Confesamos un serio desprecio hacia los abridores de tumbas, porque no pasan de ahí. Siguen teniendo el señuelo de la “pieza de arte” ignorando todo lo demás. (…) nos parece, en las fechas en las que vivimos, leso crimen de arqueología.
José Luis Lorenzo
Resulta interesante que a inicios del siglo XX, cuando aún no existía un interés claro por conservar nuestro patrimonio arqueológico, la Junta Arqueófila instara a las autoridades y lugareños del municipio de Parás a conservar el sitio de Piedras Pintas, pues en el Periódico Oficial del Estado de Nuevo León, con fecha del martes 7 de abril de 1908 se puede leer: Se recomendó a los vecinos de la jurisdicción que procurasen conservar aquel monumento. Y el traslado de una gran roca; sin embargo, Piedras Pintas aún se conserva en buen estado, aunque muchos otros sitios de Nuevo León no han corrido con la misma suerte. Sin duda, uno de los factores más dañinos para el arqueólogo, y concretamente en el noreste de México y Nuevo León, es el saqueo y el coleccionismo.
Por supuesto, esto no es exclusivo de cierta región o país, sino que, por desgracia, para el arqueólogo ocurre en todo el mundo, lo que es una causa continua de pérdida de la información. En el caso de Nuevo León, uno de los primeros arqueólogos profesionales preocupados por el saqueo fue Dudley Varner, quien durante su estancia en el estado señalaba que en algunos sitios sólo observó fragmentos de puntas de proyectil, pero consideraba que la poca presencia de artefactos se debía a la cercanía de la carretera, por lo que sospechaba que debió existir saqueo de parte de los los coleccionistas. Esta situación desgraciadamente continúa, pues el saqueo de objetos arqueológicos sigue presentándose en la entidad. Roberto Rebolloso, quien realizó un escrito sobre los antecedentes de la arqueología de Nuevo León, señalaba que efectivamente las puntas de proyectil habían sido motivo de interés de los coleccionistas, quienes las poseen sólo como objetos exóticos o artísticos dándoles diferentes denominaciones tales como pedernales, chuzos o puntas de flecha, sin embargo el saqueo de piezas es una actividad que se realizó y, lamentablemente, aún se realiza en Nuevo León por parte de individuos ajenos a la arqueología.
Ahora bien, en otras áreas como el centro y sur del país, los saqueadores no actúan solos y han llegado a hurtar hasta piezas de gran tamaño como estelas o partes de muros con pintura, pero dadas las características de los sitios, es casi imposible que borren por completo la evidencia arqueológica. En cambio, en el noreste de México, donde la mayoría de las áreas fueron ocupadas por grupos nómadas de cazadores recolectores, un coleccionista de pedernales o chuzos puede transformar gravemente, o prácticamente desaparecer, todo lo que restaba del campamento habitado por este tipo de sociedades indígenas. De manera infortunada, a veces la incomprensión de lo que en realidad es la arqueología profesional y el desconocimiento de la ley provocaba que dichas acciones de saqueo no sólo se justificaran, sino que incluso fueran alentadas por historiadores: Seguido sabemos de personas o grupos de amigos que “salen al monte” a buscar pedernales y que al encontrar uno y otro más, se emocionan y continúan con avidez su labor, que comenzaron como pasatiempo, y termina por convertirse en inquietantes esfuerzo de coleccionista y urgador (sic) del pasado histórico más remoto.
Y es que, por mucho tiempo, la ausencia de arqueólogos profesionales provocó que infinidad de objetos arqueológicos fueran removidos sin ninguna sistematización por aficionados y saqueadores en Nuevo León y Coahuila. De igual modo, a nivel estatal y municipal, no existían programas de información, difusión y conservación del patrimonio en el estado y los municipios, lo que provocó que aquéllos que se acercaban para desarrollar la labor que les correspondía a los profesionales, pero sin poseer la preparación académica debida, sólo habían propiciado la mutilación y desaparición de infinidad de sitios arqueológicos, aunado a una serie de interpretaciones sin fundamento y hasta fantásticas. Desde luego, hay que reconocer que desde la última década del siglo XX esto ha cambiado. Con la presencia de arqueólogos de planta en el INAH y sus proyectos de investigación, difusión y conservación, no sólo se sabe más de la vida de las antiguas sociedades indígenas, sino también de la conservación de su evidencia material.
Asimismo, el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León ha creado foros de diálogo y programas para la protección de nuestro patrimonio arqueológico, histórico e intangible, como la tradición oral. Por su parte, la Universidad Autónoma de Nuevo León, a finales del siglo XX, publicó un par de libros sobre arqueología, y a través de sus facultades ha implementado cursos y diplomados sobre el mismo tema. Hay que señalar que no todos aquéllos que destruyen el patrimonio arqueológico actúan del mismo modo. Por ejemplo, en ocasiones no se trata de un saqueo ex profeso, sino que debido a la proximidad de algunos sitios con la carretera y áreas habitacionales, es evidente que existe en mayor o menor medida saqueo ocasional, pero fortuito. Por ejemplo, pastores de ganado caprino y trabajadores que participan en la construcción de una carretera o en líneas eléctricas suelen recoger artefactos no por coleccionismo, sino por curiosidad.
