Por Mariana García Luna
Hace poco alguien me preguntó que cómo era el amor incondicional, después de haber expuesto de una manera un tanto ingenua de mi parte la idea. ¿Por qué ingenua?… Pues porque di por hecho que todo el mundo ya lo ha experimentado. Sin embargo, parece que así no es ; aunque para mí, descubrirlo, se ha convertido en lo más asombroso de la vida.
El amor incondicional es uno de los sentimientos más trascendentes que cualquier ser humano puede experimentar. Y, por supuesto, es inspirador. No supe exactamente cómo explicarlo, y mi respuesta dejó más confundida a esta persona: “Es como estar enamorado de todo mundo”, le dije. Se me quedó viendo con una cara de “Ahora sí, ya la perdimos”. Entonces, tuve que hacer la aclaración: “En el buen sentido, claro está. No te me espantes”. “Ahh, claro, por supuesto”, contestó, quedándose con la duda de qué diablos quería decir.
Esa conversación dio pie a esta columna. Así que ¡gracias!, donde quiera que estés. Me inspiraste… creo que así empieza el amor incondicional, con el agradecimiento. Después ese sentimiento se hace tan profundo que lo único que puede hacer es transformarse en amor.
El amor incondicional está latente en todos nosotros, siempre ha estado y siempre estará, no obstante, le tenemos miedo. Nos da miedo “tocar” y que nos “toquen”, nos de miedo confiar y que nos traicionen; por eso preferimos permanecer en zonas de confort, en donde todo ni es tan malo, pero tampoco tan bueno. “Mejor malo conocido que bueno por conocer”, dice el dicho popular. ¿Cuántos bellos presentes se habrán desperdiciado por pensar de esta manera?…
Para vivir el amor verdadero no es necesario encontrar a la media naranja, al descosido, al peor es nada o como quieras llamarle; allá fuera hay millones de personas a quienes amar. Y no estoy promoviendo ningún tipo de movimiento o club libertino. Lo que pasa es que hemos distorsionado tanto la palabra “amor”, que parece que cuando se menciona sólo es para hacer referencia al amor sentimental, al de pareja o, en otros casos, al familiar. Y no es así, por lo menos desde mi experiencia no lo es (aunque, tengo que admitir, casi toda mi vida me creí el cuento). Por supuesto que estar en pareja es maravilloso (con sus “asegunes”, claro) y la familia es un tesoro, pero el amor incondicional va más allá: ve al prójimo como a una extensión de sí mismo; siente agradecimiento hasta por las cosas que parecen insignificantes; reconoce el valor de cada uno no por quien es, ni por lo que tiene o por lo que hace, sino porque es su igual; se enfoca en las virtudes, los fallos son eso, fallos con potencial de transformarse en virtudes; es alegría, júbilo, paz, confianza, certeza de que todo está y estará bien.
Para sentirse inspirado por el amor incondicional, no hay más que empezar a sentirse agradecido por todo lo que existe alrededor, por las personas que cruzan a diario por la vida; nunca se sabe cuándo alguna de ellas pueda brindarnos una lección inspiradora; pero sobre todo, hay que comenzar por amarse a uno mismo incondicionalmente: todo inicia, siempre, dentro.
¿Seré ingenua por pensar de esta manera?… Tal vez, pero lo bailado nadie me lo quita, lo he experimentado, sé que es verdad y sigo trabajando en ello. Ésa es la razón por la que lo comparto contigo, podría habérmelo guardado para mí, pero, entonces, ya no sería congruente con lo que escribo. Así es el amor incondicional, una onda expansiva de largo, muy largo alcance.
Y a ti, ¿te inspira el amor incondicional?…
