Las leyendas no tan olvidadas de Monterrey. 2da parte

0

Asesinatos, tesoros, chicas bailadores y cotorros parlantes.

Todos las mentes generan historias, algunas de ellas tienen restos de verdad, otras son mera imaginación pero cuando mezclamos hechos verídicos con la tradición de cuento, nacen relatos que bien podrían ser parte de un mundo fantástico.

A continuación se muestra  la segunda parte de las principales leyendas que forman parte del imaginario popular de la ciudad de Monterrey.

La bailadora del diablo

Habitaba por la calle del Colegio de las Niñas, hoy Abasolo, una alegre y linda joven, muy aficionada a los bailes. Como era muy solicitada por los muchachos, aceptaba invitaciones de todos. La madre viuda, sufría mucho, pues era objeto de habladurías de la gente. La chica era solitaria, sin amigas y sólo procurando la compañía de los jóvenes que la tomaban como objeto de diversión pasaba su vida sin “oficio ni beneficio”.

Una vez le anunció a su madre que iría a un baile. Esa noche, al preguntarle, quién la acompañaría ella le contestó: voy con el primero que llegue a nuestra puerta. La madre sumamente disgustada por la insolente respuesta le dijo: Estoy segura de que sí el diablo viniera a invitarte con él irías.

Riéndose la joven fue a vestirse para el baile y cuando minutos más tarde oyó que llamaban a la puerta, le anunció a su madre: ya me voy estoy segura de que vienen por mí.

Al abrir la puerta, vio un atractivo joven de negro que gentilmente la invitaba para que lo acompañase. Sin importarle quién era el que solicitaba su compañía y sólo queriendo divertirse, salió de su casa.

Al volver a ella, después de haber bailado mucho con su joven y atractivo acompañante, éste para despedirse, la abrazó. Al hacerlo ella sintió que los brazos del joven la quemaban y al soltarse, él arañaba su rostro. Empezó a gritar y a sus gritos acudieron numerosos vecinos y la angustiada madre, alcanzando ver al que desaparecía dejando un penetrante olor a azufre y a la joven tirada en la acera.

Arrepentida de su vida anterior, y con el rostro desfigurado la joven ingresaba a un convento. No habría de estar mucho tiempo, en esta casa de oración porque murió días después.

Promesas del más allá.

Entre 1905 o 1906 cuando Monterrey era una ciudad apacible, había por la vieja calle del Comercio, (llamada Morelos) un sitio de coches de tracción animal.

Uno de los cocheros, don Gregorio conocido popularmente por “don Goyo”; viejo bonachón y con fama de atento y servicial, solía permanecer durante toda la noche.

Era una noche en que la lluvia menuda humedecía el pavimento de ladrillos, y en el frío calaba hasta los huesos.

El vetusto reloj de la Catedral empezaba a dar las doce campanadas, Don Goyo, calado el sombrero y envuelto en su cobija de lana, cabeceaba en el asiento del coche, con pocas esperanzas de que hubiese algún pasajero, dado lo inclemente del tiempo.

Así se hallaba cuando se acercó al carruaje una mujer, pidiéndole que la llevase a la iglesia del Roble. El coche se puso en movimiento por las calles. Ni una palabra cruzaron. La dama descendió del vehículo: pidió al cochero que ahí la dejara y le advirtió que durante nueve noches consecutivas habría de requerir sus servicios a igual hora y para el mismo recorrido, y que al final le pagaría.

Efectivamente, por nueve noches, a la misma hora y sin que don Gregorio se percatara de donde salía su cliente, la llevó hasta el templo.

En la última noche, al dejar a su pasajera en el Roble don Goyo esperaba su paga, la muchacha le pidió que la esperara porque ya iría de vuelta a su casa. Don Goyo la vio descender del coche, llegar hasta la puerta mayor de la iglesia, arrodillarse y permanecer en actitud orante, con los brazos en cruz. Al fin la dama subió al coche y pidió a don Goyo que tomara por la calle de Aramberri, hacia el poniente.

