Una experiencia en la carretera (Cuento)

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Esa mañana desperté con la preocupación que me había acompañado sin soltarme un solo día durante los últimos meses, la enfermedad de mi padre lo había estado deteriorando cada vez más y todos los integrantes de la familia intuíamos que el final ya estaba muy cerca aunque nadie lo decía. Pensé en los momentos en que él había tratado de acercarse a mí y yo lo evité, o tal vez la diferencia de edades había pesado mucho en nuestra relación, yo vi la luz en este mundo cuando él estaba próximo a cumplir cincuenta años.

La ciudad que anteriormente me había parecido un paraíso, ahora era una carga en mi existencia y le encontraba quejas a la mayoría de las cosas que en su momento me resultaron atractivas a través de los ojos del cambio y la novedad. Llegué a Colima unos once meses antes de que mi padre enfermara, con un nuevo trabajo y las ilusiones propias del individuo que por primera vez cambia de lugar de residencia y sale del yugo familiar donde estuvo toda su infancia y juventud, tenía veinticinco años de edad. Mi primera impresión al entrar por el boulevard principal que corría dividido por un camellón repleto de palmeras de las cuales colgaban cocos, fue de tranquilidad y liberación, la humedad del ambiente que siempre me recordó el olor y sensación propias de las vacaciones en la playa fueron un aliciente para gestar en mi pensamiento ideas de permanencia y el inicio de algo que no alcanzaba a vislumbrar por mi corta experiencia, el principio de mi vida adulta en ese paradisiaco lugar. Si había sobrevivido en la Ciudad de México tantos años entre el humo contaminante de la calle y todo lo que yo mismo le metí a mi cuerpo y a mi mente producto de la locura de una gran ciudad, ahora podría respirar un aire limpio y caliente que reconfortaba mis pulmones. Casi todas las personas que conocí en ese lugar me parecían de buenas intenciones, eran cordiales en su trato y sumamente respetuosas, con el tiempo me di cuenta de que la actitud propia es lo que nos hacer percibir el entorno de una u otra manera.

Después de varios paseos en los que conocí lugares nuevos a bordo de mi motocicleta con la que recorrí casi todo el Estado de Colima y el sur de Jalisco, cuando me dirigía hacia el norte unos setenta kilómetros y el Puerto de Manzanillo unos cien kilómetros hacia el sur, me permitieron observar una diversidad de climas, vegetación, y fauna en uno de los estados más pequeños de la República Mexicana. Los días transcurrían sin novedad en ese lugar, hasta que en una mañana muy temprano, sonó el teléfono, contesté el auricular y escuché una voz lúgubre.

—Papá acaba de fallecer —dijeron del otro lado del teléfono.

—Ni modo, lo siento pero era algo que esperábamos —contesté a mi hermana que me había llamado para darme la noticia.

—Te vamos a esperar a que llegues para incinerarlo —agregó ella.

—Hoy mismo salgo, llegaré en la madrugada —dije.

Ese día me apuré con mi trabajo pendiente y decidí salir un poco más temprano explicando la situación, pasé por lo necesario para el viaje y tomé la carretera con rumbo a la Ciudad de México, me esperaban alrededor de seis horas de manejar, en ese momento, tratando de asimilar la noticia y mis relaciones con la muerte recordé el incidente que marcó mi vida al poco tiempo de haber llegado a vivir a esa ciudad. Fue una joven que conocí en mi primera visita al Parque de la Piedra Lisa, lugar de tradición colimense al que todos recomendaban ir a dar un paseo; conocí a una mujer que calculaba tenía unos veintiocho años de edad, porque nunca supe en realidad, morena con facciones delineadas, de torso delgado pero ancha de caderas, con ojos profundamente negros, cabello sedoso y brillante que le colgaba a media espalda y una voz que me parecía atractiva por el acento tropical que tenía.

—Hola, no eres de aquí ¿verdad? —dijo con una mirada que denotó confianza en sí misma.

—No, ¿cómo sabes? —contesté sobresaltado sin saber qué decir porque no me esperaba que una joven me abordara así sin más en la calle.

—Eso se nota —respondió siguiendo con la conversación.

No hablamos más que un rato porque ella tenía algunos asuntos qué atender, según me dijo en alguna parte de nuestra conversación, nos presentamos y quedamos de vernos al día siguiente, intercambiamos nuestros números de celular y quedé de llamarla.

Llegó el día siguiente y me le quedé viendo al papel que saqué del bolsillo de la camisa que había usado el día anterior y que estaba colgada del respaldo de una silla, por mi juventud le daba vueltas en mi mano a la par que a las ideas en mi cabeza respecto a si debía llamarla. Concluí que éramos jóvenes sin compromisos y después de controlar mis nervios tomé mi celular y marqué el número ahí escrito.

—Bueno…. —contestó una voz seria que reconocí de inmediato, era ella.

—Hola soy Rodrigo, ¿te acuerdas de mí?… nos conocimos ayer —agregué esperando que la voz cambiara de tono a uno más cálido.

