Por ejemplo, para obtener un artefacto de pedernal con suficiente filo, antes  se  requiere  poseer  un  artefacto  de  hueso  o asta con el cual ejercer presión. Para la extracción y procesamiento de fibra de ixtle para hacer cordeles están  involucrados  artefactos  de  piedra  con  mango de  madera.  Y  para  la  manufactura  de  artefactos  de concha se requiere una punta de piedra para perforar o cortar. Lo mismo ocurre con un artefacto de hueso o piel, ya que en su elaboración están involucrados otros artefactos.

 

La cacería

Antes de mencionar el tipo de armas y estrategias de la cacería, es necesario analizar a grandes rasgos el papel que tuvo a través del tiempo la caza entre los grupos de Nuevo León, por lo que debemos iniciar dejando en claro algunos aspectos, pues, tal vez, la imagen  del  cazador  se  debe  precisamente  a  que  la mayor  proporción,  o  al  menos  el  tipo  de  evidencia material más conocido en la región, sean armas.

En efecto,  en  Nuevo  León  y  el  noreste  de  México,  el tipo  de  artefactos  que  se  identifican  como  objetos de los indígenas son las puntas de proyectil, que son denominadas popularmente como chuzos o pedernales.  Sin  embargo,  esta  aparente  preponderancia de la cacería resulta un tanto engañosa, pues debido a  las  puntas  que  están  manufacturadas  en  piedra, han  perdurado  hasta  nuestros  días,  a  diferencia  de otros artefactos elaborados en materiales como fibra, hueso,  asta  o  madera  que,  salvo  en  ciertas  condiciones,  se  desintegran  pocos  años  después  de  ser desechados, abandonados o perdidos.

A excepción de ciertos contextos como cue-vas  secas,  tundras  congeladas  y  pantanos,  donde se conservan materiales perecederos como madera, hueso, piel y fibra, por lo general los artefactos que más predominan en los hallazgos arqueológicos son los líticos.13 Pero, afortunadamente, contamos en el noreste con algunos contextos que permitieron una conservación  excepcional.  Por  ejemplo,  en  cuevas de  Coahuila,  la  proporción  de  madera  supera  por mucho a la de piedra y, a su vez, los artefactos manufacturados  en  fibra  son  muchos  más  que  los  de madera. Es decir, en estas cuevas secas había una abundancia  de  artefactos  de  madera,  fibras  y  textiles. Mientras en el caso de Nuevo León no ocurre así; por ejemplo, en el sitio de Cueva Ahumada  95% de los materiales recuperados en las excavaciones de artefactos eran líticos.

 

De igual modo, en la Cueva de  la  Zona  de  Derrumbes,  al  sur  de  Nuevo  León, también hay un 94.6% de piedra tallada y 2.8% en piedra pulida. Y lo mismo ocurre en gran parte de Texas,  donde  gracias  a  los  documentos  españoles sabemos que los indígenas poseían muchos artefactos  de  madera  y  fibra  y,  probablemente,  durante  el arcaico  ocurría  algo  similar,  pero  dichos  materiales han desaparecido. El hecho de que no se hayan conservado los artefactos manufacturados en materiales perecederos en  muchos  sitios  de  Nuevo  León,  no  significa que  hayan  sido  pocos,  pues  debieron  ser  igual  o probablemente  más  abundantes  que  los  de  piedra, pero  desaparecieron  debido  a  las  condiciones  del medio  ambiente,  como  la  humedad,  la  erosión, los  rayos  solares,  insectos  y  otro  tipo  de  agentes naturales o humanos. Entonces,  si  recordamos  que  muchos  de estos   artefactos   de   madera,   hueso   o   fibra   eran usados  en  otro  tipo  de  actividades  productivas,  es posible  no  otorgarle  una  importancia  desmedida  a la cacería y situar su papel y aportación en su justa dimensión.

Los primeros cazadores

Una vez aclarado lo anterior, podemos señalar que la caza dependía y podía variar de acuerdo al entorno específico y la época del año.  Si tomamos en cuenta que  la  mayor  parte  de  los  investigadores  opinan que  los  primeros  seres  humanos  que  ocuparon el  continente  americano  lo  hicieron  al  final  del pleistoceno,  entonces  tenemos  que,  de  acuerdo a  la  evidencia  paleontológica  y  arqueológica  de Norteamérica,  hace  más  de  10  mil  años  el  medio ambiente era distinto al que existe en la actualidad, por  lo  que  los  primeros  humanos  que  llegaron  a lo  que  ahora  es  el  noreste  de  México  seguramente coexistieron con los últimos ejemplares de una gran variedad de especies de mamíferos que ahora están extintas.

No  parece  haber  duda  de  que  existió  una gran variedad de especies pleistocénicas en Nuevo León,  pues  hay  evidencia,  aunque  en  ninguno de  estos  casos  existe  una  prueba  contundente  de presencia   humana   ni   materiales   arqueológicos asociados a los restos óseos correspondientes a estas épocas. Con respecto a la caza de estos animales en otras  partes  de  Norteamérica  y  México,  hay  que señalar  que  existe  una  gran  polémica  respecto  a  la causa o causas que propiciaron la extinción masiva de la fauna. Hay al menos dos grandes posturas: la que atribuye dicha extinción al hombre, concretamente a la cacería, y aquélla que considera que la extinción se  debe  sobre  todo  a  causas  naturales,  es  decir,  le da  mayor  importancia  a  los  cambios  climáticos  y la modificación de la vegetación.

Lo cierto es que para muchos otros investigadores ninguna hipótesis parece   tratarse   de   una   explicación   completa   y suficientemente argumentada, por lo que se piensa que no necesariamente son excluyentes, sino tal vez complementarias,  de  ahí  que  exista  una  posición media que considera que el impacto de los cazadores paleoindios  no  fue  devastador  para  la  fauna,  sino que ésta resultó afectada por los cambios climáticos y la desaparición de su hábitat. Ciertamente no parece haber duda respecto a  la  eficacia  de  la  tecnología  para  abatir  grandes presas,  pues,  por  ejemplo,  a  partir  de  distintas prácticas   de   arqueología   experimental,   se   han recreado  lanzamientos  con atlatl  de  puntas  tipo clovis sobre elefantes (muertos), y los investigadores encontraron  que  sí  se  puede  penetrar  su  piel  que es  muy  semejante  a  la  del  mamut.

Por  otra  parte, también hay que señalar que la imagen popularizada del cazador demamutha sido cuestionada y puesta en duda por distintos investigadores en Norteamérica. Por ello, en el norte de México también se toma con cautela este tema, pues en nuestro país la asociación de  artefactos  líticos  y  restos  óseos  de  mastodontes y  otras  especies  de  megafauna  no  es  ni  numerosa ni del todo confiable. Por lo tanto, de acuerdo con algunos autores, difícilmente los antiguos habitantes deben considerarse como cazadores de megafauna, pues  si  bien  es  posible  que  cazaran  este  tipo  de animales, debió ocurrir en ocasiones y condiciones casi    únicas,   opinión    que,    como    Lorenzo, subrayaba  Angel  García  Cook,  al  señalar  y  criticar al arqueólogo Luis Aveleyra respecto a que no hay que concebir a los primeros pobladores de México como  cazadores  de  fauna  extinta,  pues,  aunque contemporáneos a la megafauna y tal vez cazadores ocasionales  cuando  la  situación  lo  permitía,  no era  la  base  de  la  subsistencia.  Y  lo  mismo  afirman otros  investigadores  que  han  tachado  de  ilógica  la expresión de cazadores de mamut para referirse a los primeros  habitantes  que  ocuparon  lo  que  ahora  es nuestro país. Sin embargo, si bien es cierto que debemos tomar con cautela dicha imagen de los cazadores de grandes animales, de lo que sí estamos convencidos es que eran grandes cazadores de animales.

Las armas: el atlatl

Para  algunos  autores,  la  primera  arma  usada  en el  continente  americano  fue  la  lanza,  que  tendría como  punta  las  llamadas  puntas  tipo clovis,  pues argumentan  que  no  existe  evidencia  determinante que asegure el uso de un propulsor. No obstante, algunos  experimentos  indican  que  dichas  puntas sí son efectivas si son lanzadas con un propulsor. De  cualquier  modo,  lo  cierto  es  que  durante  los primeros milenios de presencia humana en México y  el  noreste,  es  muy  probable  el  uso  de  la  lanza  y, sobre todo, de un artefacto llamado atlatl.

El atlatl es   llamado   así   porque   es   la designación  en  náhuatl  para  referirse  al  propulsor o  lanzadardos.  Se  le  conoce  de  distintas  formas alrededor  del  mundo.  Aunque  en  Europa  existen especímenes de hueso o marfil, la mayoría de las veces el atlatl está manufacturado en madera. Respecto a su  función,  podemos  decir  que  surgió  para  hacer más  eficaz  la  cacería,  ya  que  una  lanza  que  es arrojada solamente con la fuerza del brazo como una jabalina tiene un alcance y fuerza limitados, mientras que,  en  caso  de  lanzarla  con  el  atlatl,  aumenta considerablemente tanto la fuerza como la distancia del  dardo.  De  acuerdo  con  los  datos  etnográficos y de experimentación, la distancia media del vuelo de  una  lanza  era  de  35  a  40  metros,  mientras  que la  distancia  media  del  vuelo  de  un  dardo  arrojado con un propulsor era de 70 a 80 metros.

