Un enorme cielo gris de septiembre de 1629 no tuvo piedad y arrojó un aguacero que no cesó durante 36 horas. Los niveles del lago de Texcoco crecían sin detenerse, las aguas ascendieron hasta anegar todo Tenochtitlán; la única parte que quedó a salvo fue una pequeña porción de Tlatelolco y la plaza mayor. Un aluvión provocado por la lluvia ayudó aún más a la acumulación de agua y lodazal.
Esta terrible inundación duró cerca de 5 años. Simplemente no había manera de liberarse del agua. Los sistemas de desagüe eran completamente insuficientes. Había apenas pasado un siglo de la conquista, los españoles no tenían ni idea de las pocas previsiones que se hicieron de la construcción de Palacios. Recordemos que se encomendó a Alonso García Bravo la traza de la Ciudad de México. La imposición de la Conquista implicó la destrucción de las estructuras hidráulicas que los indígenas tenían en Tenochtitlán antes de la llegada de los españoles.
Los más afectados fueron las personas que vivían en la periferia. El número de muertos ascendió a cerca de treinta mil. Algunos aseguran que luego de esta inmensa lluvia sólo sobrevivieron cuatrocientas familias. La dominación seguía ejerciéndose, fueron los indios quienes reconstruyeron todo, salvaron edificios, volvieron a dar vida a la agricultura; en fin: los que volvieron a levantar la Ciudad.
«La inundación también marcó un cambio importante en los tipos de construcción de la ciudad. La reconstrucción de la urbe permitió la edificación de obras mucho más suntuosas que las que existían a principios del siglo XVII, se hicieron cúpulas más altas y casas de dos pisos».
El panorama era tal que se pensó en abandonar la ciudad y mudar a Tacubaya o a Pantitlán. Incluso, algunos aseguran que cuando la noticia llegó a España, el rey Felipe IV ordenó que se iniciara la construcción en un lugar más solidificado. Es cierto que muchos españoles que tenían el recurso para hacerlo, se mudaron a Puebla de los Ángeles, pero muchas otras familias se negaron a abandonar lo que hoy es el primer cuadro capitalino.
«En balcones, en andamios colocados en las intersecciones de las calles y aun en los techos se levantaron altares para celebrar el santo sacrificio de la misa, que la gente oía desde azoteas y balcones, pero no con el respetuoso silencio de los templos, sino con lágrimas, sollozos y lamentos, que era un espectáculo verdaderamente lastimoso».
La gente recurrió a la intercesión de la virgen de Guadalupe y las autoridades civiles y eclesiásticas, quienes acompañadas por gran cantidad de gente del pueblo, organizaron una procesión sin precedentes en la historia de México: a bordo de vistosas embarcaciones la Guadalupana fue llevada desde su santuario en el cerro del Tepeyac hasta la Catedral de México.
En todas las fotografías que te mostramos sólo son ilustrativas, pues no existe evidencia visual que dé cuenta de este evento en particular de 1629. Sin embargo, hay un registro tangible del suceso; en la esquina con Motolinía y Madero está incrustada una cabeza de león, se dice que ésta indica hasta dónde llegaba el agua. Aún hoy puede verse.