De igual modo, el hecho de que pastores y lugareños obtengan dinero por la venta ilícita de artefactos arqueológicos es diferente. No obstante, todo lo anterior no debe confundirse y mal interpretarse con nuestra postura, pues nadie puede impedir que cualquier individuo, sin importar su edad, formación académica, profesión u oficio, pueda convertirse en un buen lector de la arqueología, ni que pueda admirar un sitio arqueológico y disfrutar de una exhibición en un museo. Es decir, el gusto y la fascinación por el pasado no deben limitarse a unos cuantos, al contrario, resulta agradable saber que la arqueología y las sociedades pretéritas llaman la atención de la gente.
Sin embargo, lo que sí es criticable y debemos evitar, es la recolección de materiales arqueológicos por aficionados, e impedir el saqueo y las destructivas prácticas de coleccionismo de puntas de proyectil y otros artefactos que por mucho tiempo realizaron, y aún realizan, personas que no sólo no poseen los conocimientos teóricos, técnicos y metodológicos, sino que, además, no cumplen con las disposiciones legales que rigen el patrimonio arqueológico.La solución para erradicar este tipo de prácticas no es restringir el acceso con cercas y colocar custodios o policías que vigilen en cada uno de los sitios arqueológicos, pues esto, además de impráctico, resulta imposible, ya que hay cientos de sitios en la entidad y miles en todo el país.
Tampoco es factible crear más leyes o incrementar las sanciones a quien dañe el patrimonio; la mejor protección es tomar conciencia de la importancia de salvaguardar el patrimonio arqueológico. Por lo tanto, lo que hay que hacer es tratar de cambiar la actitud al respecto y abogar para que la evidencia material no sea removida antes de hacer una investigación arqueológica. Y, en caso de que efectivamente exista un riesgo inminente que ponga en peligro el patrimonio, como por ejemplo una construcción sobre un sitio o la inundación que provocará una presa, sólo hace falta dar aviso a las autoridades competentes del INAH, y una arqueólogo realizará el rescate del sitio. Sin embargo, hay que explicar la situación: lo primero, es que la recolección de materiales y la excavación de un sitio son muy tardadas, pues efectivamente, si se le compara con la labor de un saqueador o un coleccionista, la diferencia puede ser de muchos días, semanas o meses.
Pero la diferencia real es que, mientras el coleccionista sólo obtuvo un artefacto, el arqueólogo profesional recuperó mucho más que eso. Es decir, supongamos que el arqueólogo obtuvo muestras de carbón que permitieron otorgarle una antigüedad de tres mil años, y también recuperó distintos tipos de objetos que son evidencia de actividades cotidianas realizadas por un grupo humano que vivía en ese lugar. Además, a través de análisis de polen descubrió que se alimentaban de especies animales y vegetales que hoy no habitan en la región, y que reflejan un cambio climático. Y así podríamos describir muchos datos más que obtiene el profesional. La aparente tardanza o lentitud del investigador es porque, como ya vimos, se requiere hacer un registro minucioso y tomar todos los datos que sean posibles. En lo que respecta a que el arqueólogo no recolecta todo y no explora todos los sitios, es por varias razones. Una de ellas tiene que ver con que no existe ni el personal ni los recursos suficientes; lo que pretende el arqueólogo es obtener una muestra representativa y no arrasar con todo el sitio. El pensar que en la actualidad el investigador debe recolectar y excavar todo sería un tanto egoísta por parte del investigador contemporáneo, pues esperamos que la arqueología siga existiendo, y por lo tanto, otros deben tener la oportunidad de hacer sus propias investigaciones.
Incluso, la mayoría de los sitios excavados suelen dejar ciertas áreas sin intervenir, pues están conscientes que en los años venideros, nuevos interesados podrán aproximarse al sitio. En efecto, la arqueología debe estar en constante crecimiento, y creemos que con nuevas técnicas y con otra tecnología, seguramente los investigadores profesionales del mañana aportarán nuevos datos, al igual que ocurre en la actualidad, cuando los arqueólogos contemporáneos obtienen más información que sus antecesores. Incluso, es posible que los del futuro se lamenten y hasta nos reprochen el haber omitido el registro de datos que ahora no contemplamos como tales. Sin embargo, estamos convencidos que no se debe poner toda la esperanza en la tecnología, pues a final de cuentas, esto sólo debe ser el medio y no el fin, ya que lo importante es llegar a una comprensión del pasado. Para ello, primero es necesario un verdadero deseo e interés por conocer a las sociedades del pasado y, en cuanto al patrimonio que nos legaron, hay que valorarlo tal cual es, sin prejuicios e ideas preconcebidas. No debemos menospreciar o glorificar su legado. Pues también es cierto que si no conocemos nuestro pasado, difícilmente podremos conocer nuestro presente y visualizar nuestro futuro.
*El presente texto se rescata del Tomo I: Monterrey Origen y Destino (2009). Donde participaron:José Antonio Olvera en la Coordinación General. Eduardo Cázares, como Coordinador Ejecutivo y Ernesto Castillo como Coordinador Editorial.
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