En el caso de Nuevo León, mediante experimentos realizados con   reproducciones   de atlatl,   se   ha   obtenido información de que, aprovechando la gravedad, los proyectiles  arrojados  hacia  abajo  desde  una  ladera pueden llegar a unos 40 o 50 metros. El atlatl es un arma cuyo uso es muy diverso según la parte del mundo o la época histórica en la que investiguemos su aplicación. Evidentemente, no se trata de un invento único que se haya propagado, sino  que  surgió  en  distintas  áreas  en  momentos diferentes. La forma de utilizarse se puede resumir así: el lanzador toma el atlatl por un extremo, es decir, el mango, y pasa los dedos por un sujetador o travesaño (que en el norte de México debió ser una tira de  cuero  o  fibra),  luego  coloca  el  extremo  opuestoa  la  punta  del  dardo, ajustándolo  en  la  acanaladura  o  gancho  del atlatl; después, descansando  el  atlatl  sobre  el hombro, debe estar sujetando  la  lanza  con  los dedos.  Por  último,  hace  el  movimiento  de  palanca para  arrojar  el  proyectil,  que  saldrá  disparado  con gran potencia. Ahora bien, en el caso del norte de México, y concretamente para el caso de Coahuila, el primer ejemplo de un atlatl que está documentado es el recuperado  por  Edward  Palmer,  quien  lo  extrajo  de la cueva del Coyote.

Posteriormente, en la misma entidad  continuaron  siendo  encontrados  distintos ejemplares,  como  aquéllos  de  la  cueva  La  Espantosa y otros fragmentos o ejemplares completos de las cuevas de La Candelaria y la de La Paila. En  cuanto  al  tipo  de atlatl,  sabemos  que existen varios. En Norteamérica predominan aquéllos del  tipo  masculino  o  machos,  que  son  los  que tienen  un  gancho  o  proyección  al  extremo  o  parte distal,  en  donde  se  coloca  la  oquedad  del  extremo proximal de la lanza; mientras que el atlatl del tipo mixto posee una acanaladura longitudinal en su cara dorsal y un gancho al extremo distal.

En el caso de las  cuevas  de  La  Candelaria,  La  Paila  y  el  Coyote son mixtos, y en la cueva la Espantosa coinciden los dos tipos. Y  aunque  no  se  han  realizado  estudios  específicos  respecto  a  la identificación  de  especies  utilizadas para  su  manufactura,  se  debieron   utilizar   maderas   de   gran dureza,  como  el  mezquite,  el ébano y la barreta, entre otras. Aunque esto también dependía del hábitat del grupo humano y de la vegetación a la que tenían acceso.

Respecto al atlatl, cabe mencionar que ningún  cronista  o  documento  histórico  del  norte  de México hace alguna referencia a estos artefactos; en su lugar, el cronista De León da una pormenorizada descripción de la materia prima y elaboración de arco y flechas. Por ello, en la historiografía regional se  ha  manejado  la  utilización  del  arco  y  la  flecha como el arma usada por los antiguos habitantes de Nuevo  León  para  la  cacería,  lo  que  es  cierto,  pero parcial. Al  parecer,  el atlatl o  lanza  dardos  cayó  en desuso  con  la  aparición  del  arco  y  la  flecha,  que muchos  autores  creen  que  llega  a  Norteamérica  2 mil  años  atrás,  aunque  otros  lo  sitúan  en  el  año 1000 después de Cristo.

Por   consiguiente,   el atlatl   había   dejado de  ser  utilizado  como  arma  de  caza  por  los  grupos indígenas del noreste de México antes de la llegada de  los  españoles  a  este  territorio  a  finales  del  siglo XVI,  y  lo  mismo  ocurre  en  ciertas  áreas  de  Texas donde, como fecha más tardía, el atlatl dejó de usarse por lo menos algunos siglos antes de la conquista. En el caso de otras partes del noreste de México, hay que recordar el contexto de las cuevas de Coahuila donde se han encontrado estos artefactos, pues son anteriores a la época de la conquista española.

Sin embargo, aunque debido a las condiciones de preservación no se han encontrado estos artefactos en Nuevo León, no podemos descartar que bajo  ciertas  condiciones  se  pudiera  encontrar  en  el futuro  un  sitio  arqueológico  con  suficientes  restos de  madera,  fibra  y  demás  material  perecedero.  No obstante, aunque no se han hecho hallazgos de atlatl,  tenemos  su  complemento.  En  Nuevo  León  se han  encontrado  las  puntas  de  proyectil  que  eran lanzadas con el atlatl, ya que podemos identificarlas debido a que son más grandes y pesadas que aquellas puntas utilizadas para ser lanzadas con el arco.

Estas  puntas  son  de  diferentes  tipos,  tamaños  y antigüedad. Además,  como  en  otras  partes  del  norte  de México  y  sur  de  los  Estados  Unidos,  en  Nuevo León  existe  una  gran  cantidad  de  petrograbados con la representación de lo que ha sido interpretado como  un atlatl, así  como  las  figuras  grabadas  de algunas puntas de proyectil, lo que sugiere su uso. Respecto  a  los  grabados,  en  muchas  ocasiones se  pueden  apreciar  con  claridad  sus  partes.  Por ejemplo,  el  gancho  donde  se  atoraba  la  lanza,  el sujetador  donde  se  introducían  los  dedos  y,  por último,  los  llamados  contrapesos,  que  han  sido encontrados en Norteamérica en distintos materiales como hueso, piedra y concha, y con varias formas, por  lo  que  en  las  representaciones  grabadas  en  la roca aparece dicho contrapeso con formas redondas, semirrectangulares y de media luna.

Contrariamente  a  lo  que  pensaban  otros arqueólogos  que  intervinieron  en  Nuevo  León, hoy  sabemos  que  en  el  pasado  existían  especies que  aún  habitan  en  Norteamérica,  pero  que  están extintas  en  la  zona,  como  el  bisonte  americano contemporáneo  (Bison  occidentalis).  Y  no  sólo eso,  sino  que  probablemente  habitaron  también otras  especies  extintas  de  bisontes.  Se  han  hecho distintos   hallazgos   de   mastodontes   y   otro   tipo de  fauna  del  pleistoceno  en  distintos  municipios como  Mina  y  Montemorelos,  como  es  el  caso  del Mammuthus imperator, no se han encontrado este tipo  de  restos  asociados  a  evidencia  de  ocupación o  actividades  humanas.  Sin  embargo,  no  podemos descartar  que  en  el  futuro  aparezcan  restos  óseos que  corroboren  no  sólo  su  presencia,  sino  su  caza.

Esto  podría  surgir,  por  ejemplo,  de  excavaciones al  norte  de  la  entidad,  tal  es  el  caso  del  sitio  La Morita II en el municipio de Villaldama, donde en recientes excavaciones no sólo se recuperó un molar de Equus americano, es decir, una muela de caballo prehistórico,   asociado   a   lo   que   aparentemente es  un  fogón,  lascas  y  otros  restos  culturales,  sino que  en  dicha  cueva  se  encontraron  varias  puntas de  considerable  antigüedad  que  los  arqueólogos llaman  acanaladas  y  foliáceas.  Sin  embargo,  esta investigación aún continúa, por lo que el análisis de dichos materiales y nuevos hallazgos podrán arrojar luz sobre los cazadores que habitaron miles de años atrás en el territorio neoleonés.

Las armas: el arco, la flecha y otros artefactos

Aunque  existe  un  debate  respecto  a  la  antigüedad que  tiene  el  arco  en  el  viejo  mundo,  algunos  lo sitúan  entre  los  12  mil  y  los  10  mil  años, pero,  en nuestro  continente  es  relativamente  reciente,  pues la  aparición  del  arco  y  la  flecha  debió  ocurrir  hace aproximadamente  dos  milenios.  Por  ello,  en  las fuentes escritas del siglo XVII que abordan Nuevo León, Coahuila y Texas no hay menciones del atlatl, sino  sólo  del  arco.  Aquí  es  necesario  señalar  que hay  menciones  de  que  en  una  parte  del  río  Bravo, en  los  alrededores  de  Reynosa,  había  grupos  que además  del  arco  y  la  flecha  usaban  la  lanza,  pero se  trata  de  un  grupo  que  había  experimentado un  proceso  de  aculturación,  formado  por  negros esclavos huidos o sobrevivientes de naufragios, que se  habían  integrado  con  grupos  indígenas,  de  ahí que  probablemente  hayan  adoptado  dicha arma.

Una  de  las  referencias  a  los  arcos entre   los   grupos   nómadas   del   norte   de México  pertenece  a Pérez de Rivas, quien enfatiza  el  cuidado  que  los  hombres  tenían de  dicho  artefacto,  dada  la  importancia  del mismo.  Sin  embargo,  el  religioso  no  da pormenores  del  arma,  por  lo  que  la  alusión más  precisa  y  detallada  es  la  que  hace  De León,   quien   describe   la   elaboración   del artefacto   en   diferentes   maderas,   aunque señala  que  la  raíz  de  mezquite  era  de  las preferidas.  Esto  es  muy  probable,  pues  sabemos que  se  trata  de  una  madera  de  gran  resistencia  y durabilidad.  No  obstante,  no  se  puede  descartar el  uso  de  otras  maderas,  pues  en  otras  partes  del norte  de  México  se  han  reportado  arcos  del  árbol conocido como brasil (Condalia hookeri). En  cuanto  a  la  evidencia  de  arcos  en  las pinturas o petrograbados, no es tan frecuente como el atlatl.  Sin  embrago,  Smith  menciona  lo  que parecería  una  pintura  hecha  con  carbón  de  grupos indígenas  armados  con  arco  y  flecha,  y  españoles con  armas  de  fuego.  Sin  embargo,  no  ha  sido localizada,  además,  el  hecho  de  que  se  trataba aparentemente  de  una  pintura  hecha  con  carbón hace que no se descarte la posibilidad de que haya sido  un  grafiti.

