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Finales inesperados, escritores diferentes

El comienzo de una historia es tan importante como su desarrollo y su final, pero es aún más importante mantener una línea de tensión a largo del relato. Desde luego, lo anterior no significa que toda historia deba seguir el dictamen aristotélico de principio, desenlace y final. En este sentido, los humanos nos hemos acostumbrado a este tipo de estructura en las historias (literatura, cine y teatro, sobre todo en el segundo); no obstante, hay otras que se distinguen por ser tan entramadas que el público lector es un juez inequívoco: o las idolatra o las repele. La intención de este comentario es, precisamente, hablar de las historias que tienen la ambivalencia de no seguir la tradición del 1,2,3 aristotélico. Por supuesto, aclaro que la poética de este filósofo griego es así porque en este modo se hacía en su tiempo y el modelo tradicional ha prosperado hasta nuestros días.

Para comenzar, imaginemos una historia que comience por el final. Recuerdo en este instante la película Irreversible (2002), de Gaspar Noé, en la cual, mediante un tramado hacia atrás, ayudado con el recurso visual de la cámara, el director introduce a un grado de tensión casi insoportable por el grado de violencia en las imágenes. La historia, para no decirla toda, la resumo en una secuencia de escenas que relatan la vida de sus dos protagonistas y cómo el caos impera en su época adulta a partir de una violación narrada en una sola toma –por cierto, escena cruenta y con una duración de casi diez minutos– en un solitario pasillo del metro subterráneo de París. El final es relevante como el principio, porque la vida en todo momento tienes sus puntos de importancia. Así como hay una antipoesía, también existe un anticine. Este film es una muestra, porque incluso el sonido es un cuentagotas que incendia nuestros sentidos y difícil de aguantar por la exacerbada y violenta morbidez.

Ahora bien, imaginemos otra historia, que empiece por una alternativa que de entrada hace trastabillearnos como lectores. Un maestro del cuento como Julio Cortázar lo narra como un desplazamiento de los sueños. Se trata de “La noche boca arriba”, publicado en el libro “Final del juego” (1956), un relato en el que hay dos posibles finales en dos tiempos diferentes.

La magia de este cuento cobra relevancia cuando pensamos en el juego de las posibilidades narrativas. El escritor argentino deja un sabor a albahaca y vegetación cuando nos remite a un tiempo mítico en el que un moteca será sacrificado en la hoguera; no imaginamos, por supuesto, el porqué de todo este entramado porque comienza la historia con un hecho diferente en otro plano de la realidad. En este sentido, la irreverencia narrativa es vital cuando el autor tiene armas secretas para introducirnos en el suspenso.

 La dicotomía de este tipo de narraciones consiste en causar algo diferente e inusual en el espectador y lector. Lo común –y cada vez más frecuente– es encontrarnos con historias llanas que rayan en un simplismo muy acorde con la cultura contemporánea, cada vez más enfocada en simplificar la dispersión y el entretenimiento. Pero si bien es cierto que a pesar de su índole chambona, tales historias en ocasiones contienen un mensaje de consideración. Ahora bien, si volvemos a las historias como las que he referido, nos encontramos, además de un referente distinto, con una cosmovisión del autor y un estilo narrativo, ya sea en cine o literatura. Destaco, por lo tanto, el hecho de poner más énfasis en historias construidas por autores que saben su trabajo y ven más allá que estructuras narrativas lineales, las cuales finalmente no aportan a la cultura.

Los escritores de literatura y cine deben hacer más hincapié en su labor pues aquellos que más tienen en serio su trabajo, son los que perduran por sus obras.