Por Mariana García Luna
Dos locos sueñan que salen volando por la ventana, tienen alas como los pájaros y son libres, también. Aunque sea sólo en sueños.
Así finaliza una emotiva obra de teatro que acabo de ver. Tenía tiempo pensando sobre la libertad, mucho tiempo, no días, no meses, años, tal vez. Esta obra terminó por ser el remate inspirador que necesitaba para escribir esta columna (aunque no el remate que necesito para entender totalmente eso que muy dentro de mí grita todo el tiempo: ¡libertad!, ¡libertad!… pero me acercó, lo que ya es ganancia).
La libertad, me parece, es el atributo más importante del ser humano. Tan fundamental ha sido que miles de hombres y mujeres han muerto (y siguen muriendo) en el afán de conquistarla. Muchos ya nacimos con la libertad como una cualidad inherente e innegable al hombre, por lo que hasta nos hemos dado el lujo de darla por sentado: aquí está y siempre estará. Vamos al súper y nos damos el gusto de elegir, para comer, entre pollo, carne o pescado (o berenjenas y tofu si se es vegetariano); si vamos de vacaciones elegimos entre la playa o el campo; y si no hay mucho dinero, pues entre el cine o salir a bailar o quedarnos en casa a ver la tele; pero elegimos, ésa es la cuestión.
Todos los días nos vemos “obligados” a tomar cientos de decisiones que afectarán a menor o mayor escala nuestra vida, y es cierto: a veces, la libertad de elegir agobia. Todo sería más fácil si alguien viniera y nos dijera qué tenemos que hacer para ser felices, para no malgastar el tiempo, para ir directamente al meollo de la vida, a lo que vinimos a hacer, para no cansarnos con tanto trajín de equivocaciones y enmendaduras; en pocas y coloquiales palabras que nos dijera: “a lo que te truje, Chencha”. Porque yo supongo que cada uno tiene un algo que cumplir, sea lo que sea, pero todo parece indicar que ésa, precisamente, es parte de nuestra chamba: averiguar a qué vinimos. Y mientras lo averiguamos (consciente o inconscientemente) dejamos que la libertad de elegir nos pase desapercibida, cuando en otros lugares, con otras circunstancias (quisiera decir que muy lejos de nosotros, pero sabemos que no es así), la libertad le es coartada a muchos seres humanos, todos los días, todas las noches. Lo sabemos, no nos hagamos.
Por eso, ¿no es acaso motivo de inspiración darnos cuenta de la cantidad incalculable de libertad que poseemos?… El hecho de que hayas elegido leer esta columna (gracias, por cierto) y no otra, es ya un indicador de que eres libre. La libertad va más allá de vivir en medio de un frondoso bosque o en una playa paradisíaca o de tener tal libertad financiera que la mismísima libertad pueda comprar. La libertad empieza donde empiezan todas las cosas importantes del Universo: dentro de nosotros mismos.
Volvámonos como esos dos locos a quienes les salieron alas y volemos tan alto como esos pájaros de nuestra ilimitada imaginación; soñemos despiertos con la libertad de respirar libertad. Seamos agradecidos e inspirémonos en cada ocasión en la que tengamos la fortuna de elegir, aunque sea sólo para decidir entre ponernos zapatos negros o cafés. Hay quienes ni siquiera tienen esa opción.
Y a ti, ¿te inspira la libertad?…