Respecto  a  las  dimensiones  de  los mismos, cabe señalar que pueden variar de acuerdo a  los  grupos  que  lo  usaban.  Resulta  muy  probable lo  que  menciona  De  León  respecto  a  que  eran  del tamaño de quien lo iba a utilizar, pues en Coahuila fueron  encontrados  arcos  que  no  iban  más  allá  de 1.69 metros, lo que coincide con la altura promedio de los grupos que habitaron Norteamérica, el norte de México y esa misma región, pues de acuerdo a los estudios de los restos osteológicos de la misma cueva de la Candelaria, en Coahuila, los hombres medían 166.80 centímetros y las mujeres 156.81 centímetros en promedio. En el caso de Boca de Potrerillos, en el municipio de Mina, se rescataron los restos de un individuo masculino, de entre 20 y 25 años de edad y estatura aproximada de 1.62 metros.

En  cuanto  a  la  cuerda,  la  comentaremos más   adelante,   pero   sabemos   que   se   hacía   con fibras  de  ixtle  que  se  obtenía  principalmente  de la   lechuguilla,   aunque   probablemente   se   podía usar  también  la  yuca.  Las  fibras,  al  tener  pocos centímetros,  se  iban  uniendo  y  torciendo  hasta conseguir la longitud deseada, tal y como se puede observar en la evidencia arqueológica encontrada en Coahuila,  donde  se  hallaron  arcos  con  cuerda,  y además restos de tiras de piel amarradas, quizá con la intención de sujetarlo mejor. Junto  al  arco,  y  como  su  complemento,  tenemos, las flechas. En cuanto a sus características, resulta muy exacta la descripción que hizo en el siglo XVII Alonso de León: Las  flechas  son  de  un  carrizo  delgado  y duro,  curado  al  fuego;  en  un  extremo,  una muesca que encaja en la cuerda, para que no resbale  de  ella  y  con  ella  tenga  más  fuerza para  expelerla,  del  cual  extremo  hacia  el otro,  ponen  unas  plumas,  unas  de  cuatro dedos  de  largo,  otras  de  más  otras  de menos, hasta llegar a un palmo.

Éstas, o están pegadas con un betumen que llaman sautle,  o  amarradas  en  sus extremidades  con  unos  nervios de venado tan bien puestos, que no hay nudo ni se ve dónde acaba la   ligadura   o   dónde   empieza, si  no  es  que  la  mojan.  Al  otro extremo  de  la  caña  ponen  una vara  tostada,  igual  en  el  tamaño y  grosor  al  malacate  o  huso  que tienen los obrajeros cuando hilan. Este entra como cuatro dedos en la caña y, topando en uno de sus nudos, la amarran asimismo con los nervios, que queda tan fuerte y ajustada, que  sólo  en  las  materias  diferencia.  En  el extremo  del  palo,  que  quedó  fuera,  hacen una  muesca  y  en  ella  ponen  una  piedra puntiaguda.  que  es  en  forma  de  hierro  de lanza;  haciendo  unos  arpones,  atrás,  que cuando entra en alguna parte, se queda allá la piedra, si topa al salir en algo, o abre cruel herida; tiene modelo de la punta de la ancla, que tiene dos lengüetas.

Ésta, pues, amarra con  el  nervio  o  pegan  con sautle,  y  queda, de una u otra suerte, fuertísima y hace cualquier operación. Es decir, podemos analizar y    desglosar    su    estructura    e identificar  los  elementos  básicos que  la  conforman:  asta,  anteasta y   la   punta,   características que  no  son  exclusivas  de Nuevo  León,  sino  que  se hallan   entre   otros   grupos de     cazadores-recolectores de      Norteamérica,      que combinan  el  asta  de  carrizo y  la  anteasta  de  madera. Antes  de  continuar  con  las partes, resulta indispensable abrir  un  paréntesis,  pues  si bien en el caso de De León se  mencionan  las  astas  de carrizo,   está   documentado que  otros  grupos  norteños utilizaban  la  inflorescencia de  la  lechuguilla,  lo  cual es   factible,   pues   sabemos que   tiene   peso   y   tamaño semejante   al   carrizo,   de   ahí   que   los   grupos indígenas  que  carecieran  o  se  les  dificultara  la obtención  de  carrizo,  podrían  utilizar  o  sustituirlo por lechuguilla. Existe  evidencia  arqueológica  en  Coahuila donde  las  características  de  los  artefactos  coinciden  con  lo  anterior.

Por  ejemplo,  en  el  caso  de  la cueva de La Candelaria, tenemos que las astas son de carrizo y tienen en la parte proximal una muesca en forma de U para acomodar la cuerda, además se conservaron  los  finos  amarres  de  tripa  o  tendón. Las  anteastas  encontradas  eran  varitas  de  madera redondeada  y  pulida,  que  en  un  extremo  tenían  la parte  aguzada  para  ser  introducida  en  el  hueco  del carrizo (asta) y en el otro una ranura en forma de V donde era colocada la punta de piedra. En  el  caso  de  resinas  encontradas  en  Coahuila que fueron usadas como pegamento, Aveleyra defiende  la  misma  propuesta  de  Palmer,  cree  que probablemente  se  trata  de  un  pequeño  cactus  que crece en el norte de México cuyo nombre científico es Mamillaria fissurata.

Desde luego, no podemos descartar  el  uso  de  otras  resinas  vegetales  como el mezquite o cera de candelilla, por lo que futuras investigaciones al respecto podrían brindarnos otras posibilidades. En  cuanto  a  las  puntas  de  proyectil,  eran de  distinto  tamaño  y  forma,  pues  algunas,  como las  descritas  por  De  León,  tenían  probablemente pedúnculo, muescas laterales y aletas; no se puede descartar  que  esté  haciendo  alusión  a  puntas  tipo toyah,  cuya  fabricación  se  extiende  hasta  tiempos históricos.  Desde  luego,  existen  otros  tipos  de puntas  de  flecha  que  pueden  variar  en  cuanto  a  su forma, pues algunas eran sólo triangulares o con la base redondeada. Sin  embargo,  la  característica de todas las puntas de flecha  es  que  deben  ser  pequeñas, delgadas  y  ligeras,  pues  sólo  así se  consigue  su  eficacia.

Esto  del tamaño  reducido  y  poco  peso  se debe a que, de lo contrario, al ser gruesas,  pesadas  o  grandes,  se dificultaría  en  gran  medida  dar  impulso  a  la  flecha con la fuerza que la tensión del arco aporta; además, si  acaso  se  lograra  arrojarla,  la  dirección,  alcance, equilibrio  y  puntería  no  serían  los  adecuados  para utilizarla  eficazmente. Entre  las  diferencias  más importantes de los proyectiles lanzados con atlatl o propulsor y las flechas lanzadas con arco está el hecho de que la flecha llegaba a mayor distancia, tenía más  precisión,  y  se  podían  lanzar  más  proyectiles, pues el cazador podía cargar más debido a su menor tamaño y peso.

De ahí que, sin duda, el arco y la flecha fueron una gran aportación tecnológica. Resulta interesante mencionar las dimensiones promedio de 160 puntas tipo toyah encontradas en la cueva de la Zona de Derrumbes, en el cañón de Santa Rosa, al sur de Nuevo León, pues van de 1.5  a  3.1  centímetros  de  largo,  1.1  a  2.2  centímetros de  ancho  y  0.2  a  0.4  centímetros  de  espesor.  En La Calsada, al sureste de Monterrey, Roger Nance catalogó como puntas de flecha a aquéllas de menos de 3 centímetros de largo. Incluso a otras las llamó micropuntas  de  flecha,  pues  sus  dimensiones  son: 1.3 a 2.6 centímetros de largo, .4 a 1.0 centímetros de ancho y 0.2 a 0.3 centímetros de espesor. Aquí  es  necesario  señalar  que,  de  acuerdo a  las  fuentes  escritas  y  concretamente  lo  que  dice De  León,  se  utilizaba  como  los  arqueros  de  casi todas partes del mundo, incluyendo los contemporáneos  un  protector,  el  cual  iba  desde  la  muñeca hasta  el  codo.

Este  protector  era  al  parecer  de  piel de coyote u otro animal, y servía para protegerse del movimiento de la cuerda después de disparar las flechas. Además, dicho protector era al mismo tiempo la funda para guardar un cuchillo, con mango de madera y hoja de pedernal. Esta práctica, como mu-chas  otras  que  hemos  visto,  la  compartían  los  grupos que habitaban gran parte del norte de México, pues en la evidencia arqueológica se pudo constatar la  colocación  del  cuchillo  en  la  muñeca  del  brazo izquierdo,  pues  en  la  cueva  de  La  Candelaria  se encontraron esqueletos con los cuchillos atados con tiras de piel o cordeles de fibras de ixtle precisamente en el brazo izquierdo. Este cuchillo enmangado se componía de un artefacto bifacial (tallado por los dos lados) que solía ser pedernal, pegado a un mango de madera por medio  de  betún  de  sautle.  Las  características  de este bifacial lo asemejan a los cuchillos enmangados que reporta Aveleyra para la cueva de La Candelaria en Coahuila y que, como señalaba Pablo Martínez del Río, son de excelente manufactura.

Estos  utensilios  encontrados  en  distintas cuevas en Coahuila son muy similares a los que aún utilizaban los indígenas que vivían en lo que ahora es el estado de Nuevo León durante el siglo XVII. Como  ejemplo,  podemos  transcribir  la  descripción hecha por De León, un militar de la época: Usan también unos pedernales de un palmo, del anchor de dos dedos. Delgados, al  modo  de  una  cuchilla  de  daga;  y  de  dos filos, pegados con el mismo betumen, en un palo  que  sirve  de  hacha  para  sus  ministerios. Aquí  es  necesario  recordar  que  un  palmo era  una  antigua  medida  de  longitud  que  equivalía a unos 20 centímetros, la cual estaba dividida en 12 partes  iguales  llamados  dedos,  de  poco  más  de  1.6 centímetros  cada  uno.

