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La efímera eternidad del ser

Foto: Rui Palha

Estás parado en una esquina, observas que el semáforo cambia a verde; caminas en la eternidad. Cada paso es un minúsculo pensamiento que eslabona con otro.

Miras a las personas en contra de tu dirección. Unas van con la mirada hacia adelante, otras hacia abajo.

Llegas a la otra esquina y esperas nuevamente el cambio de color en el semáforo. Uno, dos, tres. Hecho. Verde. 

Ahora no miras a las personas, ves su vestimenta. Distingues colores, texturas, cremalleras, botones, cachuchas, pantalones, faldas, tacones, medias, cintos, prendedores, incaíbles, broches, aretes, piercings, boinas, bufandas, chaquetas.

Piensas en el sonido de los automóviles, camiones y motos. El aullido venenoso de los cláxones es el desayuno de los tímpanos. Miras que gorriones y palomas circundan el aire, hacen trazos trigonométricos alrededor de un poste. 

Has llegado a la siguiente esquina. Piensas en la eternidad. Identificas al señor que vende café y pan. Un hombre canoso se acerca a él, pide un vaso caliente. El otro sirve el líquido negruzco en un vaso de unicel. Listo. El individuo hace el pago respectivo y se aleja con un desayuno exprés, que come al paso. La rapidez es la circunstancia del presente, la fugitiva justificación de la existencia. 

Luego de contemplar la acción, prosigues. Mientras caminas, tapas tus oídos con ambas manos. Te escuchas, pero también oyes que eres un ente que tiene voz interior. Hay algo que te empuja, alienta y sobrepasa: la vida. 

A pesar que lo sabes, no lo entiendes. Te preguntas las razones de tu existencia. Interrogas quién eres y por qué andas. No hay respuesta exacta para ti y una soledad prometeica te invade. 

Miras otra vez a la gente. Notas que cada rostro tiene una historia. Inquietes una respuesta que nadie te puede dar, quieres saber el relato de cada individuo que sale de casa cada día durante 365 días. Bastaría diez vidas de Matusalén para saber la existencia de todas las personas. 

Como cada paso, cada segundo representa un por qué. Como cada instante, cada sombra se configura mediante el reflejo de un cuerpo. Somos figuras que se materializan, signos que importan y exportan  significados, símbolos… los cuales se gestan en hazañas en cada esquina mientras nos detenemos en un semáforo para callar, hablar, escuchar, mirar, o, en todo caso, seguir en el irremediable conteo de nuestros días.