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Don Epifanio vuela en el camposanto

La caravana fúnebre que lleva al difunto comienza la procesión a las 4 de la tarde. Silencio. Palomas vuelan en torno a la portada de la iglesia. Calor: 45 grados. En Carmenia existe la costumbre de acompañar al difunto hasta el lugar del entierro. El honor cuenta más que el agotamiento por insolación. Familiares y amigos se disputan los abanicos de mano para echarse aire, parecen perros con la lengua de fuera. Cielo raso, azul. Mayo, mes de las agonías. Los más valientes echan el féretro al hombro y caminan cien metros, que es el tiempo para detenerse y descansar. A este paso bastarán dos horas para recorrer los dos kilómetros que distancian el templo sagrado del cementerio; sin embargo, la satisfacción de acompañar al occiso era superior que la de sufrir el agobiante calor. Cayeron por el soponcio, como insectos fumigados, los ancianos y los niños. El auxilio no se hizo esperar, porque quienes van en automóvil los socorren de inmediato. Enseguida, jóvenes se desvanecen. Algunos de los que van en la procesión se desvían para ayudar a los caídos. El hermano menor del difunto decide llamar a la ambulancia. A esta altura, el calor es insoportable. Pero quienes siguen en el peregrinaje no se rajan. Quieren darle su buena despedida a Don Epifanio, entre ellos Saavedra, nieto y buena gente, que toca con enjundia el tambor a la vanguardia.

Paso al pasito prospera la fila mortuoria. Ha pasado más de la hora. Entre turno y turno, entre sude y sude, los cargadores del féretro sollozan. El recuerdo es muy fuerte y las lágrimas una bendición. Pasa una nube y aminora la sensación calurosa. También un viento, aunque leve, aprovecha para ventilar las axilas y coyunturas de la gente, refrescando la ropa mojada por el sudor. Al fin llegan a las puertas del camposanto. Sienten alivio. de la caja “¡Ay Epifanio, Ay Epifanio, por qué te fuiste!”, se alcanza oír. Avanzan algunos metros y llegan al pozo, pero el trastabilleo de uno de los cargadores con una piedra provoca que todos se desequilibren. Acto seguido, el peso de la cripta es más fuerte y cae al suelo. El féretro se abre y aparece un pájaro, que al instante ve que todos lo miran y vuela.