Entonces,  como  resultado tenemos  que  la  descripción  anterior  coincide  con la  evidencia  arqueológica,  pues  este  tipo  de  herramienta  ha  sido  encontrada  en  distintos  sitios  de  la región con medidas que van de  15 o 20 centímetros. Por ejemplo, en las cuevas de La Candelaria y de La Paila, en  Coahuila,92 que fueron exploradas por el arqueólogo Aveleyra y su equipo en la década de los 50 en el siglo XX, se encontraron varios ejemplares de estos artefactos en un excelente estado de conservación, pues la hoja triangular de piedra aún estaba unida por medio de un pegamento de origen vegetal al mango de madera, que en algunos casos aún conservaba  ciertos  dibujos  pintados  en  varios  tonos.

En  otros  lugares  también  se  han  encontrado  este tipo  de  cuchillos,  pero  debido  a  las  características del sitio y las condiciones del medio ambiente, sólo se  ha  recuperado  la  hoja  triangular  de  piedra.  Por ejemplo, en el caso de un campamento a cielo abierto,  el  material  perecedero,  en  este  caso  la  madera y  el  pegamento  de  origen  vegetal,  desaparecieron hace muchos años a causa de la intemperización, es decir,  la  lluvia,  el  viento,  rayos  solares,  insectos  y microorganismos. Sin  embargo,  no  son  las  únicas  evidencias de cuchillos que han sido encontradas en el noreste de  México,  pues  además  de  aquéllos  que  resultan utilitarios, también existen representaciones de ellos en las manifestaciones gráficorrupestres. En  Nuevo  León  se  han  registrado    distintos  sitios  con  petrograbados  y,  en  menor  medida, con  pinturas  rupestres  con  figuras  que  han  sido interpretadas como cuchillos.

En el caso de los petrograbados,  a  lo  largo  de  nuestras investigaciones    hemos    localizado decenas de rocas con representaciones  de  cuchillos  enmangados,  por ejemplo, en el sito Presa de la Mula, localizado en el municipio de Mina, Nuevo León. En algunos sitios existe  lo  que  parecería  una  obsesiva  representación  de estos utensilios, pues aparecen decenas de cuchillos en  una  sola  cara  de  la  roca,  tal  es  el  caso  del  sitio Loma Bola Paredón, en los límites de Nuevo León y Coahuila, sitio que impresionó al arqueólogo Aveleyra,  pues  además  de  llamar  a  sus  petrograbados como  los  más  interesantes  que  se  han  encontrado en  esta  áreacentral  de  Coahuila  y  Nuevo  León, identificó  los  cuchillos  enmangados  representados en la roca y los calificó como idénticos a los que había  encontrado  en  la  cueva  de La Candelaria y La Paila.

En cuanto  a  las  representaciones, algunas de ellas sugieren que la hoja de piedra, aunque siempre terminaba en punta, pudo variar en cuanto a la base, siendo en ocasiones poco cóncava, a manera de una gota, aunque casi siempre era un triángulo de lados rectos. En  referencia  a  las  pinturas,  está  el  caso de  Chiquihuitillos,  en  Mina,  en  donde  destaca una  extraordinaria  pintura  en  la  que  se  distingue un  cuchillo  enmangado.  En  esta  pintura  puede observarse  la  representación  de  rombos  pintados en  el  mango,  simulando  la  pintura  que  se  le  solía aplicar  al  mango  del  cuchillo  real  de  acuerdo  a  los ejemplos de Coahuila.

Las armas: el palo conejero

Un  artefacto  que  también  fue  usado  como  arma por los grupos que habitaron el noreste de México y  Nuevo  León  es  un  arma  arrojadiza  llamada  palo conejero.  La  descripción  que  hace  Álvar  Núñez Cabeza  de  Vaca,  quien  fue  uno  de  los  primeros españoles  que  cruzaron  por  lo  que  ahora  es  el noreste de México, es la primera hallada sobre este tipo de arma arrojadiza. Por   aquellos   valles   donde   íbamos,   cada uno  de  ellos  llevaba  un  garrote  tan  largo como tres palmos, y todos iban en ala; y en saltando  alguna  liebre  (que  por  allí  había hartas), cercábanla (sic) luego, y caían tantos garrotes sobre ella, que era cosa de maravilla, y  de  esta  manera  la  hacían  andar  de  unos para otros, que a mi ver era la más hermosa caza  que  se  podía  pensar,  porque  muchas veces ellas se venían hasta las manos.

Respecto  a  lo  anterior,  encontramos  una descripción casi idéntica del arma, con igual función y  utilizándose  las  mismas  tácticas  de  cacería  en  el otro extremo del país, en el caso de Baja California, donde   también   aparece   una   pequeña   y   corva espada, que fue usada del mismo modo.

Las  armas  arrojadizas  tipo  bumerán  probablemente  se  usaron  en  muchas  partes  del  mundo desde épocas remotas, y se caracterizan por tener un movimiento giratorio. Por lo que respecta al palo conejero, común también en las sociedades del sur de los Estados Unidos, se trata de un palo de diferentes formas, pero que suele ser arqueado por lo general. No  se  han  encontrado  estos  ejemplares  en Nuevo León, pero en el caso de Coahuila sí existen importantes  hallazgos  que  constatan  su  uso.  Las dimensiones de estos artefactos arqueológicos coinciden con las descripciones documentales, pues “los trespalmos” a los que hace referencia Álvar Núñez Cabeza de Vaca son alrededor de 60 centímetros.

En  cuanto  al  uso,  sabemos  que  si  bien  funcionaba como  una  especie  de  bumerang,  pero  sin  regreso  para  quebrar  las  extremidades  del  animal  en movimiento, también tenía otros usos. El entorno de la cacería ¿Cómo  sabían  dónde  cazar  y  cuándo?  ¿Qué  especies e individuos cazaban en estos grupos? Al dar-nos cuenta que durante miles de años sobrevivieron con una economía de apropiación basada en la caza, la pesca y la recolección, es posible pensar que poseían un amplio conocimiento de la naturaleza, y no sólo  de  las  características  de  las  rocas  usadas  para manufacturar  herramientas  y  armas.  Para  cazar al  igual  que  para  recolectar  debían  tener  un  cono-cimiento  de  la  geografía,  de  las  especies  animales y  vegetales.

Esto,  entre  muchas  otras  cosas,  se deduce  de  la  gran  cantidad  de  nombres  de  grupos indígenas documentados en los registros históricos que  hemos  analizado,  pues  hay  que  recordar  que estos grupos se autodenominaban con aquellas palabras que usaban para designar especies animales, vegetales  y  elementos  de  la  naturaleza,  estos  nombres  conforman  una  clasificación  de  la  naturaleza con  gran  detalle,  pues  son  sumamente  exactos  y pueden  reconocerse  desde  el  punto  de  vista  de  la biología contemporánea. Podemos  pensar  que  muchos  de  estos  conocimientos se encuentran plasmados en la roca, y para ejemplificarlo es conveniente hacerlo con cierto tipo de figuras: las huellas de animales.

En este tipo de motivos grabados es posible identificar con certeza la especie de la cual se trata: huellas de venado, borrego cimarrón, berrendo y jabalí, entre otras, ya que  cada  una  marca  diferente  en  el  suelo.  Como ejemplo, podemos mencionar al venado cola blanca que posee cuatro dedos que son dos largas pezuñas que  se  apoyan  constantemente  en  el  suelo,  y  otras dos pequeñas llamadas falsas pezuñas, las cuales se localizan  más  arriba.  En  contraparte,  el  berrendo sólo tiene dos pezuñas, pues carece de las pezuñas falsas. Sin embargo, el hecho de que en un determinado petroglifo aparezcan dos pezuñas, no debe interpretarse  como  si  se  tratara  de  la  huella  de  un berrendo, pues en el caso del venado cola blanca las llamadas falsas pezuñas solamente dejan su impresión  en  el  suelo  cuando  galopan  o  en  terrenos  húmedos.

Esto  nos  permite  especular  acerca  de  los petroglifos  con  dos  pezuñas  largas  y  dos  pequeñas ya  que  pueden  aludir  a  un  venado  cola  blanca.  El reconocimiento de la huellas debió ser fundamental para tener una caza exitosa finalmente. También  debieron  tener  conocimiento  del comportamiento de los animales, conocer el hábitat y  muchos  otros  aspectos  de  ellos,  incluyendo  la época de apareamiento, los periodos de gestación y de nacimiento. Resulta interesante la posibilidad de que dicho conocimiento esté reflejando en pinturas rupestres o en los petrograbados, pues algunos que han  sido  interpretados  como  cuentas  numéricas, concretamente  aquéllas  que  suman  el  número  207, se  cree  que  se  referían  al  periodo  de  gestación  de ciertas especies como, el venado cola blanca.

Estas observaciones servían para contabilizar el paso de los días,  las  veces  que  aparecía  la  luna,  el  crecimiento de  las  plantas  y  los  periodos  de  gestación  y,  por consiguiente,  el  momento  adecuado  para  cambiar  de  lugar  el  campamento  en  cada  estación  del  año, y  para  la  celebración  de  los  eventos  importantes  y las ceremonias. Sin  embargo,  el  hecho  de  que  tuvieran  importantes  conocimientos  acerca  de  los  animales  y, por lo tanto, posibilidad de cazar, no significa que lo hacían de una manera descontrolada. Por ejemplo, en cuanto a la conducta con respecto a las presas, seguramente, como ocurre con otros grupos nómadas de  cazadores-recolectores,  debieron  mantener  reglas rígidas para regular la caza, pues estas sociedades aprenden a no sobreexplotar el medio ambiente creando mecanismos sociales que evitan el abuso de los recursos, pues, de lo contrario y en caso de romper  el  equilibrio,  se  corre  el  riesgo  de  padecer hambre. Por tanto, debieron limitar la caza sólo a lo necesario y para aquello que se podía consumir.