—No sé quién habla, marcó un número equivocado —respondió ella terminando la conversación.

Ahí me quedé contemplando el teclado de mi celular hasta que se extinguió la luz de la pantalla, confundido porque me había hecho expectativas quizá poco realistas.

Dejé el asunto en el olvido, me dediqué a trabajar en mis nuevas responsabilidades que me absorbieron todo el tiempo, no me sobraba en el primer mes de mi nueva vida ni un momento y el domingo lo utilizaba para dormir y realizar los quehaceres del departamento que había alquilado, aunque contaba con una recámara, un baño y una cocineta, era el suficiente espacio para mantenerme ocupado escombrando y limpiando medio día si el resto de la semana no podía más que acumular trastos sucios, basura de comida rápida y ropa que dejaba tirada o colgada en el primer lugar que se me presentaba ya fuera al llegar o salir siempre de prisa. Además de que era la primera vez que vivía solo, siempre había estado en la casa familiar donde no era necesario hacer nada para tener ropa limpia, orden y limpieza.

Llegué a esa ciudad como vendedor de una empresa importante, la cual no tenía oficinas en esa localidad pero con la tecnología podía trabajar sin ninguna supervisión, me habían dicho que en un principio era muy pesado pero con el tiempo todo volvería a la normalidad y yo gozaría de tiempo libre al dominar las actividades que tenía que realizar con las habilidades que adquiría. El instructor que me asignaron, un agradable viejo que se expresaba con los nuevos empleados de una forma que más parecía paternal que de superioridad, de una manera breve pero efectiva me explicó en qué consistía el trabajo y cuáles eran los puntos más importantes que había que tomar en cuenta. Estuvo una semana acompañándome en las diferentes rutas y me mostró todo el territorio que tendría que atender, en las tardes de esa semana al final del día nos sentábamos en un agradable café restaurante que tenía una terraza cubierta de macetas con árboles que daban sombra frente a una de las plazas principales de la ciudad, ahí veíamos llegar la noche mientras platicábamos de muchas cosas, aquél señor tenía un especial cariño por esa ciudad ya que ahí él había desempeñado el mismo trabajo que ahora yo tenía pero cuarenta años antes. Me decía lo agradable y relajado que era el lugar y los paseos que se podían hacer en el tiempo libre, y lo que más gracia me causó fue cuando habló de la actitud de las mujeres de esa ciudad: nunca irás sólo en esas aventuras cuando menos te lo esperes encontrarás una bella mujer que estará dispuesta a acompañarte.

—Pero ten cuidado, no vayas a perder lo más por lo menos, yo en mi juventud estuve a punto de quedarme aquí por una dama —me advirtió.

—Gracias por el consejo Don Jaime —respondí mientras en mi mente se comenzaron a formar ideas, pero no entendí muy bien porqué me lo decía.

Después de unos días, una tarde que terminé más temprano que de costumbre y me invadió el ocio en mi departamento, llamé de nuevo a la mujer esperando no ser inoportuno. Pude hablar con ella, me explicó que la vez anterior que la había llamado estaba en su trabajo y en ese momento la estaban reprendiendo por un error que cometió y que por lo tanto no me pudo contestar. Le creí porque no tenía ninguna necesidad ni interés en dudar de ella, yo lo que buscaba era alguien para no sentir esa soledad que ya empezaba a pesarme y a la cual no estaba acostumbrado, y era la primera persona que conocía en esa ciudad. Le platiqué que estaba acoplándome a mis nuevas actividades y que entre ellas viajaba a lugares cercanos para visitar clientes, que si algún día podía acompañarme me daría mucho gusto, era cuestión de salir en la mañana y regresar en la tarde, los viajes eran por carretera y no duraban más allá de dos horas, nos podíamos quedar a comer y pasear por el lugar, después regresábamos todavía con la luz del sol al atardecer. Quedamos de vernos una semana después y le agradó la idea de acompañarme.