Don Goyo se extrañó cuando, en el punto poniente de la calle mencionada, le pidió que se detuviera. Estaban frente al panteón.

La mujer descendió del carruaje, Don Goyo se dispuso a recibir la ya regular cantidad que le adeudaba, pero, con sorpresa vio cómo la dama se dirigió hacia la puerta del cementerio.

Vio como la mujer llegaba hasta la reja de hierro. Allí se detuvo y volviendo la cabeza hacia el carruaje. Don Goyo pudo darse cuenta quién durante nueve noches había llegado al Roble, era nada menos que una ánima en pena. Bajo el negro mantón de luto, la luna se iluminó claramente una calavera, que desde la puerta del cementerio parecía reírse de él.

El charro de la palmera

Por la calle Galeana entre las de 15 de Mayo y Allende, había a principios de siglo XX, en el Canalón, un solar en el que meciese una vieja y hermosa palmera.

Apenas anochecía, los vecinos de ese lugar se recogían temerosos en sus casas, porque cuando las primeras sombras de la noche aparecían, se veía al pie de la palmera un charro, elegantemente vestido, que permanecía ahí hasta aparecer los primeros destellos de la aurora.

Cuentan, que cuando un trasnochador pasaba por aquel lugar, el charro le salía al paso haciendo sonar fuertemente sus espuelas y dejando ver de su aleonado sombrero el rostro horripilante de una calavera, y al infortunado trasnochador muerto de miedo.

Por mucho tiempo se habló de la existencia de un gran tesoro, pero todos temieron buscarlo.

Transcurrieron los años, la ciudad fue creciendo: desapareció el solar, y con él la palmera y el charro quedando el recuerdo del extraño y misterioso personaje.

 

El arroyo seco

Al salir de esta ciudad, con dirección a Villa de Santiago, se encuentra un arroyo no muy profundo que permanece seco la mayor parte del tiempo. Sólo en verano, en la época de lluvias, corren por su cauce aguas que arrasan cuanto encuentran a su paso.

Una de esas tardes, una familia de pobres campesinos que atravesaba el arroyo en una vieja carreta, fue sorprendida por las impetuosas aguas del arroyo que en furiosa y repentina crecida bajaban y arrastrándolos los llevó en sus turbias aguas hasta hacerlos desaparecer.

De esta familia sólo se salvó la madre. Al verse sola, privada de sus seres queridos, corrió a la orilla del arroyo llamándolos a gritos sin obtener respuesta.

Enloquecía de dolor llamaba al esposo amado y a sus hijos que en un instante habían sido arrebatados. De pronto, se detuvo a la orilla del barranco, y se lanzó a las revueltas aguas.

Aseguran que desde entonces, por la maldición de una esposa y una madre, lanzada en el paroxismo del dolor, es un Arroyo Seco.

El asesinato de la calle Aramberri

Era a principios de los treintas del siglo XX, en Monterrey se vivía una aparente paz, y la vida seguía su curso.

La casa estaba situada en la acera sur de la calle Aramberri, tenía una sola puerta y dos ventanas. La puerta ubicada hacia el este, y bajo cuyo montante se veía el número 1026, comunicaba a un pasillo de, a lo sumo, cuatro metros en cuadro. Este pasillo tenía dos puertas más: una, en la pared sur, daba hacia el patio, y la del poniente se abría a la sala a través de una puerta de dos hojas. Enseguida de la sala, hacia el sur y formando escuadra, estaba la recámara donde se cometieron los asesinatos. La chimenea de la cocina se hallaba en el muro sur de esta pieza, así como una ventana enrejada desde la cual se avistaban el baño y el gallinero. Los servicios sanitarios se encontraban en el centro del patio.

En aquella habitaba una familia compuesta por la señora Antonia Lozano de Montemayor, de 54 años de edad originaria de Zuazua, (hija) Florinda Montemayor, soltera de 21 años de edad. Y el señor de la familia, Delfino Montemayor.

