Amores ilícitos y fieles

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El foco esparcía una luz roja sobre la cama, el tocador, la ropa tirada sobre el piso y la piel de Magdalena y Rubén. Las sábanas envolvían los cuerpos desnudos sobre la cama en un solo capullo, el resto caía al suelo figurando una cascada púrpura. Una pequeña ventana en lo alto, casi al ras del techo, daba fe de la privacidad de la estancia.

—Hace ya muchos años que te conocí —dijo Rubén, mientras le acomodaba unos mechones de pelo a Magda.

Ella que tenía el rostro acomodado en su pecho como descansando después de una larga jornada, no hizo ningún gesto. Sólo musitó sin ganas y arrastrando las palabras.

—Éramos muy jóvenes.

—Recuerdo muy bien ese día —le dijo él.

— ¡Ah!, sí, pues nunca me has dicho cómo llegaste aquí, podrías decirme ahora, para compensar el tiempo muerto en la cama—expresó Magda dándole un beso en el pezón.

—No hay mucho qué contar, Magda. Fue como un día cualquiera, yo venía cansado de trabajar en la fábrica. Ese día había hecho doce horas seguidas. Bajé del camión a empujones, gritos y rechiflidos. Me decidí a tomar otro camino más solitario y largo, no quería llegar a mi casa, no quería ver a mi esposa gritándome que regañara a mis hijos, y tampoco quería toparme a la misma gente y obligarme a saludar de buen modo, pues en ese tiempo el sol evaporaba hasta el buen humor.  La calle estaba solitaria, sin casas; sólo grandes bodegas grises, no muy diferente ahora; únicamente había un vendedor de cacahuates tapándose el sol con un paraguas de colores casi al final de la calle donde se miraban unas construcciones abandonadas, allí cortaba la calle en dos sentidos; y la cúpula de una iglesia sobresalía a lo lejos. Me llamó la atención la iglesia que se veía detrás de todo aquello, hasta pensé en ir a rezar un rato para tardar un poco más en llegar a casa.

Sentía que mis pulmones eran una bolsa de aire caliente. Los pies, las axilas, el cuello, el pecho, todo me sudaba a chorros. De pronto, a lo lejos, como susurrándome, el aire trajo partes de una canción que metió a mis oídos alborotándome las ganas de la tomadera. Y miré una entrada, la puerta apenas se distinguía de la pared, supe rápido que era un lugar indebido. Tarde un poco en decidirme, pues nunca había estado en uno. Pensé que tomarse una cerveza no tenía nada de malo, aunque el lugar no fuera muy bueno.

Ese día, entré a este lugar con la pura intención de tomar una cerveza y restablecerme de ese calorón endemoniado. Era un pasillo largo, con varias mesas y sillas de plástico de color blanco, y al terminar en la otra esquina, frente a mí, había una pista de baile rodeada de una cerca de fierro, arriba de ella, un grupo norteño cantaba; de hecho, Magda, cantaban la canción que después te dediqué: “Bonita como florecita”.

— “Bonita, bonita, como florecita, así es la muchacha que enamoro yo” —siguió la tonadilla Magda, mirándolo a los ojos—. Ahora ya no soy una muchacha como en ese tiempo —explicó ella. Esta vez, se encendió una lucecita de nostalgia en sus ojos.

—Pues, estamos igual —le dijo Rubén, haciéndole notar que en el camino de la edad no iba sola—. Pal´caso es que aquel día llegué algo temprano; hasta la mesera se asustó, pero pronto me sonrió con unos enormes y saltones dientes. El lugar era fresco, y el tiempo corrió agradable como la cerveza en mi garganta. Miré que el lugar comenzaba a llenarse de gente, de humo y de mujeres anchas y escotadas. Pronto salieron varias a saludar a la gente en las mesas, entonces supe que ellos venían muy seguido aquí. Otras se quedaron formadas alrededor de la pista, para que las sacaran a bailar. Entre ellas, estabas tú enfundada en un vestido de color demonio. Eras la más flaca, pero la más… bueno, es que tus… —dijo esto Rubén, sacando las manos de las sábanas y abriendo los dedos como si sostuviera un globo invisible, por encima de la cabeza de Magda —parecían querer escapar de tu vestido.

—Ay, Rube, desde cuando te callas frente a mí, dilo así, que al cabo estoy acostumbrada.

—Bueno, si ya sabes lo que quise decir, para qué decirlo. El caso es que bailaste nueve canciones con un tipo moreno de gorra blanca, camiseta azul y pantalón negro, y seguirías bailando pero, yo creo al pobre, se le acabó el dinero. Y yo, ya entrado en copas, quise bailar contigo. Fracasé varios veces, siempre se adelantaba un que otro borracho, hasta que por fin te alcancé.

Pero batallé mucho para decidirme,  yo era nuevo en la ciudad y más para esos lugares. Traía, pues la moral alborotada, pero después de una cerveza comenzó a calmarse hasta quedarse bien dormidita y en ese mismo momento me acerqué a bailar. Nos miramos desde lejos y supiste que iba por ti, te levantaste y caminaste hacía mí con pasos que le pedían permiso a tu vestido apretado y a tus tacones altos que picaban el piso. Te tomé por la cintura, del perfume de rosas que te pusiste en el cuello, sólo alcancé el último suspiro, pues ya se lo habían acabado otros dejándote el olor del cigarro y la cerveza que yo respiré contento, pues tus senos que me besaban el pecho me hicieron olvidarlo todo, y podía pagarte no sólo diez pesos sino hasta cincuenta pesos por canción. Aunque ese día traía sólo cien y era para el camión de toda la semana, pero repartí ese dinero en dos partes, cincuenta pesos para arrullar bien mi conciencia y siguiera dormidita y cincuenta para conquistarte, o sea, que en cinco canciones me jugaba tu amor Magda… Y lo que pasó después ya lo sabes. Y, pues, desde ese día hasta hoy, vengo aquí contigo.

—Y, yo que los primeros años te esperaba cada día, después cada tercer día, y ahora una vez cada quince días o hasta el mes, sigo aquí para ti. Contigo aprendí a vivir de pura esperanza, de soñar, de mentiras y de que un día me vas a sacar de aquí. Pero, yo creo que la muerte me va sacar de aquí primero que tú. De todos modos, te aguanto porque contigo me siento mujer decente.

—Créeme Magda, que un día te voy a sacar de aquí.

—Sí, Rube, Yo lo sé —murmuró Magda, bostezando.

 

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About Author

Esteban Sevastian

Mi nombre es Esteban Sevastian Valencia, nací el 25 de enero de 1986 en Santiago Tangamandapio, Michoacán. Vivo en Cd. Benito Juárez, N.L. Estudié filosofía en el seminario de Monterey donde actualmente estudio teología.

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