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¿De qué sirve la poesía?

Desde que escribo me he preguntado por qué lo hago… aún no puedo resolverlo. Sería petulante decir que sé la respuesta, sólo en la poesía puedo encontrar un camino.

La vida te arroja múltiples preguntas que cada día resuenan como un aguijón incesante en el oído. Por eso, “¿cuándo sabré mi destino?”, ¿qué es la vida?, “¿quién soy? o “¿por qué existo?” son preguntas que desde luego tienen respuesta; no obstante, un poeta, cualquier humano, un contador, el ingeniero, el maestro, etc., alguna vez se ha hecho y espera descifrar cual si fuera un postulado filosófico.

Podemos respondernos estas preguntas, pero ir bajo la superficie es lo que importa y, sin embargo, es lo más difícil. Ir más allá, indagar, prescindir del egoísmo y tener humildad para decir que somos seres efímeros, débiles y atiborrados de errores resulta terrible porque ahí vemos la flaqueza, aquello donde aterra asomarse. Pienso, en este sentido, que al no comprometernos con nosotros, la responsabilidad humana se erosiona, colisiona con los prejuicios y se evapora.

Creo, por el contrario, que ahondar en la conciencia a través de la poesía, la literatura y aquellas situaciones sensibles, como la espiritualidad, es lo más sano que podemos hacer para dejar un legado, una razón de nuestra existencia. Por este motivo, en los próximos párrafos te contaré lo que pienso.

Puedo decir que un impulso irracional me invade en las horas póstumas de la vigilia  y ahí, en esa mancha oscilante que son los sueños, comienza el vivir de la poesía. Primero una calaca morena hace de su forma un cacahuate en forma de luna. Después cobra sustancia y ya el rubor en sus mejillas semeja al badajo de una campana cuando a las seis de la tarde suena en el aleteo de las palomas. Como efecto, la poesía vuela, repta o nada, depende de su creador si le da pies, alas o aletas para que avance en el tiempo o detenerse, ser, pues está compuesta de palabras que viven, significan y andan, como Lázaro.

Así, de una palabra se forma otra y ella sueña a las demás. El poeta crea y recrea, ensaya y su obra no acaba nunca: pareciera que los poemas tienen tanta vida que se salen de los libros, pero al mismo tiempo la poesía no está en los libros, sino en la esencia de cada cosa.

Pero, ¿de qué sirve la poesía? Salvador Novo escribió:

“Es necesario decir las cosas que leo,

esas del corazón, de la mujer y del paisaje,

del amor fracasado y de la vida dolorosa.”

                                            (La poesía)

Sí, ¿de qué sirve la poesía? Tengo 34 años y me lo he preguntado varias veces: sé que en el mar existe la poesía (en la vastedad de su azur que llamea un cerillo de oro); tengo 34 años y veo en El Quijote una esperanza a través de León Felipe al decir que: “Es una paloma que lleva en el pico el último rayo amoroso de luz que queda ya sobre la tierra” (en Diálogo perdido); tengo 34 años y veo a Mr. Bones dibujando a Paul Auster en una nube. Y creo que en los ojos del relámpago hay un manantial de poemas aún por escribirse.

Pero, ¿sirve de algo?, ¿a quién le beneficia hablar del alma y abstraer? Hoy la poesía no sirve, está vejada, su función no tiene cabida en esta época, sólo es una memoria para los valientes que la defendemos del presente mundo y a quienes nos corresponde como tales, seguir a la vanguardia, a su apología.