El día amaneció soleado, con esa humedad que acompañaba desde que amanecía hasta que se terminaba la jornada, y que me provocaba que el sudor brotara de mi piel en cuanto salía de la regadera, una sensación nueva y desagradable para mí que no estaba acostumbrado a sentir, no había aire acondicionado porque todavía no era una costumbre en ese lugar, las personas soportaban el clima muy bien con las ventanas abiertas. Me arreglé con un poco más de cuidado para mi cita, salí a la calle y abordé mi auto con la comodidad y frescura del aire acondicionado. Pasé a buscarla al lugar que me indicó, debido a mi juventud e inexperiencia nunca se me hizo raro que me pidiera que la buscara en la puerta de un centro comercial, con el pretexto de que estaba muy complicado llegar a su casa sin conocer la ciudad y que como no quería causarme inconvenientes mejor me esperaba en un lugar ubicado sobre una avenida principal que no me diera ningún problema para llegar. Estaba arreglada, sus negros ojos brillaban y el cabello lo tenía recogido, no esperó que bajara a abrirle la portezuela, de hecho me pareció que tenía algo de prisa por subir y ya irnos, cuando se encontró a bordo nos saludamos con un beso en la mejilla que me permitió captar su aroma a un perfume floral de los que estaban de moda. Tomamos la carretera hacia Autlán de Navarro, con la firme idea de pasar un divertido día sin faltar a mis responsabilidades laborales. Salimos de Colima y el paisaje cambiaba de ser una vegetación tropical conforme ganábamos altitud a bosques con pinos que sorteábamos por una carretera de dos carriles que no tenía más de trescientos metros sin curvas, de esas que van subiendo entre las montañas y que las vistas que apreciamos nos invitan a quitar unos momentos la vista del camino tentando al peligro. Fue en una de esas curvas donde de pronto perdí el control del vehículo, el miedo se apoderó de mí, no podía respirar, el auto daba vueltas en un barranco precipitándose hacia el fondo golpeando entre los árboles y la maleza, pero nada pudo detenerlo. Calculo que fueron segundos que se me hicieron interminables, de pronto el vehículo se detuvo en seco entre una nube de tierra y vegetación que no me permitía orientarme, noté que me escurría sangre de la frente pero me encontraba bien, mi acompañante en el asiento del copiloto tenía una expresión que no había visto antes en nadie más, los ojos abiertos pero no se movía y tampoco respiraba: el golpe la arrebató en un instante del mundo de los vivos. Mi cabeza estaba confusa, iban y venían las ideas sin ningún orden, no sabía qué hacer, lo que sí entendía era que para salir de ahí necesitaba que alguien viniera a ayudarme. Cuando pude pensar con menos confusión me dí cuenta de que no sabía ni a quién recurrir para avisar de lo que le había pasado a mi nueva amiga, en las tres conversaciones que tuvimos nunca hablamos más allá de nosotros y nuestras actividades. Abrí su bolso y pude ver su celular, me atreví a revisarlo por si encontraba un contacto a quién poder comunicarle lo que había pasado. Con gran asombro y tristeza pude ver un mensaje de texto que recibió durante el camino pero que no escuchamos porque el teléfono estaba en el modo de silencio, el mensaje decía lo siguiente: “Mamita que te vaya muy bien en tu nuevo trabajo, mi papá y yo te esperamos aquí en la casa con muchas ganas de verte. Te queremos mucho”. En ese momento lo único que vino a mi mente fue que los problemas apenas empezarían. Fue una experiencia muy dolorosa la que viví en los siguientes días, desde haber estado detenido unos días por la policía, perder mi trabajo y hasta escuchar a un marido engañado que me culpaba de lo que había pasado y me auguraba que nunca me iría bien por lo que había hecho, y que con toda la razón estaba empeñado en que yo permaneciera tras las rejas. Mis padres se trasladaron para ayudarme después de todo no era yo lo suficientemente grande para atender ese tipo de asuntos sólo. Como las cosas buenas no son para siempre, tampoco las malas, así que poco a poco me fui recuperando, aunque mentalmente siempre quedaron secuelas de esa experiencia, encontré otro empleo con el tiempo y permanecí en la ciudad, mis padres se regresaron a la Ciudad de México y unos meses después murió mi padre. Hoy es fecha en que todavía reflexiono hasta donde nos puede llevar una decisión y cómo puede cambiar nuestra vida de un momento a otro. Nunca voy a olvidar que en una parte por mi culpa murió esa mujer, y seguramente algún día nos volveremos a encontrar en otro lugar.

—Ya estoy a una hora de México —le dije a mi hermana por el celular cuando me contestó. El camino se me había hecho muy corto pensando en la mujer que había hecho su último viaje a mi lado en la carretera, quizá me acompañó otra vez en ese trayecto. Sentía una presencia en mi automóvil que no soy capaz de explicar aún, pero que me enchinaba la piel y hacía que mi cuerpo desprendiera algo así como un campo de electricidad, no me sentía tranquilo y esa sensación me ha acompañado siempre que voy manejando solo en la carretera, dicen que cuando alguien muere en circunstancias imputables a nosotros que pudimos haber evitado siempre estará a nuestro lado y no tengo porqué dudarlo: la he sentido presente infinidad de veces. Así también la presencia de mi padre es algo cotidiano en mi vida, creo que lo que no pudimos convivir mientras estuvo vivo ahora lo hacemos a base de recuerdos y pensamientos, se me ha manifestado sobretodo en momentos difíciles, por lo que soy un convencido de que existe algo más allá de esta vida y no desaparecen las personas que se van.

 

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About Author

Jorge Angulo

Ciudad de México (1968). Profesionista egresado de la carrera de Administración de Empresas, apasionado de los libros desde muy pequeño por enseñanzas de su padre. Comenzó a tomar talleres de creación literaria y narrativa en Monterrey N.L. Participa actualmente en el grupo literario Amigos del Museo, perteneciente al Museo Iconográfico del Quijote ubicado en Guanajuato, Capital Cervantina de América.

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