Luto en la galaxia; murió Ray Bradbury

Ray Bradbury dijo que al morir sus cenizas fueran puestas en un tarro de sopa de tomate y llevadas a Marte.

Ray Bradbury, el maestro de la ciencia ficción –él prefería decir literatura fantástica–  que conmovió con sus historias sobre la colonización de Marte, el de los profundos relatos de la condición humana y el hombre que creía en la lectura como actividad perene, tesis expuesta en Farenheit 451, falleció el pasado martes a la edad de 91 años. La galaxia está de luto.

Con su partida se cierra la gran triada de escritores del género. Años antes se le adelantaron Isaac Asimov (1920-1992) y Arthur C. Clarke (1917-2008), contemporáneos suyos y muy diferentes entre sí al momento de crear imaginarios literarios.

Y en efecto, uno de los rasgos que distancian a Bradbury de sus colegas, es esa capacidad de soñar, de creer en el cambio en la humanidad. Él siempre pensó que el hombre alguna vez sería capaz de poblar Marte y de esta manera “dejar atrás los problemas de la Tierra y comenzar de nuevo”.

Hoy, con su ausencia, su obra deja la impronta perene en sus lectores, en el asteroide que lleva su nombre y el cráter de la Luna bautizado en su honor como Cráter Dandelion, inspirado en su libro Dandelion wine (El vino del estío).

Cómo olvidar sus textos: Crónicas marcianas, el extraordinario relato de la colonización de Marte por el hombre; o El vino del estío y La feria de las tinieblas, la profunda descripción de la condición humana a través de la mirada de la infancia que se enfrenta al conocimiento del tiempo, la muerte y la responsabilidad que tiene el ser humano en su existencia.

Recordar Farenheit 451, el mundo de los libros que busca ser destruido por una serie de bomberos destructores del saber y que fracasan por la tenacidad de los lectores. El tema que muestra que la lectura será eterna.

Y en cada una de sus obras de ficción, y en las pocas de no ficción, Ray nos deja un legado que pasa por generaciones de lectores que conocen los polos del hombre: los miedos, las culpas, sus lados oscuros pero también la esperanza, la moral y el optimismo.

Hombre de su tiempo, Bradbury también hizo crítica de las nuevas tecnologías. Pensaba hace 12 años que los libros estaban condenados a desaparecer. “En Estados Unidos, los niños no aprenden a convertirse en seres humanos receptores y ninguno se ocupará después de leer. Así llegará el final de los libros, con esta forma de censura sutil”.

En 2006 volvió a insistir en ese aspecto en una videoconferencia desde su casa de Santa Mónica (California) que se transmitió en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

La falta de educación convierte a los libros en innecesarios y hace que “se quemen solos”, proclamó para agregar que las nuevas tecnologías “bombardean a la sociedad con información, pero de cara a la formación de las personas nada es sustitutivo de la lectura”.

Bradbury, un ávido lector desde niño, se preciaba de no usar computadoras y consideraba que internet solo servía para el comercio y que en la vida actual había demasiadas máquinas.

Fueron la agudeza y el sentido del humor dos rasgos de la personalidad de Ray, quien decía ser descendiente de una de las brujas de Salem y recordaba que con diez años había sido ayudante en una función del famoso ilusionista Blackstone.

Admirador declarado de Rice Burroughs y de Julio Verne, se consideraba a sí mismo “un narrador de cuentos con propósitos morales y le gustaba identificar su género con la fantasía.

“En primer lugar, no escribo ciencia ficción (…) la ciencia ficción es una descripción de lo real. La fantasía es una descripción de lo irreal”, dijo una vez para aclarar que entre sus obras solo Fahrenheit 451 podía inscribirse en el primer género y que Crónicas marcianas estaba en el segundo como los mitos griegos.

Su nieto Danny Karpetian, anunció la muerte de Bradbury en  la web especializada en ciencia ficción, io9.com.

“Si tuviera que hacer alguna declaración, sería lo mucho que le quiero y le extraño, y espero con interés escuchar los recuerdos que tienen de él todos aquellos que estuvieron a su lado”, dijo. Y subrayó la influencia que el autor imprimió en muchos artistas, escritores, profesores o científicos, y calificó de experiencia muy conmovedora y reconfortante escuchar sus historias.

“Su legado sigue vivo en su obra monumental de libros, cine, televisión y teatro, pero lo más importante, en las mentes y los corazones de cualquiera que lo haya leído, porque la lectura permitía conocerle. Era el hombre más grande que conozco”, añadió Karpetian.

En una entrevista en 2004, dejó su aspiración llegado el momento de partir: “Cuando muera quiero que me cremen, que pongan mis cenizas en un tarro de sopa de tomate… ¡Y me entierren en Marte!”

 

Novela:

Fahrenheit 451 (1953)

El vino de estío (1957)

La feria de las tinieblas (1962)

El árbol de las brujas (1972)

Cementerio para lunáticos (1990)

El ruido de un trueno (1990)

Sombras verdes, ballena blanca (1992)

Matemos todos a Constance (2004)

El verano de la despedida (2006)

 

Cuento:

Crónicas marcianas (1950)

El hombre ilustrado (1951)

Las doradas manzanas del sol (1953)

Remedio para melancólicos (1960)

Las maquinarias de la alegría (1964)

La bruja de abril y otros cuentos (1994)

Más rápido que el ojo (1996)

 

No ficción:

Zen el arte de escribir (2002)

Bradbury habla (2008)