Haz de cuenta

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Hablemos seriamente y a conciencia acerca de lo que hacemos y no como ciudadanos, haz de cuenta, porque es necesario, ya que creemos vivir en la  justa medianía, pero carecemos de congruencia.

Para entrar en detalle -y permítaseme como hombre cívico, no como escritor-, contar una historia que presencié hoy: en la avenida Cumbres cruz con Rangel Frías, rumbo a Puerta del Sol, manejaba mi automóvil durante la mañana en dirección al trabajo. Cuando la sitición era normal, por llamar así al típico tráfico que existe en el poniente de la ciudad de Monterrey, en un hecho irregular un conductor se salió de su carril para introducirse en el adjunto, evitando así hacer la correspondiente fila. En el acto, como hecho casi extraordinario, apareció un intrépido tránsito. Ágilmente y con mirada de encono, silbó para indicarle la negativa a la persona que hizo la maniobra, pidiéndole orillarse con el dedo de la mano derecha. Desde luego, la acción sucedió en cinco segundos. El desenlace de la historia no la conozco porque debía seguir con mi camino, pero tal asunto me hizo reflexionar lo siguiente: ¿por qué hacemos lo que está prohibido?

Ante la constante vorágine que las personas vivimos en una gran ciudad, la rapidez domina nuestra existencia; sin embargo, aunque es un hecho, podemos cambiar. Resulta difícil abstenernos a no realizar acciones que puedan molestar, perjudicar y obstruir la vida del prójimo porque estamos en un mundo en donde el egoísmo es el concepto más desarrollado. ¿Y cómo es esto? Muy sencillo: las acciones que efectuamos y van contra prójimo representan desprecio. Hablo en el sentido más estricto. Dicho en otros términos, se trata de no me importa lo que pase a los demás. Todo lo contrario, debe importarnos porque vivimos en comunidad.

Por una parte, el Tránsito realizó bien su acción de detener al conductor y hacerle ver su falta, porque está evitando así con el ejemplo que siga sucediendo. En el ideal, es así; no obstante, en el deber ser no. Al estar su figura de autoridad, nos detenemos, ir más rápido en zona escolar se convierte en una aventura y no en un acto ético, o hacer acrobacias rapaces para cambiarn de carril en la vialidad significa que “soy bien chingón” en la manejada. Por esto, el sinónimo popular reza que toda aquella persona infractora de las normas de conducción se le llama “cafre”. Ahora bien, con estas ejemplificaciones pretendo ir más allá de la anécdota en mi argumento: como personas necesitamos hacer valer el respeto a través de nuestras conductas cívicas y éticas. Sabemos que es menester hacerlo, mas no logramos concretar. En este sentido, quiero hacer énfasis en que no es una generalización de las circunstancias, sino es un mal común que afecta a la ciudadanía. Cometer actos de abuso -porque eso es- cuando conducimos el automóvil, queriendo sobrepasar a las personas a toda costa habla en buen grado de la educación moral que tenemos. Ciertamente, somos entes pensantes; sin embargo, llevar a la práctica el respeto y la educación es predicar con el ejemplo. En Monterrey nos hace falta reflexionar, pero más hacer, construir y dar una oportunidad a reinventarnos cívicamente.

Como en este acto, también existen otros. No solo se trata de los automovilistas, sino de las personas que también vamos en camión u otro medio de transporte. El hecho es que andar en la calle resulta una odisea. Empieza desde temprano y acaba con la noche, cuando millones de seres regresamos a nuestras casas. ¿Qué queda? Compartir un buen momento con la familia, la esposa, el esposo o los amigos, incluso en el disfrute de un buen libro en la soledad de nuestro cuarto. ¿Y con qué fin? Permitirnos de frugalidades para compensar una realidad atroz, dominada por lo efímero y el entretenimiento superficial. Con lo anterior, expreso mi idea de materializar en los actos el respeto y el derecho al tiempo; también a ceder con gentileza el paso a un peatón; a hacer partícipe la acción que realmente sucede en el cerebro cuando deseamos obrar con ética y no lo hacemos, ya por miedo, ya por vergüenza.

Concluyo esta opinión diciendo que un primer paso para llegar a instancias superiores incluye poner arrojo, valentía y empeño en los actos, manifestando que es mucho más viable apelar a la razón a través del respeto que hacer uso de actos corruptos y egoístas. ¿Cómo podemos lograrlo? No hay fórmula, sólo hay caminos, a los cuales hemos de llegar a través de nuestra conciencia.


Te invito a leer más de mis artículos en mi sección de Luis Estrella en Diario Cultura.

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About Author

Luis Estrella

Luis Estrella (Ciudad Mante, Tamps). Es escritor y poeta, licenciado en Letras Hispánicas por la UANL. Figura en el libro de cuentos Calidoscopio (2005), publicado por la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, con el cuento “La muerte de Emilio”. En poesía con La vida que pasa (Diáfora, 2013). Ha publicado las novelas Después de la niebla (Nómada, 2015) y Los 70´s después de Cristo (Resolana, 2016). Trabaja en su tercera novela. Ha colaborado en diversas revistas y periódicos, así como en diversos proyectos culturales que difunden la lectura; fundó la revista literaria La Llave (2014-2015). En la actualidad escribe para las revistas Diario Cultura, SubUrbano y Merca 2.0. Labora en Playful, una agencia consultora de business innovation como Copywriter creativo.

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