Hijo del Santo, superhéroe de la ciudad

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Luchador, egresado de Comunicación y amante del café. El Hijo del Santo habla de lo que representa seguir con el legado de su padre, ícono del deporte y la cultura mexicana, y lo que sigue para mantener vivo al personaje en el ring.

El Enmascarado de Plata era su ídolo. Aun sin haberlo visto nunca aplicar su famosa llave de caballo en el ring, o vencer a los entes del mal en el cine. Lo conocía por las figuras de juguete que vendían en el mercado. A los seis años, admiraba tanto al Santo como a Batman.

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Dice que desde niño su ídolo fue —adivinaron— El Santo, pero nunca había estrechado la mano del enmascarado de plata.

Así que le rogó a su papá que lo llevara a conocer a El Santo, porque como era su héroe, quería verlo y ser como él.

La insistencia llegó a tanto que su padre le dijo: “Necesito que me acompañes a mi trabajo esta noche, así que alístate”.

Intrigado, se preparó para conocer el trabajo de su padre y su desconcierto comenzó cuando ambos llegaron a las luchas.

“Papá, ¿qué hacemos aquí?”, le preguntó.

Su padre lo dejó sentado en una butaca para que observara.

Minutos después, El Santo subió al ring a pelear y ganó dos de tres caídas, sin límite de tiempo. Luego salió del vestidor y le dijo al niño: “Listo. Vamos a casa”. Fue entonces cuando supo que El Santo era su papá.

Décadas después, el Hijo del Santo se volvió luchador y portó la misma máscara, como imponía la dinastía familiar.

Hoy, el Hijo del Santo se considera como parte de una familia de superhéroes en la Ciudad de México y a veces se ha tenido que enfrentar contra el crimen, aunque no salga victorioso.

Él recuerda que una vez un tipo le puso una pistola en la sien y le exigió que le entregara el reloj que traía puesto y que le había costado mucho trabajo comprar.

“Se lo di. Por eso soy un superhéroe que no usa reloj. Si hubiera traído la máscara aquello no hubiera ocurrido”, dice.

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Impulsado por el deseo de ser como su padre, comenzó desde pequeño a practicar deportes de contacto con el aval del luchador, que, sin embargo, le puso como condición para dejarlo entrar a la lucha libre que estudiara una carrera. Él eligió Ciencias de la Comunicación. Fue lo que encontró más cercano a su naciente vocación histriónica. así pasó de niño actor a ser el precursor de una leyenda.

El misterio de su padre mantuvo el secreto el mayor tiempo posible. Como niño, no entendía a qué se dedicaba mi papá. Lo descubrí ya más grande. Yo tendría unos siete años cuando lo vi enmascarado en casa. Él me contó a qué se dedicaba, tratando de que yo entendiera que no era en realidad un superhéroe.

Pero para mi mente infantil sí lo era y lo sigue siendo. Mi padre es mi héroe. Ser luchador fue un sueño de niño. Tuve la gran fortuna de que mis padres siempre nos ubicaron, en primer lugar, con su ejemplo. Los dos eran gente sencilla, generosa. Mi papá nunca fue presumido, ni se sintió más que nadie, y cuando empecé a luchar, aprendí que los pies tenían que estar siempre bien puestos en la tierra.

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Un santo que lo vigila

El Hijo del Santo dice que pudo haberse convertido en un hijo del mal porque su madre falleció a los 17 y su padre, cuando cumplió 21 años.

“No es fácil crecer sin padres, los riesgos de convertirte en una relajo, en un chavo descarriado, siempre estuvieron ahí. Pero no lo hice y aquí estoy, poniendo el nombre de mi familia muy en alto”, dice.

Me da la impresión de que los padres del Hijo del Santo siempre han “estado” junto a este luchador, no solo porque la memoria invade sus palabras y expresiones, sino porque se le iluminan los ojos cuando habla de ellos.

—¿Qué pensarían tus padres al verte hoy? —le pregunto.

—Estarían muy orgullosos de mí, me dirían que he hecho lo correcto en mi vida personal y profesional —responde el Hijo del Santo con un hilo de voz, los ojos rojos y algunas lágrimas.

—¿Y si estuvieran sentados aquí, desde donde te estoy entrevistando?

—Me iría sobre ellos, los abrazaría y los llenaría de besos —contesta quien ha llevado la máscara de su padre por 34 años.

La dinastía del ring tercera generación

Vamos por la tercera generación. Mi hijo ya está luchando, es muy jovencito, tiene 20 años, y con él continuamos el legado. El mayor deseo de mi padre fue que El Santo no muriera en el ring, él decía que el personaje iba a permanecer a través del cine, pero no quería que en las arenas de México y el mundo ya no existiera un Santo.

Cuando debuté a él le dio mucho gusto porque sabía que yo podía continuar y gracias a Dios el 18 de octubre cumplí 34 años como luchador profesional y sigo activo. Ahora estoy viviendo quizá lo mismo que mi padre: ese gusto de ver que mi hijo se pone el atuendo y sigue con un legado tan bonito.

 

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About Author

Daniela Miranda

Daniela Miranda. Licenciatura de Mercadotecnia y Publicidad en la Universidad TecMilenio. Especializada en Contenidos Web.

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