Voces del Danubio: Claudio Magris en medio de una caminata

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El Danubio, Claudio Magris. Anagrama: Barcelona. 2009.

En los ríos al norte del futuro

echo la red que tú

indecisa lastras

de sombras escritas

con piedras.

Paul Celan

Se abre el grifo. En el momento en que se inicia la lectura de El Danubio, multifacética crónica de viaje del germanista Claudio Magris, nace un periplo que a lo largo de las páginas termina por desmenuzar hasta las más antiguas e irresolubles inquietudes del ser humano a lo largo de su tránsito en el tiempo. El fluir del río es similar al viaje del ser humano hacia la reconciliación, hacia el encuentro con el propio reflejo. El  Danubio es un conglomerado de voces: es la historia de la Mitteleuropa, es el eco de aquella Alemania que buscaba irradiar su luz sobre sus vecinos del Este, es la memoria de comunismos putrefactos, de utopías imperiales; es, a su vez, el testimonio palpable de la rumia que significa la Historia misma: las aldeas con sus casuchas echas de estiércol seco, el olvido y los silencios, el trozo de carne deglutido por nazis, Habsburgos, soviéticos, hunos, turcos y eslavos. El Danubio es, pues, lo que trasciende a su mismo relato: “Río de la melodía, lo llamaba Hölderlin cerca de sus fuentes; lenguaje profundo y oculto de los dioses, camino que unía Europa y Asia, Alemania y Grecia, a lo largo del cual la poesía y el verbo, en los tiempos del mito, habían ascendido para llevar el sentido del ser al Occidente alemán.”

Claudio Magris observa en el horizonte las oscuras aguas del Danubio, dibujando en su relieve bosques y praderas, valles y ciudades que son también voces que resuenan en los muros y en las puertas de madera que sostienen innumerables historias, anécdotas, resonancias de un pasado siempre presente en el correr del río hacia el mar. El viaje a lado de Magris es a través del libro: es la casa de Freud levantándose en el horizonte al paso por Viena; es la historia de los viejos campos de concentración en distintas zonas de la Alemania Oriental; es la fría obsesión de los Habsburgo por extender sus brazos más allá de la oscuridad del bosque; es Heidegger angustiado en medio de la penumbra de la Selva Negra; es Cioran derramando una lágrima en una hoja de notas en su Rumania lastimada por la amnesia; es la miasma, los charcos hediondos y la muerte misma del Danubio en Sulina. Sus apuntes son la materialización de un sinfín de imágenes para los ansiosos de viajar, de huir del sofocante calor tropical americano y de sumergirse bajo el abrazo de aquella Europa que no sin razón podría parecer lejana, silenciosa, totalmente ajena.

Sumergirse en la lectura de El Danubio es penetrar, a su vez, el cuerpo de todas aquellas cosas que cargan de sentido la vida de los seres humanos: es insertarse en sólidas reflexiones acerca de la literatura, prestando atención permanentemente a los sonidos, a veces trémulos, a veces estruendosos, que la historia ha dejado tatuados en el viento de la Alemania “danubiana”, en los prados donde en alguna ocasión deambularon los ejércitos de la familia Habsburgo, en aquella casa en Bulgaria en cuyo interior crecía Canetti: “un poeta que ha enseñado la fidelidad, la resistencia al inaceptable ultraje de la muerte.”

La lectura, pues, es un viaje indiscutible: es el encuentro con una multitud de sitios, espacios, mundos cuyo crisol cultural nos hace olvidar la torre de Babel. Estamos ante la presencia y, a su vez, ante los fantasmas de individuos cuyo lenguaje dista muchísimo de empatar con el español en el que uno lee la brillante obra de Magris, y, sin embargo, es difícil situarnos frente a frente con aquellos hombres en nuestro navegar en el libro sin pensar en algún momento que sus vidas podrían ser las nuestras y las de todos. El Danubio es la voz que dice lo que somos sin establecer preceptos. Es desvelar a todos los individuos en su desnudez. El que lee El Danubio se transforma, como en algún momento dijera Machado, en el camino y, al mismo tiempo, en el caminante inquieto que cruza aquella Europa oriental ataviada con sitios impresionantes y con anécdotas imborrables. Magris hace una cartografía que, como el guiño de un arrebol que se dibuja al morir la madrugada, nos consume con sus bellos colores e indica el inexorable nacimiento de nuevas preguntas, y el disfrute, que bien podría calificarse como “poético”, de la exposición de nuevas respuestas.

El lector se inmersa en un viaje desde su contacto con las primeras páginas de El Danubio. Claudio Magris y el libro se convierten a su vez en el vehículo para que dicho viaje logre consumarse. La lectura de El Danubio se vuelve un tránsito que atraviesa el río que se asemeja a una lágrima oscura que une la Mitteleuropa con aquel universo embestido por la historia y marcado por la oscuridad y el olvido, que es la Europa del Este. El Danubio es el viaje de toda la humanidad; es el trajinar del ser en las veredas del tiempo. La lectura de este imprescindible libro de Claudio Magris, desde su inicio, es una invitación a su re-lectura: su caminata en las riberas de aquel río de aguas negruzcas envuelve, inevitablemente, desde las fuentes hasta la desembocadura, hasta que el grifo vuelve a cerrarse de nuevo.

El presente texto forma parte de 101 Libros, un programa de promoción de la lectura auspiciado por el Consejo Ciudadano para el Desarrollo Cultural Municipal de Culiacán. La intención de dicho proyecto es acercar 101 títulos de la literatura contemporánea a un grupo de lectores jóvenes con el fin de ampliar los horizontes de cultura, los referentes literarios y el pensamiento crítico.

Autor de la reseña: Iván Rocha Rodelo

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