Las reuniones familiares
Qué divertido es contar historias del pasado; reír a carcajadas de las anécdotas de tu abuelita o de las travesuras de tus tías en su adolescencia; recordar que alguna vez fuiste un chiquitín de armas tomar o una pequeñita mandona que no dejaba usar el triciclo a los primos —aunque fuera de ellos— o que tu perro faldero te correteaba por el patio, jalándote los pantalones. Qué divertido es bailar, cantar, tontear con la gente que te conoce desde que naciste; qué inspirador saber que te quieren simplemente por pertenecer a un mismo clan. Quizás no conozcan todo de ti, ni tú de ellos; quizás no haga falta. Tal vez la distancia o el tiempo no les han permitido convivir lo suficiente; sin embargo, los lazos familiares pueden ser tan fuertes que, en los encuentros, surge una especie de complicidad. Algo así como decir: “¡Eh, tú eres uno de los míos!”.
Las reuniones familiares, además de proporcionarte buenos momentos, también pueden ser fuente de conocimiento. Si eres observador, te descubrirás a ti en ellos: tus raíces, tus costumbres, tus dones, hasta algunas de tus manías están ligadas a cada una de esas personas. Para quienes hayan tenido la dicha de nacer en un núcleo familiar asentado en el mismo país o en la misma ciudad, quizás esto les haya pasado desapercibido. Para personas como yo, que lo común es ver a la familia cada “muchos” años, descubrirnos en los otros es todo un hallazgo. Docenas de incógnitas son contestadas, porque a pesar de que por un momento parezca que estás entre extraños, comienzas a reconocer los gestos de unos como los tuyos propios. Y cuando caes en la cuenta de que esa persona es tan cercana a tu abuelita como tú mismo, una de dos: te dan unos celos tremendos o (preferible) te sientes más unido porque sabes que no estás solo (o loco).
En una reunión familiar no todo es “miel sobre hojuelas”. Donde hay un grupo diverso de personas, lo más seguro es que surjan conflictos. Cada uno tiene un punto de vista, una opinión (o no); cada uno concibe el mundo desde su perspectiva. En palabras más llanas: cada quien habla de la fiesta como le va. Así que las opiniones pueden ser contrarias a las tuyas. Por ahí están los conservadores, los capitalistas; por otro lado, los liberales, los “rojillos”, los bohemios, los artistas; los vegetarianos o los carnívoros. Pertenecer a una misma familia no significa pensar de igual manera. Por lo tanto, para que una fiesta familiar se mantenga con un ambiente armónico, en donde reinen la paz y la comodidad, lo mejor es enfocarse en los temas o las actividades comunes. En mi familia somos muy bailadores, y creo que eso es lo que más nos une cuando estamos juntos, además de narrar las anécdotas que nos hacen reír hasta que nos duele el estómago.
Si andas medio alejado de tu familia, pégateles. Son seres humanos con tantas necesidades de amar y de ser amados como tú; te aseguro que más de uno te asombrará con sus historias, puede que hasta te inspiren para escribir una biografía o sencillamente te acerquen más a ese clan al que perteneces. El sentido de “pertenencia” puede ser clave para entender por qué eres como eres. Y, en una de esas, consigues al cómplice que crea en tus proyectos y te apoye para llevarlos a cabo. Recuerda que tú eres uno de ellos: tu felicidad es la suya.
Y a ti, ¿te inspiran las reuniones familiares?…
