LAS COSAS QUE NOS INSPIRAN / La risa

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Por Mariana García Luna

Había una vez un perro que se llamaba Chiste; lo atropellaron y se acabó el chiste.

Bien, lo admito, soy pésima contando chistes, además de desmemoriada porque nunca me acuerdo de ninguno, y si lo hago recuerdo los más malos (como ya se habrá visto). Lo cierto es que si hay algo para atraer la risa a nuestro tan ocupado día es un buen chiste. Nada mejor que una buena carcajada para sacudirnos lo que haya que sacudirse: estrés, monotonía, cansancio, aburrimiento, soledad.

Admiro a aquellos que con tal soltura cuentan chiste tras chiste, mientras yo pido piedad porque de tanto reír se me retuerce el estómago. Es una dulce agonía: un ataque de risa siempre es bienvenido, aun si es en los momentos menos oportunos. Por supuesto, en dicho momento preferiríamos que nos tragase la tierra, pero al mismo tiempo nos sentiríamos aliviados pues el trago amargo sería más ligero.

Uno de los ataques de risa más inolvidables de mi vida sucedió bajo un aguacero en Barcelona: me encontraba con una amiga tratando de llegar al metro; una tormenta se avecinaba, pero nosotras habíamos salido de casa muy bien preparadas con nuestros paraguas de tres euros, recién adquiridos en la tienda de los chinos.

No nos preocupó que lloviera: a unos cuantos metros estaríamos a salvo bajo el subsuelo. Aferradas a nuestros “finísimos” paraguas caminamos bajo una lluvia que parecía estar de nuestro lado. No fue hasta que el edificio que nos cubría del feroz viento se terminó, que nos dimos cuenta de la calidad de la tormenta. Dos enormes terrenos baldíos a cada lado de la acera abrían paso a lo que fuera; el metro parecía estar a kilómetros de ahí y el viento se reía a carcajadas de nuestra suerte. En medio de la tromba, dos mexicanitas con sus paraguas volteados, aferradas aún a esos blandengues palos de “metal” tragaban agua de contento, mientras los rímeles y el maquillaje se escurrían gustosos. Sin poder hacer nada más que tratar, con todas nuestras fuerzas, de que el viento no nos arrastrara hasta el mar por aquel río en el que se había convertido la calle, la risa se apoderó de nosotras. Yo creo que eso nos salvó de la tormenta. Estábamos muertas de risa, empapadas hasta las palabras, que ni siquiera alcanzábamos a escuchar.

¿Por qué en aquella fragilidad nos reímos tanto?… Sin lugar a dudas nos burlábamos de nosotras mismas. Siempre he pensado que si se puede elegir, es mejor reír que llorar. Dicen que las grandes comedias surgen de las tragedias; los mejores chistes seguramente provienen del mismo lugar. Bueno, aquella no fue en sí una gran tragedia: nadie salió con neumonía, es más, ni con una mísera gripa. Eso sí, el trayecto a la casa fue un suplicio, porque el frío nos recordaba a cada instante que en la lucha con la Madre Naturaleza, la “ganona” siempre es ella. Aunque la verdad, no perdimos nada: ganamos una increíble dosis de buen humor. Burlarse de uno mismo puede resultar muy inspirador.

Los únicos que perdieron en este cómico incidente fueron nuestros paraguas, los cuales no pudieron ver el resplandeciente sol catalán que salió un día después. Algo así como lo que le pasó al perro llamado Chiste.

Y a ti, ¿qué te inspira para reír?…

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About Author

Hermann Gil Robles

Director de Inbound Marketing en Diis Mkt. Especializado en periodismo on-line con enfoque en arquitectura de información. Catedrático en el Tec Milenio y narrador. Autor de los libros: No hay buen puerto, Fuera de la Memoria, Los Sueños de los Últimos Días, La Ciudad del Olvido. Obtuvo el Premio Binacional de Novela 2016 Frontera de Palabras / Border of Words.

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