Como  ocurre  también  en  muchos  grupos, en  ocasiones  tal  vez  hubo  cierta  flexibilidad.  De acuerdo a las fuentes escritas, sabemos que para la celebración se cazaba la mayor cantidad de animales posible y se preparaban en barbacoa. Desde nuestra  perspectiva  es  necesario  contextualizar  dichas referencias  históricas,  pues  seguramente  esto  no se  podía  dar  en  cualquier  momento  del  año  ni  se podía cazar cualquier pieza. Es decir, en muchos grupos  existen  prohibiciones  respecto  a  la  caza  de hembras gestantes o crías, y este tipo de caza se da en  determinadas  circunstancias.  Esto,  entre  otras cosas,  podemos  deducirlo  y  corroborarlo  con  los restos óseos encontrados en los sitios arqueológicos; sin embargo, los estudios enfocados al sexo y edad de  las  especies  cazadas  permitirán  obtener  más información al respecto.

En  cuanto  al  coto  de  caza  de  cada  grupo,  debieron  ser  áreas  bastante  grandes,  lo  suficiente para  tener  que  acampar  durante  la  expedición;  tal vez salían partidas de cazadores y permanecían uno o más días en busca de presas, ya que, en el caso de que el campamento estuviera en los valles y tuvieran que  internarse  en  las  sierras  y  cañadas,  un  día  no necesariamente sería suficiente para obtener la caza deseada. Debido  al  tiempo  dedicado  a  la  obtención de una presa mayor, como lo es un venado, más que importancia  alimenticia,  su  cacería  debió  ser  más útil desde otros puntos de vista, ya que se satisfacían otras necesidades que van más allá de lo alimentario cuando se obtenía una presa como ésta; el hecho de obtener la cornamenta y la piel debieron otorgar al cazador cierto prestigio dentro del grupo.

Además, las pieles, al quedar en posesión de quien había obtenido  la  pieza,  eran  vistas  dentro  del  grupo  social como  una  prueba  de  la  capacidad  del  individuo,  y en  su  momento  serían  de  utilidad  para  conseguir una  pareja.  Aunado  a  esto,  tenían  una  fuerte  con-notación simbólica, tal y como lo constatan algunas fuentes que señalan que los indígenas atribuían poderes mágicos a las astas y esto, a su vez, se hallaba asociado con los ancestros. Éstas han sido encontradas  en  contextos  arqueológicos  que  sugieren  su uso como trofeos, y muchas veces están atadas a un palo  junto  con  otros  elementos.  Además,  en  muchos  petrograbados  y  pinturas  podemos  identificar con precisión las astas, lo que refleja su importancia en otros ámbitos.

La teoría de caza y recolección óptima  enfatiza  el  hecho  de  que  los  cazadores-recolectores darán prioridad a la búsqueda de los alimentos que brindaran más beneficios, pero que se obtengan de-dicando menos tiempo y esfuerzo. Coincidimos  con  distintos  investigadores al  considerar  que  el  cazador  tendría  preferencia por una especie pequeña pero fácil de capturar, en contraste  con  una  especie  de  talla  mayor  pero  que resulta  difícil  de  cazar.  Por  esto  se  considera  que la caza de un venado debió ser algo no tan común, una actividad esporádica, ya que requería mucho tiempo y esfuerzo, por lo que siempre había que estimar  la  relación  de  costos  contra  beneficios,  pues muchos  conejos  proveen  las  mismas  proteínas  que un venado.

Esto ha sido corroborado en estudios de  coprolitos  y  los  restos  óseos  de  sitios  como  la cueva de La Espantosa, en Coahuila, y grupos del sur  de  Texas,  donde  existía  más  evidencia  de  que habían consumido una mayor cantidad de roedores y conejos que de venados o berrendos. En el caso del venado bura y probablemente con  mayor  razón  el  borrego  cimarrón, hoy  especies extintas en la zona, debieron ser más objeto de deseo que una pieza usual, pues aunque en Coahuila se han encontrado artefactos manufacturados con cornamenta  de  borrego  cimarrón,  no  parece  tratarse de una presa. En los petrograbados de Nuevo León y Coahuila se han encontrado representaciones que han sido interpretadas como cuernos y huellas de borrego cimarrón, lo que, a nuestro juicio, más  que  reflejar  el  hecho  de  que  se  tratara  de  una presa   frecuente,   corrobora   la   contemporaneidad de dicha especie con presencia humana, reflejando quizá  el  deseo  de  obtener  un  trofeo  codiciado  por pertenecer  a  una  especie  con  alto  valor  simbólico.

Caso similar el del berrendo, ya que su hábitat y comportamiento  lo  convertían  en  una  presa  difícil, puesto que vive en llanos y pastizales, lo que hacía que pudiera observar con facilidad a los cazadores, además  de  ser  el  animal  más  veloz  del  continente americano.  No  obstante,  se  tiene  evidencia  que sugiere su caza, pues en Coahuila se han encontrado, entre otras cosas, pezuñas de este animal. En tiempos tardíos, las fuentes históricas mencionan la presencia de dicha especie en el territorio. De  igual  modo,  podemos  señalar  que  es posible   que   cazaran   grandes   carnívoros   como osos   o   pumas,   aunque   seguramente   sería   una tarea  muy  complicada,  lo  que  significa  que  no eran  presas  frecuentes.  Y,  aunque  no  se  puede descartar la utilización de esta carne como alimento, probablemente  su  caza  tenía  también  otros  fines que  iban  más  allá  de  las  necesidades  primarias,  ya que  por    sus  características  es  posible  que  se  les atribuyera una fuerte carga simbólica lo que también constatan  las  figuras  grabadas  en  las  rocas  que  se han interpretado como improntas de oso.

Su caza, por tanto, demostraba el valor y pericia del cazador, además de que se obtenían valiosas piezas como trofeos, la piel y los dientes. Esto se sabe a partir de la evidencia arqueológica de los grupos  nómadas  del  noreste  de  México,  pues,  por ejemplo,  al  oriente  de  Coahuila,  Walter  Taylor  encontró  restos  cortados  de  piel  de  puma,  mientras que al suroeste de la misma entidad Aveleyra reportó un canino (colmillo) aparentemente de un oso atado a un cordel. En el caso de Nuevo León, han aparecido  caninos  de  oso  en  distintos  sitios  serranos, como  el  caso  de  la  cueva  de  la  Zona  de  Derrumbes.  Por  otra  parte,  en  la  excavación  de  la  cueva denominada La Morita II, en Villaldama, se recuperó un colmillo de un mamífero de grandes dimensiones. Sin descartar la posibilidad que los indígenas  hayan  hecho  hallazgos  fortuitos  de  cadáveres, de  los  cuales  aprovecharan  partes  del  cuerpo,  nos inclinamos a pensar que, al menos ocasionalmente, dichos grupos sí cazaban osos, pumas y otros mamíferos carnívoros como el lobo, que sabemos habitó en Nuevo León.

De igual modo, coyotes, tejones y otras pequeñas especies de carnívoros debieron ser cazados, sobre todo, para obtener la piel. Respecto   a   este   grupo   de   carnívoros,   y concretamente  al  grupo  de  los  cánidos,  resulta  interesante  que,  además  del  lobo,  coyote  y  zorra,  es posible  que  existiera  el  perro,  pues  se  han  encontrado restos de perros en la cueva de La Candelaria, en  Coahuila  y  aparentemente  en  Nuevo  León, pues  recientemente  se  encontraron  restos  óseos  en la  cueva  La  Morita  que  fueron  identificados  como restos de perro. Cabe mencionar que, en cuanto a las fuentes, Cabeza de Vaca menciona la presencia de  lo  que  llamó  perros  mudos,  aunque  no  se  ha podido precisar la especie a la que hacía referencia. En cuanto a las especies explotadas en tiempos históricos, se mencionan además de venados y berrendos,  conejos,  liebres,  víboras  y  culebras,  jabalíes,  codornices,  guajolotes  y  otras  aves,  perritos de las praderas y otros roedores, gato montés, armadillos,  tejones  y  coyotes.

Cabe  mencionar  que  los borregos, cabras, cerdos, reses y gallinas, entre otras especies,  no  existían  en  el  continente  americano, por  lo  que,  lejos  de lo que en ocasiones creen muchos lugareños  y  a  veces  se piensa  en  el  ámbito popular,  los  indígenas  que  habitaron  Nuevo  León no comían cabrito ni cazaban dichas especies, hasta  que  fueron  introducidos  por  los  europeos,  pues durante la Colonia los grupos indígenas del noreste efectivamente  sí  cazaban  ganado  mayor  y  menor, situación  que,  como  veremos,  agravó  el  conflicto entre españoles e indígenas.

La pesca

Además de la cacería, existía otra importante fuente de recursos y proteína en la dieta de estos grupos, la pesca, que sólo era practicada si existían las condiciones, por lo tanto, se limitaba a las áreas en donde existían ríos, arroyos y lagunas. Dicha   actividad   está   bien   documentada por De León, quien refiere que al parecer debió ser practicada  tanto  por  hombres  como  mujeres,  pero no  lo  sabemos  con  certeza.  Esta  actividad  de  subsistencia  es  descrita  por  De  León,  quien  también refiere la presencia de especies como robalo, bagre, mojarra y besugo en los ríos que riegan el territorio de Nuevo León. De igual modo, en la evidencia arqueológica también se puede observar el papel de la pesca como complemento de la caza y la recolección de vegetales.

Ahora bien, por sus características, los restos  óseos  de  peces  son  más  difíciles  de  conservar  por  lo  que  es  difícil  encontrarlos  en  los  con-textos arqueológicos de Nuevo León, por ejemplo, en abrigos rocosos como Cueva Ahumada, sitio localizado al poniente de Monterrey. Sin embargo, el hecho de no encontrar evidencia de pesca, no significa  que  no  haya  existido,  pues  afortunadamente en otras localidades de Nuevo León sí se han recuperado  evidencias,  como  ocurrió  en  las  excavaciones  realizadas  por  Valadez,  pues  de  acuerdo  a  sus comentarios personales sabemos que en la cueva La Morita II, localizada en la orilla sur del río Sabinas, han sido identificados distintos restos óseos de peces, especies que aún existen en dicho río. Respecto a las técnicas con que se obtenían estos peces, es muy probable que pescaran de diferentes  formas.

