La historia de un edificio no implica (ni debiera implicar) abordarlo únicamente bajo una perspectiva arquitectónica, aunque también sería un error ignorarlo; pues a través del análisis arquitectónico se observan las transformaciones no sólo físicas de su estructura, sino los cambios políticos, económicos y sociales presentes en tales modificaciones. El propósito, a fin de cuentas, es entramar historias sobre las personas que construyeron, modificaron y habitaron uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad de Monterrey. Historia que va de la mano con la fundación misma de Monterrey. El nacimiento de la población requería del nombramiento de las autoridades civiles que ejercieran la justicia y ejecutaran las ordenanzas que les fueran enviadas; cuando Diego de Montemayor la fundó el 20 de septiembre de 1596, determinó que la administración de justicia, concejo y cabildo, estuviera compuesta por dos alcaldes, cuatro regidores, un procurador general y un escribano de Cabildo, mismos que cambiarían anualmente.
El asiento físico para la administración del gobierno de la ciudad debió ubicarse en la plaza principal, tal como se dispuso con la iglesia mayor. Para la erección del edificio público se estableció las haciendas que éste tendría para su construcción y conservación:[…] señaló a los dichos propios un sitio de estancia de ganado mayor en el río de San Juan, de esa otra parte del río, con cuatro caballerías de tierra, todo lo cual quede la administración de ello a la justicia y Regimiento de esta ciudad, para las causas que se ofrecieren al bien y adorno de la república y lo que de ello procediere de los frutos y rentas, se distribuya en casas reales. La construcción de las Casas Reales debió realizarse con materiales modestos y perecederos, éstas debieron subsistir hasta 1612 cuando una inundación devastó la pequeña población de Monterrey en el margen Norte del arroyo Santa Lucía.
El traslado de la ciudad al Sur del arroyo Santa Lucía, en su parte más alta, delineó la nueva población, los inmuebles representativos de los poderes civiles y militares volvieron a levantarse, aunque con muchas carencias; pues los materiales seguían siendo precarios, por lo que las Casas Reales solían estar en continua reconstrucción. A esta triste situación se sumaba la escasez de capital, por lo que una de las formas de allegarse fondos para la edificación del edificio de gobierno fue la imposición de multas; una de ellas dictaba, en enero de 1629, que en caso de que alguien no aceptase un cargo público pagaría de pena 25 pesos para continuar con las obras. Con el nombramiento de Martín de Zavala en 1626 como gobernador y capitán del Nuevo Reino de León, fue reconocido como tal “estando en cabildo en las Casas Reales de esta dicha ciudad” de Monterrey, entregándole las varas de justicia el 24 de agosto. Al rendirle cuentas del gobierno que se tenía antes de su llegada, uno de los puntos que destacaron es que tenían las Casas Reales levantadas.
Primera hoja del contrato para la construcción de las Casas Reales en 1653.
No obstante, algún descuido había en ellas, ya que el gobernador Martín de Zavala recordaría, en 1653, que a su entrada en 1626, pagó de su caudal, el costo y colocación de puertas y ventanas de madera de los tres cuartos que tenían las Casas Reales: una sala, un aposento y un cuarto pequeño que servía de cárcel. Las modestas Casas volvieron a sufrir el embate de la naturaleza en septiembre de 1636, las fuertes lluvias de ese mes provocaron una crecida que terminó por derribar “todas las casas de Monterrey y las iglesias, dejándolo hecho un desierto”. Las Casas Reales debieron caerse como el resto de las construcciones, pero igual volvieron a levantar las en los meses subsiguientes, pues hay noticia del funcionamiento de la cárcel para agosto de 1637. En el año de 1642, las lluvias de septiembre nuevamente hicieron estragos, “cayéronse en ellas las más de las casas, sin daño de la gente, por ser de día”. Las Casas Reales se dañaron y su compostura no se hizo esperar, una de las formas de allegarse de fondos fue implementar una multa de “cien pesos aplicados para gastos y obras de estas casas reales” a los dos alcaldes ordinarios electos en enero de 1643 si no cumplían con su asistencia diaria a la ciudad seis meses uno y seis meses el otro.
En junio de ese mismo año, el gobernador Martín de Zavala multó a los alcaldes ordinarios “por el descuido de no compeler a los regidores que cuidasen de lo que era a su cargo acerca del adobo de las casas de cabildo, limpia de la ciudad, venida el agua a ella y defecto de los papeles del cabildo”. Destinó 400 pesos de las multas para “adobo y aderezo de las Casas de Cabildo [y] obra de la cárcel por no haberla en la ciudad”. Si bien la cárcel no estaba en condiciones de ser utilizada, las Casas Reales sí se encontraban en uso, a fines de ese año y durante tres meses, se pegaron en sus puertas, un edicto “para arrendar los indios, tierras y aguas de los propios y consecutivamente los que pertenecen al dicho cabildo”. En 1644 cayó fuerte aguacero en las faldas de la sierra de San Gregorio que al bajar a la población de Monterrey la arremetió “derribando las casas que topaba, haciéndolo todo un mar”.
Para lamento de las autoridades, las Casas Reales y las construcciones en general sufrieron tales daños que el gobernador Martín de Zavala pagó de su caudal la reconstrucción de ellas, además de ordenar la adecuación de “un foso hondo que cerca la villa”; éste evitó que Monterrey quedara nuevamente arrasado por una crecida un miércoles dos de septiembre de 1648. No hay noticia de otras inundaciones en años posteriores, cuando el gobernador Martín de Zavala recordaba en febrero de 1653, los temporales que había sufrido el Reino en años anteriores, debió referirse a los ya citados. Que debido a ellos, “se han caído las casas del cabildo que en esta ciudad se fabricaron, y la madera de toda ella que tan solamente era una sala y un aposento y otro pequeño que servía de cárcel se ha podrido con las puertas y ventanas”.
En ese año, las condiciones de las Casas Reales eran realmente deplorables, además de estar caídas y su madera podrida, los animales ya habían excretado dentro de ellas. Motivo por el cual ordenó derribar sus paredes y terrado que quedara, “y quitar la madera por estar de suerte que no puede servir para cosa ni aprovecharla, respecto de estar toda comida y podrida, limpiar el suelo y allanarlo”.Asimismo, ordenó se pregonara si había en la ciudad una “persona o personas que quieran hacer las dichas casas y acabarlas parezcan ante mi, y haciendo forma y planta de la obra que han de tener y todo lo que deban hacer”.
Las Casas Reales de 1655. La impronta de Martín de Zavala
La obra fue concedida a Juan Alonso Bazán, vecino de la villa de Cerralvo, quien fue el único postor que entregó un plan de construcción, “para lo cual hago presentación de esta planta, cuya obra de ella haré en la forma que en ella aparece”, terminándola en dos años. La obra acordó realizarla con la participación del sargento Juan de Montalvo, albañil, y Rodrigo Nores, maestro de carpintería.
*El presente texto se rescata del Tomo I: Monterrey Origen y Destino (2009). Donde participaron:José Antonio Olvera en la Coordinación General. Eduardo Cázares, como Coordinador Ejecutivo y Ernesto Castillo como Coordinador Editorial.
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