Mientras corría el año de 1933, la casa de Aramberri fue escenario, y mudo testigo, de una muestra de la locura causada por la ambición humana. En ese tiempo era hogar de una de las familias más respetadas y de abolengo en la región. Un día, mientras el señor de la casa iba a trabajar, su esposa e hija fueron atacadas por tres sujetos los cuales deseaban saber la ubicación de un gran cofre lleno de monedas de plata. En el comedor de la casa es donde estos seres, a los cuales no se les puede llamar humanos, torturaron de la manera más horrenda, sangrienta y cruel a dos mujeres, el ama de casa y su hija.

La investigación de este caso fue difícil, ya que no había rastros de que las puertas hayan sido forzadas, y como testigo estaba el perico mascota de la familia, quien fue pieza clave para la captura de los asesinos, ya que con sus escandalosos gritos repitió las últimas palabras de una de sus dueñas: “no me mates gabriel, no me mates”. esto armó las pistas necesarias para que las autoridades capturaran al sobrino de la familia, y después a sus cómplices. a los tres homicidas se les aplico la “ley fuga” a manera de escarmiento.

La casa de los tubos

En la colonia Contry, existe una gran casa que fue construida a principios de los años de 1970´s, la cual se encuentra abandonada desde entonces.

De ella se cuenta que “una niña que calló en una silla de ruedas, y que en la casa aparte se habían caído dos albañiles, y por el miedo abandonaron la casa y ya no quisieron construirla”.

La versión más conocida de la historia es: La casa pertenece a una familia joven, que tuvo una hija con parálisis, los padres decidieron hacerle una casa cómoda para ella, pero en una de las visitas para ver el avance, la niña perdió el control y falleció al salir disparada por una ventana. (Dicen que se escucha llanto de una mujer ahí).

Posteriormente, una familia fue a ver la casa con un niño de la edad de la que falleció en el inciso A o B y que misteriosamente también cayó por la misma ventana que la niña. (Dicen que se ven unos niños jugando).

Luego, al seguir construyendo, se dice que dos albañiles murieron al caer, por la misma ventana.

En sí, el común de la casa, es que las muertes se presentan por medio de caídas, y que las almas quedan atrapadas en la construcción, tal vez debido a esto se habla que muchas veces se ven diversos personajes, siluetas o espíritus en ella.

Personas de las leyendas:

  1. La bailadora del diablo / Una joven y el diablo
  2. Promesas del más allá / Dama y carretero
  3. El charro de la palmera / Charro señalando tesoro
  4. El arroyo seco / Familia ahogada
  5. La calle Aramberri / Familia asesinada
Share.

About Author

Eduardo Cázares Puente (1976- ). Es Licenciado en Historia por la UANL. Maestría en Educación por la Universidad Tec Milenio, además de ser catedrático de este centro de estudios desde el 2009. Es paleógrafo e investigador de temas de historia del Noreste de México y autor de los libros Nuevo León durante la Guerra México-Estados Unidos (1846-1848); Monterrey: revoluciones, guerras y comerciantes (1808-1855), tomo III de la enciclopediaMonterrey: origen y destino (2009). Ha colaborado con artículos en revistas como Atisbo, Actas y Relatos e Historias.

  • Diario Cultura.mx

    Diario Cultura.mx es una revista que aborda temas relacionados al arte, la historia y la cultura, desde una perspectiva profesional y multimedia.

  • Financiarte

    Diario Cultura.mx se creó con el apoyo de Financiarte, es sus ediciones 2011 y 2013.

  • Diario Cultura

Diario Cultura.mx. Derechos Reservados. 2015. Todos los artículos son responsabilidad de sus autores. Aunque Diario Cultura.mx promueve la cultura y las artes, esto no significa que esté totalmente de acuerdo con las opiniones y comentarios que sus autores realizan.
Más en Historia, La Ciudad, Nacional, Nuevo León, Portada
HOY ES EL DIA DEL PERIODISTA

El 4 de enero se festeja en México el Día del Periodista, país más peligroso para ejercer esta profesión, según la Organización de...

Cerrar
Array ( )