Por  ejemplo,  utilizaban  el  arco  y  la flecha  que  probablemente  tenían  puntas  pequeñas de piedra, las cuales tenían muescas y aletas a manera de arpón, lo que permitiría una mejor sujeción y dificultaría su salida del cuerpo del pez. Al parecer, también  encandilaban  al  pez,  como  lo  hacen  otros grupos   humanos:   probablemente   se   introducían parcialmente al río o laguna e iban caminando durante la noche, portando antorchas y acercándolas a la superficie del agua con el fin de atraerlos y capturarlos. Y, tal vez, para evitar asustar a los peces, pudieron atar las antorchas en los árboles de las orillas de los cuerpos de agua. También,  como  lo  constatan  los  hallazgos en  Coahuila,  pudieron  manufacturar  redes  de  ixtle    que,  además  de  ser  útiles  para  cargar  y  trasportar el  menaje  doméstico  o  frutos,  pudieron  servir  para pescar.

Por lo tanto, podían colocar redes o ramas en lugares estratégicos aprovechando la corriente y las  formaciones  de  estanques  o  represas  naturales para atrapar los peces. Del mismo modo, tal y como señala De León, es posible que en ciertas ocasiones se  sumergían  y  buceaban  para  pescarlos  directa-mente bajo el agua. Por otra parte, aunque no se tiene la evidencia,  no  se  puede  descartar  que  habría  situaciones que propiciaban y facilitaban la pesca, por ejemplo, cuando  bajaba  el  nivel  de  los  arroyos  intermitentes o  lagunas  que  se  formaban  con  las  lluvias  es  posible que los peces quedaran confinados en espacios más  reducidos  y  no  tan  hondos.  También  al  haber crecidas  súbitas  de  los  ríos  que  tomaran  de  nueva cuenta su nivel, tras su desecación de manera estacional,  tenían  la  posibilidad  de  que  los  peces  quedaran atrapados en charcos de agua poco profundos que se desconectaban del curso principal del río, lo que facilitaba la pesca, incluso usando ramas, palos y  hasta  las  manos,  como  ocurre  en  otras  partes  del mundo.

Recolección

En  el  paleoindio  y  el  arcaico,  la  caza  fue  una importante fuente de alimento y es muy posible que, a través del tiempo, la cacería fuera decayendo hasta que la recolección de vegetales llegó a ser la base de la alimentación de estos grupos. Por supuesto, esto no significa que se haya dejado de cazar, sino que el porcentaje  de  alimentos  que  conformaban  la  dieta de  estos  grupos  era  mayoritariamente  de  origen vegetal, y era complementada con el producto de la caza y la pesca.

Es    necesario    señalar    que    esta    misma situación ocurre entre la mayoría de las sociedades que  tienen  una  economía  basada  en  la  caza  y  la recolección, pues de estas actividades y del trabajo de las mujeres es de donde obtienen la mayor parte de alimentos. Ahora bien, a diferencia de la cacería, la recolección  requiere  menos  artefactos,  o  son  menos fáciles  de  concebir  en  una  situación  retrospectiva. Por ejemplo, para la recolección de vainas de mezquite y maguacatas, tunas, pitahayas y otros frutos, no  se  requieren  complejos  artefactos,  sino  que  la propia  mano,  un  palo  o  una  vara  con  poca  o  sin ninguna modificación es suficiente. Además, a esto hay  que  añadir  que  las  redes,  cestas  u  otro  tipo  de contenedor para guardarlos y trasportarlos fueron hechas  de  material  perecedero,  por  lo  que  sólo  en ciertas condiciones se han preservado.

A diferencia de los restos de los huesos de animales cazados, los restos  de  las  plantas  recolectadas  son  más  difíciles de  encontrar  en  los  sitios  arqueológicos  pues, además  de  que  las  cáscaras,  semillas  y  demás  restos de plantas se degradan en poco tiempo, hay que agregar que, cuando se conservan, se trata de restos que pocas veces se pueden observar a simple vista, por lo que lo más común es encontrar restos carbonizados  o  cenizas,  que  afortunadamente  pueden mantener  las  suficientes  características  para  lograr su identificación.

En otras palabras, y en comparación con las innumerables  puntas  de  proyectil,  existe  relativamente  poca  evidencia  material  que  permita  formar teorías  acerca  de  la  recolección.  Sí  existen  ciertos  artefactos  y  elementos  que  dan  cuenta  de  ello, como las piedras de molienda (metates y manos) y los morteros, pero  sólo dan una visión parcial de la recolección. Por lo tanto, es necesario describir esta actividad a través de otros artefactos y elementos arqueológicos, así como las fuentes históricas y, desde luego, el análisis de suelos o polen.

Los artefactos de piedra pulida característicos de  Nuevo  León  son  las  piedras  de  molienda  que, aunque podían tener un trabajo previo por abrasión y pulido, en realidad iniciaban siendo utilizados con su forma natural e iban tomando su forma final con el uso a través del desgaste, por lo que, si partimos de  que  ésta  era  una  tarea  femenina,  entonces  eran ellas las creadoras de estos artefactos. Entre  los  artefactos  asociados  con  la  molienda de semillas y pastos, están los llamados metates, los cuales, en Nuevo León, eran lajas de roca sedimentaria  que  eran  elegidas  porque  de  manera natural tenían características idóneas para dichas tareas, es decir, poseían una o más superficies planas, y aunque de contorno irregular, muchas veces eran semirrectangulares.

Posteriormente,  con  la  fricción que se le hacía con el mismo uso, se iban formando poco a poco, pues el desgaste suele producir una concavidad al centro de forma oval.  Esto se hacía  con  su  complemento:  las  manos.  Las  manos regularmente  eran  simples  guijarros  o  piedra  bolaqueeran escogidas por sus características: primero  estaba el tamaño, pues debían tener las dimensiones de un puño, o un poco más grandes, las cuales, eran relativamente  fáciles  de  encontrar;  otra  característica  importante  era  la  forma,  es  decir,  no  se  elegía una piedra demasiado esférica o muy angulosa, sino con un criterio que podemos llamar ergonómico, se escogían  piedras  con  formas  oblongas  o  circulares, ya que éstas se adaptaban mejor y requerían menos tiempo  y  esfuerzo  para  un  uso  efectivo.  También había morteros móviles y sus respectivos tejolotes o manos de morteros. Se trataba de rocas con diferentes formas y tamaños; para comprenderlo mejor, podríamos  asociarlo  con  un  molcajete,  exceptuando  que  no  tenían  patas  y  estaban  manufacturados con rocas locales, es decir, de origen sedimentario, y  no  como  los  molcajetes  que  son  de  roca  volcánica.

Los morteros móviles tienen la característica que se iban desgastando debido a que en su interior se machacaban  y  molían  plantas  y  tal  vez  minerales. En  ocasiones,  el  constante  uso  iba  desgastando  la roca  hasta  que  se  producía  una  perforación  en  la base  del  mortero.  Por  supuesto,  estos  artefactos  son impensables sin su complemento, los tejolotes o manos de mortero, que eran rocas de forma alargada y servían para machacar o macerar. En  teoría,  los  morteros  y  los  metates  eran movibles,  pero  en  la  práctica  los  grupos  humanos sólo  llevaban  consigo  la  madera,  mientras  que  los que  se  elaboraban  en  piedra  eran  dejados  en  el campamento  para  su  uso  en  el  futuro.  Tenían  una función semejante a un elemento arqueológico que también  es  para  moler,  pero  que  es  imposible  mover;  los morteros fijos, que también se localizan en gran parte del norte de México, en Coahuila, donde han sido registrados y descritos con detalle.

En algunos sitios se encuentran agujeros esculpidos sobre el piso de cuevas, abrigos rocosos o sobre  rocas  de  grandes  dimensiones.  En  cuanto  a su  manufactura,  es  verdad  que  resulta  complicado dar  una  explicación  concluyente,  pero  nos  inclinamos a pensar que, como los metates y las manos de los morteros, se iban formando a través del uso. En cuanto a las dimensiones de los huecos, los hay de diferentes tamaños, desde algunos pequeños de 10 centímetros hasta aquellos de 30 centímetros de diámetro,  mientras  que  la  profundidad  que  tienen puede  pasar  los  50  centímetros,  dependiendo  de la porosidad de la roca y del tiempo en que fueron usados.

Obviamente,   para   esto   se   requiere   que existan  afloramientos  de  roca  cuyas  características permitieran   su   manufactura;   el   resultado   final dependería,  por  tanto,  de  la  geología  local.  Por ejemplo, para el caso de Nuevo León, y de acuerdo a  los  sitios  que  se  han  registrado,  se  suele  tratar de  diferentes  tipos  de  rocas.  En  otras  palabras,  en algunos sitios al poniente del municipio de Mina los morteros son areniscas, lo que les da una apariencia café  rojizo  o  sepia.  Mientras  que  en  otros  casos, por ejemplo en el municipio de Santa Catarina, los morteros  están  en  afloramientos  de  rocas  calizas, que  tienen  una  tonalidad  grisácea  o  de  un  azul blanquecino.

