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Las cosas que inspiran: la ayuda.

Por Mariana García Luna

A veces creemos que para ayudar tenemos que ir al otro lado del mundo. Que quienes verdaderamente sufren son aquellos que se encuentran en medio de la guerra, del hambre, de las epidemias, de las catástrofes. Que para ser buenas personas debemos unirnos a movimientos sociales, pacifistas, políticos, ecológicos o de cualquier otra índole humanitaria. Que para salvar vidas debemos estudiar medicina, enfermería, psicología, psiquiatría o, por lo menos, servir como paramédicos o bomberos. Pero yo les digo una cosa, esto no necesariamente es así.

Por supuesto que la labor de todas las personas que dedican su tiempo, su vida, sus recursos a este tipo de actividades es muy loable y merecen todo nuestro respeto, admiración y reconocimiento, sin embargo, hay otro tipo de sufrimientos que están más al alcance de la mano de nosotros los simples mortales. Para ayudar no hay más que voltear un poco la vista para ver al que está a tu lado: tu madre; tu esposo; tu esposa; tu padre; tu abuela; tu abuelo; tu hija; tu hijo; tus nietos; tu amiga; tu amigo; tus hermanos; la señora que está sentada frente a ti en una banca, en un café, en la clase de ballet de tu sobrina; la cajera del súper; el “viene viene”; la empleada doméstica… la lista puede ser muy larga.

Qué maravilloso es brindar consuelo a alguien que en ese momento de su vida tiene un pesar que, por mínimo que parezca, es el más grande de todos, porque tiene que ver con lo más valioso: su propia existencia. Qué maravilloso que alguien esté ahí para nosotros, no en el África, no; no salvando ballenas, sino sentado a nuestro lado tomándonos la mano o colocando la suya en nuestro hombro, parando oreja para escucharnos con atención, viéndonos fijamente a los ojos, para darnos a entender sin palabras: sí aquí estoy, te escucho, me interesas.

Si quieres ayudar, si te sientes inspirado por la idea de servir a los demás uniéndote a importantes causas, adelante, hazlo, pero nunca minimices el poder que tienes dentro de ti para aliviar el sufrimiento de los que están más cerca, para salvarlos del dolor. Los pequeños sufrimientos, los del día a día, los que se acumulan a través de los años, son los que causan las más grandes depresiones.

Un buen amigo, que siente un gran deseo de ayudar, fue quien me inspiró a escribir estas líneas. Él piensa que lo que hace no es la gran cosa. Yo me sentí la gran cosa cuando me escuchó con atención; cuando compartió conmigo sus experiencias, sus conocimientos; cuando abrió su alma para percibir los sentimientos de la mía. ¿Acaso eso no es aligerarle la vida a uno?…

Y a ti, ¿te inspira ayudar?…