Por Mariana García Luna
¿Por qué cuando la gente camina por la calle, ya sea por ejercicio, placer o porque no le queda de otra, tiende a ignorar a todo aquel que pase a su lado?…
No entiendo esa manía tan fea de hacer como que no te vi, de desviar la mirada al cerro, en el mejor de los casos, o al suelo, en el más desesperado. ¿Por qué se le tiene tanto miedo al contacto humano?… ¿Dará miedito que descubran los secretos, las frustraciones o soledades?… ¿que en una de ésas unos ojos intuitivos salten para decirnos: “¡Ajajá, ya te caché!”?… ¿O será porque también no queremos enterarnos de los sufrimientos de los otros, pero tampoco de las alegrías?…
De un tiempo para acá he empezado a adquirir el buen hábito de salir a caminar. Mientras camino, no puedo evitar observar a la gente (e inventarle alguna que otra historia), pero sobre todo no puedo evitar sonreír y buscarles la mirada. No porque yo sea la alegría andando o la lumbrera de la vida o la presidenta del club de los optimistas; simplemente lo hago porque no puedo evitarlo. Eso de ignorar a la gente no es lo mío, por lo menos no en esta nueva etapa de mi vida. En algún tiempo yo también me escondía, aunque no sabía de qué. He comprobado que la mayoría de las personas, casi siempre mayores, me devuelven la sonrisa, la cual agradezco; pero hay otras que parecieran molestarse o se sorprenden de que alguien ande por la calle regalando sonrisas: “¿como por qué o qué?”… “no son tiempos para andar confiando en nadie”, “sonrisitas a mí, ja”… “¿Y ésta, qué quiere?, ¿le gusto o qué?”… “¿me querrá bajar al novio?”… Supongo que más o menos así son los diálogos internos que nos alejan y permiten la “ignorancia”.
Todas las religiones (que conste que no soy religiosa), todos los preceptos espirituales y ahora hasta la física cuántica expresan que todos somos uno, que estamos conectados, en palabras bíblicas: que somos hermanos. Entonces, ¿por qué nos escondemos?…
No sería más grata la vida si por donde pasamos recibiéramos y diéramos miradas de: “lo sé, yo también tuve un día pesado, pero ánimo, mañana será otro día”; “qué padre está tu blusa”, “qué linda pareja hacen”; “no estés triste, no estás solo”; “cuéntame el chiste, yo también me quiero reír”… ¿No sería inspirador?…
No se trata de ir contándole a todo el mundo nuestra vida, no se trata de marear a quien se deje con nuestros problemas; simplemente se trata de relacionarnos como verdaderos seres humanos compasivos. Dicen que la indiferencia es peor que el odio porque deja al ser humano en un estado de no existencia. Y si no existimos, entonces, ¿qué somos?…
A veces, un simple saludo, un “buenas tardes” acompañado de una sonrisa sincera, una mirada de empatía, puede cambiarle el humor a una persona que pasó todo el día sola, tratando de sobrevivir en un mundo que pretende ignorarla.
Tal vez soy idealista, y este mundo compasivo con el que sueño no pueda existir, pero, ¿no fueron los idealistas los que provocaron las revoluciones por la libertad?… Quizá si nos uniéramos, podríamos derrocar a la monarquía de la ignorancia. ¿No creen?…
Y a ti, ¿no te parecería inspirador dedicarle una mirada a la gente?…