En   cuanto   a   su   función,   creemos   que dichos  agujeros  funcionaban  principalmente  para moler  semillas  o  plantas  forrajeras,  tal  y  como  la etongrafía de grupos del norte de México lo sugiere, pues  posiblemente  su  principal  uso  era  machacar las  semillas  de  mezquite.  Igualmente,  existe  una referencia que arroja luz al respecto, pues en el siglo XVI  Cabeza  de  Vaca  menciona,  probablemente antes de cruzar el río Bravo, cómo molían el mezquite en pozos hechos en la tierra. Situación que, si bien es  posible,  en  otras  ocasiones  la  debieron  realizar en  los  llamados  morteros  fijos,  es  decir,  cuando existían  afloramientos  rocosos.  Incluso  es  posible que en ocasiones también se pudieran machacar las tunas para obtener líquidos, y podemos añadir que también pudieron funcionar como reservas de agua, pues  sabemos  que  en  los  morteros  fijos  se  puede acumular  agua  de  lluvia  durante  muchos  días,  por lo que no se debió desaprovechar esta situación. Por  ejemplo,  a  unos  cuantos  kilómetros  al suroeste  de  Monterrey,  en  el  área  conocida  como La  Huasteca,  en  Santa  Catarina,  existen  morteros fijos  en  afloramientos  planos  de  roca  caliza.

De acuerdo  a  su  localización,  podemos  pensar  que, entre   otras   cosas,   los   antiguos   habitantes   que utilizaron dichos morteros pudieron moler distintas cosas como semillas de mezquites o piñones de las áreas cercanas, y es que en la actualidad se pueden observar  árboles  de  mezquite  en  los  alrededores, mientras  que  hacia  el  norte  de  este  punto,  a  unos cuantos kilómetros de distancia en línea recta, pero varios cientos de metros más a nivel del mar, justo en la Sierra Madre Oriental, existe un bosque de pino-encino de donde obtenían los piñones con facilidad. Obviamente, debemos tomar en cuenta los cambios climáticos y de vegetación que han ocurrido a través del  tiempo,  pues  como  en  otras  áreas  del  noreste y  sur  de  Texas,  los  bosques  de  mezquite  se  han propagado o desparecido a través del tiempo debido a cuestiones naturales o afectaciones humanas.

En lo que respecta al complemento que ser-vía para moler y machacar, podría tratarse de rocas alargadas  y  semicilíndricas  como  las  descritas  por González, que presentan uno o ambos extremos pulidos. Pero creemos que esto era sólo hasta cierto punto,  pues  no  se  puede  descartar  el  uso  de  largasramas  gruesas  o  troncos  delgados,  ya  que  algunos morteros tienen una profundidad de más de 50 centímetros, por lo que se dificultaría encontrar y manipular una roca tan larga y pesada.

Los alimentos y su preparación

Como en otros ámbitos de la cultura, en lo referente a la alimentación de los grupos que habitaron Nuevo León, también debemos hacer un análisis cauteloso, pues aunque los alimentos están determinados biológicamente de acuerdo a nuestra naturaleza, ya que  el  organismo  acepta  o  no  digerir  un  alimento, es la cultura lo que distingue aquello que sí se puede  y  lo  que  no  se  puede  comer. En  otras  palabras, no  todo  lo  comestible  se  come,  sino  que  en  todas las  culturas  existen  gustos,  restricciones  y  prohibiciones  alimentarias  permanentes,  temporales  o  circunstanciales.

Seguramente,  al  menos  en  ciertas  áreas  del noreste  de México y sur de Texas, existieron grupos  que  durante  el  invierno  sufrían  ciertas  carencias, como  lo  reflejan  los  coprolitos,  pero  en  realidad no parece ser una situación generalizada. Y es que, probablemente,  durante  el  invierno  se  reducía  la cantidad  y  calidad  de  alimentos,  pues  disminuyen considerablemente  los  recursos  alimenticios  vegetales,  tal  como  lo  señalan  otras  fuentes  históricas, como los textos de De León. También es cierto que si los indígenas que habitaban en el siglo XVII pasaban hambres se debió más a la alteración sufrida por la presencia de los españoles; por lo tanto, y de acuerdo a la evidencia etnográfica, entre los cazadores-recolectores no suele existir la desnutrición  y, como ya lo señalamos, no es verdad que los indígenas de Nuevo León estaban siempre hambrientos y dispuestos a comer todo tipo de planta o animal.

Además,  debemos  dejar  atrás  otros  prejuicios que están relacionados con las prácticas alimentarias,  como  es  el  hecho  de  utilizar  el  concepto  de inmundicias  para  referirse  a  determinado  alimento que un grupo diferente al nuestro come. Pues, aunque no se trata de vegetales sino de animales, dentro de  la  recolección  se  pueden  incluir  las  arañas,  gusanos  y  roedores.  Pero  esto  no  debe  entenderse  de manera errónea y creer que la necesidad los orillaba a comer dichas especies, como a veces se le atribuye al considerar que  eran el último recurso y los únicos alimentos disponibles. No, en realidad, cada sociedad  tiene  sus  alimentos  comestibles  y  lo  separa  de aquéllos que no lo son.

Por  otro  lado,  hay  que  recordar  que  las  diferencias no sólo responden a cuestiones dietéticas o  económicas,  sino  que  en  ocasiones  el  hecho  de abstenerse  de  un  alimento  y  preferir  otro  tiene  un trasfondo mágico o religioso. Por ejemplo, en la sociedad  católica  contemporánea,  durante  la  cuaresma, se indica abstenerse de consumir carne roja y se da preferencia a los vegetales y el pescado; y a veces se trata de reglas mucho más estrictas, como sucede con  la  abstención  de  comer  carne  de  cerdo  por  los judíos, o de res por grupos de la India, por citar sólo los casos más conocidos. Como  ha  sucedido  en  diferentes  épocas  y lugares, probablemente estas prohibiciones también existían  entre  los  grupos  humanos  que  habitaban Nuevo León. Por ejemplo, De León señala que, al menos ciertos grupos, se abstenían de comer sapos y lagartijas, lo que refleja ciertos tabúes y restricciones alimenticias. Difícilmente podemos saber con certeza qué alimentos consumían todos los grupos humanos del noreste y de Nuevo León a través del tiempo, pero podemos  hacer  ciertas  generalizaciones.

Sin  perder de vista, claro está, que la dieta debió variar de acuerdo al tiempo y el espacio. Entonces, ¿qué tipo de  alimentos  consumían?  Entre  las  plantas  nativas que eran aprovechadas en el área, podemos pensar que se consumían varios tipos de tuna, el nopal, la misma  flor  de  tuna,  la  vaina  de  mezquite  y  sus  semillas. También la flor de la biznaga y otros cactus, conocidos  en  la  actualidad  como  cabuches,  debieron  ser  alimento  durante  la  primavera,  y  lo  mismo debió  ocurrir  con  las  flores  de  las  yucas,  también conocidas  como  palmas  (Yucca  sp).  Las  fuentes históricas mencionan diversas especies de frutos silvestres que eran consumidas por estos grupos, pero no especifican cuáles. Sin embargo, es muy posible que,  de  acuerdo  a  la  región,  se  tratara  de  anacuas (Ehretia anacua), granjenos (Celtis pallida), chapo-tes (Dyospiros sp.), nuez encarcelada (Juglans sp), y otras especies, incluyendo el llamado chile piquín (Capsiccum  annuum).  También  debieron  aprovechar  raíces  o  tubérculos  y  algunos  pastos  silvestres,  como  menciona  De  León.

Respecto  a  esto, es  posible  que  uno  de  ellos  fuera  la  setaria,  pasto conocido como cola de zorra, que es una gramínea con semillas harinosas que, al parecer, fue utilizado en México desde hace milenios. Respecto a esto, resulta  interesante  el  hecho  de  que  es  una  especie cuya presencia se ha documentado en contextos arqueológicos del noreste de México. En cuanto a los análisis paleobotánicos realizados en Nuevo León, podemos destacar los efectuados  en  el  sitio  de  Boca  de  Potrerillos,  en  Mina, donde se analizaron muestras de polen en un metate y  uno  de  los  fogones.167  Aquí  vale  la  pena  señalar que, aunque no se trata de los indígenas de Nuevo León  sino  del  surponiente  de  Coahuila,  se  puede mencionar una referencia sobre el uso de las raíces de  una  planta  de  la  familia  del  tule  (Thypa  latifo-lia),  pues  sabemos  que  en  el  siglo  XVII  la  molían y  hacían  una  harina  que  ingerían  de  distintas  formas, ya sea como bebida o comida.

Por lo tanto, el polen de tule encontrado en el metate de Boca de Potrerillos sugiere que sus habitantes practicaban y compartían  el  mismo  procedimiento  de  los  grupos del sureste de Coahuila, utilizando el tule como alimento. Cabeza  de  Vaca,  en  el  siglo  XVI,  menciona  que  los  indígenas  del  noreste  y  sur  de  Texas  se alimentaban de una especie de frijoles que tal vez eran maguacatas, el fruto en vaina del ébano. Otro tipo de vaina que desempeñó un papel muy importante en la dieta de estos grupos es el mezquite (Prospois sp), pues han sido encontrados restos botánicos en  gran  cantidad  de  mezquite  y  otras  leguminosas en sitios arqueológicos de Coahuila y Texas.

Tan es  así  que,  haciendo  una  analogía  de  los  llamados hombres  del  maíz  en  Mesoamérica,  algunos  auto-res  han  llamado  a  los  grupos  del  noreste  como  los hombres  del  mezquite,    por  la  importancia  que tuvo esta especie vegetal en distintos ámbitos de la vida, pues no sólo era alimento, sino que el uso del mezquite  también  era  para  preparar  bebidas  y  una especie  de  panes.  Sin  embargo,  cabe  mencionar que  esto  pudo  tener  cambios  a  través  del  tiempo, pues se sabe que el mezquite multiplicó y extendió su presencia desde hace 3 mil años en áreas donde no había existido.

Otra  de  las  comidas  más  frecuentes  fue  la que  obtenían  de  distintas  especies  de  agave,  pues el corazón y la inflorescencia conocida como quiote son  comestibles.  Y,  aunque  no  hay  certeza  de  ello, en  Nuevo  León  el  uso  de  plantas  como  el  maguey comenzó a desempeñar un papel más importante en la dieta de estos grupos entre el 3000 y 2500 a. C. Respecto  a  esto,  hay  que  señalar  que  las  especies más  comunes  en  Nuevo  León  son  la  lechuguilla (Agave  lecheguilla)  y  el  maguey  americano  (Agave americana). A diferencia de las tunas, el mezquite y otros frutos, el corazón de agave está presente todo el año, es por ello que en el invierno era el alimento más consumido. Además, aportaba muchas calorías debido al azúcar que contiene.

Los españoles, influenciados por los grupos nahuas,  llamaban mezcale  a  la  cocción  del  corazón de  algunos  tipos  de  agave,  pero  pudieron  ser  varias especies las consumidas. Por ejemplo, en otras partes del noreste existe un pequeño agave llamado noa,  que  sabemos  que  también  servía  de  alimento.  Probablemente,  el  más  común  era  el  maguey sotolero, parecido a la lechuguilla, cuya cocción era durante un lapso de alrededor de 48 horas, tiempo requerido para obtener el jugo y los trozos que eran chupados y masticados, tal y como señalan las fuentes  históricas.  Cabe  mencionar  que,  en  las  cuevas de Coahuila, en Cuatrociénegas, se han conservado restos masticados de dicha planta.

El  recurso  del  maguey  no  se  agotaba  solamente  como  alimento,  sino  que  tenía  otros  usos, como laxante por ejemplo, ya que al desechar las hebras del maguey, se secaban al sol y se machacaban en  morteros  de  palo  hasta  pulverizarlas.  Luego  se ingería para obtener efectos purgativos. Como  ya  lo  habíamos  adelantado,  otra  especie  que  también  representaba  una  substancial fuente  de  alimento  era  el  nopal  (Opuntia  sp.).  La mayor aportación de este alimento se obtenía en el verano,  tras  la  aparición  de  las  tunas;  sin  embargo hay que señalar que los grupos indígenas no reducían su utilidad a esta temporada del año, ya que podían anticipar y postergar la obtención de alimentos aprovechándolos  en  otros  momentos.  Por  ejemplo, es posible que el nopal pudiera haber servido de alimento asando o cociendo las pencas tiernas.

Esta planta podía ser consumida de distinta forma, por ejemplo, la flor de tuna y la misma tuna cuando aún no había madurado, podían ser ingeridas tras su cocción en hornos subterráneos, es decir, a  manera  de  barbacoa.  De  igual  modo,  ya  cuando los nopales habían dado su fruto en pleno verano, se pudo haber comido la tuna cruda y fresca. Esto, por ejemplo, fue evidenciado en el análisis de los coprolitos (restos de excremento humano) de la cueva de La Espantosa cerca de Cuatrociénegas, en Coahuila, hecho por Bryant, quien encontró una gran cantidad de restos de tunas, lo que sugería que durante el verano se alimentaban principalmente de éstas. Ahora  bien,  aunque  al  finalizar  el  verano termina  la  época  de  tunas  y  se  podría  pensar  que con ello terminaba el uso de esta planta, en realidad no es así, ya que los grupos indígenas sabían cómo prolongar la vida útil de los frutos para consumirlos en época de escasez.

Por supuesto, dicha preservación y acumulación de alimentos no duraba mucho tiempo, pues además de la dificultad inherente a la cantidad y calidad de los alimentos, hay que señalar que  entre  estos  grupos  también  existían  restricciones sociales que lo impedían.181 No obstante, la preservación que hacían era aprovechada al máximo. Para el caso de las tunas, hacían una especie de pasa, pues, aprovechando los intensos rayos solares del verano, las tunas eran colocadas bajo el sol hasta lograr deshidratarlas. Entonces, tras la desecación, los frutos podían ser conservados sin riesgo de putrefacción hasta por varios meses, lo que significa que durante el otoño e invierno, es decir, cuando ya no  había  disposición  del  fruto  en  la  planta,  la  tuna podía ser consumida.

Algo semejante ocurría con otras especies de plantas, pues igual que el nopal, el mezquite brinda sus frutos en el verano, las semillas de las vainas podían ser consumidas al tomarlas di-rectamente  del  árbol  cuando  estaban  maduras;  los indígenas hacían una gran recolección de estas vainas  durante  el  verano,  la  cual  excedía  en  cantidad la  que  podía  ser  consumida  en  ese  momento.  Esto se hacía pensando en el futuro. Las vainas de mezquite  se  secaban  y  posteriormente  se  machacaban en  metates  o  morteros  de  madera  o  de  piedra hasta  pulverizarlas,  luego  era  cernida  y  esta  harina  se  guardaba  en  pequeñas  bolsas  de  petate  para comerla posteriormente. Y, aunque existen muchas variables, de acuerdo a cuestiones temporales y regionales, al menos el mezquite ya molido debió servir de alimento durante el otoño.

En otros nichos ecológicos, por ejemplo en las sierras de Nuevo León, a cierta altitud, se hallan bosques de coníferas, y en algunas de ellas existían y aún existen distintas especies de pinos del género Pinus, los cuales poseen conos de distinto tamaño y semillas comestibles, destacando entre ellas las del pino  piñonero  (Pinus  cembroides),  especie  que  fue muy  aprovechada  por  los  grupos  que  habitaron  la región,  pues  comían  el  piñón  de  distintas  formas. Por ejemplo, hacían una especie de masa de piñón, la cual se obtenía al moler piñones tiernos, formando pequeñas  bolas.

También,  al  igual  que  lo  hacían con  otros  alimentos,  se  hacía  una  harina  de  piñón para prolongar su tiempo de consumo. Dicha harina se hacía triturando y moliendo en metates o morteros  los  piñones  secos  y,  al  parecer,  en  esta  harina incluían la cáscara bien molida. Respecto a lo anterior,  cabe  mencionar  que  en  muchas  ocasiones  los metates y manos que se encuentran en Nuevo León y  al  norte  muestran  claras  huellas  de  picoteo  en  la superficie,  lo  que  se  debe  seguramente  a  que  molían semillas duras y huesos, como señalaba Taylor para sus hallazgos de manos en cuevas de Coahui-la. Además, la dieta de alimentos abrasivos como pastos y semillas no sólo pueden deducirse con las dentaduras,  concretamente  con  el  desgaste  de  las muelas  de  los  restos  humanos  encontrados,  sino que, específicamente, se corrobora con el análisis de los coprolitos de la misma cueva de La Espantosa, en la cual se encontró presencia de cáscaras, huesos y semillas.

Como ya hemos visto, hay muchos vegetales nativos del noreste que pueden ser consumidos frescos, directamente de la planta, es decir, sin ningún tipo de preparación, como la tuna, la pitahaya, el  mezquite  y  muchos  pequeños  frutos.  En  el  caso de  las  tunas,  sólo  se  requiere  quitarle  las  espinas, por ejemplo, limpiándolas con ramitas de gobernadora (Larrea tridentata) o incluso rodándolas sobre la  tierra.  Posteriormente  podían  cortarlas  con  un cuchillo o una lasca con filo para quitarle la cáscara con facilidad. De igual modo, aunque no contamos con la evidencia  arqueológica,  probablemente  los  indígenas de Nuevo León también consumían los panales de abejas, los cuales sólo era necesario bajar de los árboles o peñascos, pues una vez retiradas las abejas era   suficiente   masticar  los  fragmentos  de panal  para  obtener  la miel.

Otras  veces  es-tos  alimentos  no  sólo se consumían tiernos o frescos, sino que los hacían harinas, como es el caso del mezquite, maguacatas, los piñones y otras especies. Algunos alimentos necesariamente  debían  pasar  por  un  procedimiento de  preparación  para  hacerlos  comestibles.  Tal  es  el caso de las bellotas del encino (Quercus spp), pues no son comestibles en su estado natural, sino que se requiere  cocerlas  para  hacerlas  comestibles,  es  decir, había que extraerles el ácido tánico. En  el  caso  de  la  carne,  creemos  que  debió ser  ingerida  sin  que  pasara  mucho  tiempo  entre  la obtención y el consumo, pues debió ser asada o cocida en hornos subterráneos (parecido a lo que llamamos barbacoa) antes de que entrara en estado de putrefacción. Es decir, si partimos de que la caza de mamíferos  de  talla  mayor  no  debió  ser  muy  abundante,  es  difícil  creer  que  la  conservación  de  carne fuera algo común. Sin embargo, en caso de haberlo hecho, seguramente debió hacerse a través de secar la  carne  al  colocarla  bajo  el  sol,  tal  y  como  ocurría con muchos grupos de Norteamérica.192En  cuanto  a  la  preparación  de  los  alimentos  en  los  hornos  subterráneos,  De  León  describe la  preparación  de  algunos  de  ellos.

Por  ejemplo, el  quiote  y  otras  partes  del  agave,  las  tunas  verdes y  por  supuesto  la  carne  eran  cocidas  en  barbacoa. Esto  se  puede  saber  no  sólo  a  partir  de  las  fuentes escritas,   por   la   abundante   evidencia  material. Pero, ¿qué es lo que el arqueólogo encuentra en la actualidad? Los elementos que se denominan fogones son pequeños montículos o concentraciones de rocas  fragmentadas  que  varían  en  tamaño  de  0.5  a 2.5 metros de diámetro en promedio. Las rocas son, en general, areniscas de forma irregular, con aristas angulosas y con tamaños que van entre 5 y 20 centímetros; presentan tonalidades entre café, rojo, gris y gris muy claro, dependiendo del tipo de roca y el tiempo y grado de exposición al fuego a que fueron sujetas. A estos elementos se les conoce también con el nombre de hearths en Texas; cocedores o chimeneas, en Nuevo León; loberas en Sonora, hornos y mezcaleros en Coahuila.

*El presente texto se rescata del Tomo I: Monterrey Origen y Destino (2009). Donde participaron:José Antonio Olvera en la Coordinación General. Eduardo Cázares, como Coordinador Ejecutivo y Ernesto Castillo como Coordinador Editorial.

 

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