Punto y aparte

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El filósofo suizo Alain De Botton, en su libro La ansiedad por el estatus, dice “El problema es que pensamos que todos somos iguales ante la ley y que tenemos las mismas oportunidades. Pero esto no es cierto, la realidad es que la sociedad es desigual. Lo que yo digo es que la idea de igualdad es cruel y falsa, porque quien tiene mayor dificultad para conseguir el reconocimiento sigue siendo aquél que está en el nivel más bajo”.

Lo anterior nos remite al miedo y, por lo tanto, buscamos posibilidades que como humanos nos subliman. Cuando sucede lo contrario, aparecen los inconvenientes.

He reflexionado lo anterior porque justamente hoy por la mañana salí de mi trabajo a comprar un café. Para conseguirlo, crucé una de las avenidas más ruidosas de la ciudad: la avenida Colón. Siempre ha sido un periplo, debo confesarlo, hacer este mínimo viaje en espacio, pero infinito en tiempo. La razón es la siguiente: sinfín de rostros avanzan hacia un destino, pero en el fondo tenemos miedo de conocernos.

Es común que al andar en la calle si le preguntas a una persona algo, reaccione defensivamente: es que el temor se palpa.

Las personas hemos sido víctimas de esta circunstancia. Conforme pasan los años vamos haciéndonos más medrosos, más abstraídos, más solitarios. Como paradoja, sucede que cuando vamos en automóvil ese supuesto temor se convierte en agresión: el conductor, convertido en un energúmeno, grita, la mienta y promueve sendos improperios a la sazón de segundos. Es cotidiano observar cómo, ante un cerrón, el chofer se exacerbe y responda con el claxon los cinco tonos que tiene la mentada de madre. Eso es de lo más tranquilo. Pero he visto realidades realmente atroces: un repartidor de pizzas perseguía a un camión en la avenida Fleteros. Al alcanzarlo, le reclamaba al conductor airadamente desde abajo y a la ventana del piloto. Lo peor fue cuando llegaron dos camaradas repartidores y, literalmente, le repartieron sendos cascazos al amedrentado chofer.

Importa ahora que rememoremos por qué las personas tenemos miedo al andar en la calle. Cabe decir: en segundos, un ciudadano puede perder la vida en un cruce de calles como efecto de un automovilista irresponsable (recuérdese el caso de los ciclistas que fallecieron por la imprudencia de un policía borracho que manejaba su unidad). Lamentable… O bien, tanto es el desparpajo con el cual los camioneros manejan la vida de los pasajeros que pende de un hilo de araña: delgada y frágil. En la ciudad de Monterrey las personas visitan más los estadios de fútbol y los hospitales que las bibliotecas. Obviamente, porque en una está la dispersión social, la alienación, y en el otro la repercusión de una herida por trifulca, una puñalada en la cantina, una contusión por reyerta familiar, etc. O las mentadas “fracturas accidentales” que tanto advierten las madres a sus hijos. No mencionemos los accidentes ocasionados por choques de autos.

Pero, sobre todo, el ciudadano vive con miedo a raíz de la inseguridad. A estos dos se incluye un tercer actor: los medios tradicionales de comunicación. Ellos fungen como verdaderos comunicadores y publicistas de quien corrompe la ley. Un periodismo más sensato argumentaría desde la crítica filosófica el desmembramiento de un estado, no desde el morbo noticiero. Porque, lo podemos ver a diario, es evidente que no lo hacen. Su única misión es informar para vender. Es, entonces, que la percepción social es influida y a todos nos compenetra, incluso hasta en la jerga hablada. Para informar los medios deben tener una responsabilidad, no una complicidad con otras noticias, cuyo origen se teje en lo oscurito. Cada día observo las portadas de los diarios -cuando me detengo en un semáforo frente a una gran avenida- y noto que el repartidor de periódico hace su labor de manera inocente, sin preguntarse qué tipo de información está; no obstante, no es asunto suyo el contenido, sino de los que dictan cómo debe ser, es decir, los dueños de las editoriales periodísticas. La portada es siempre chata y morbosa: promueve el morbo y el simplismo. No hay fondo, sólo forma. ¿Qué sentido hay cuando se mal informa? Para ellos, mucha. Representa venta y poder. Para el ciudadano común, ahí es otra historia. Cada uno de nosotros sabe cómo lee y procesa la información. Situación aparte sucede en la manipulación informativa. Ahora que están muy cerca las elecciones del 2018, en diversas plataformas digitales circulan mensajes fakes que promueven la descalificación hacia los candidatos. Sea cual sea el origen, la gestión de la información se retuerce y provoca -en los comportamientos sociales- movilizaciones que se trasladan a las redes sociales y diversos foros, ya en el terreno físico, en donde la opinión se enfrasca en discusiones más personales; no obstante, el objetivo de los llamados “gestores de la información” o los “bots”, se cumple, poniendo la semilla para que los mensajes se tergiversen.

En el tema, los diarios locales de Monterrey son muy peculiares y usan patrones muy gastados, cuyo origen se alarga hasta la Edad Media. La sangre, el morbo, la proliferación de lo evidente, la amenaza. Porque, ¿acaso no es amenaza invadir la privacidad aun cuando estás en público? Sucede en la televisión, en la primera plana, en el mensaje de correo, en el anuncio publicitario de Youtube, el tan socorrido y mal usado Red de Display. Todos los días somos los depositarios de un sistema corrupto, podrido y utilitario que sólo ve al ciudadano afecta al ciudadano y lo tiene como un objeto para sus beneficios torcidos.

A través del miedo, la información cobra vida. Es un río que se alimenta de todos los ciudadanos que vemos cómo la corriente se vuelve más caudalosa y turbia. Nosotros, aunque suene a flagelo, somos parte de todo este mundo en el que difícilmente podemos escapar de la ignorancia.

Ante la espera de un nuevo amanecer en las elecciones, la esperanza de un país más soberano, pero no menos utópico, renace cada sexenio. Creo, no obstante, que cada día podemos aportar un cúmulo de bondades que permitan el crecimiento positivo de nuestro contexto. De lo contrario, si nos esperamos que las cosas cambien, ¿quién nos asegura que conseguiremos la Utopía de la que habló Moro?

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About Author

Luis Estrella

Luis Estrella (Ciudad Mante, Tamps). Es escritor y poeta, licenciado en Letras Hispánicas por la UANL. Figura en el libro de cuentos Calidoscopio (2005), publicado por la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, con el cuento “La muerte de Emilio”. En poesía con La vida que pasa (Diáfora, 2013). Ha publicado las novelas Después de la niebla (Nómada, 2015) y Los 70´s después de Cristo (Resolana, 2016). Trabaja en su tercera novela. Ha colaborado en diversas revistas y periódicos, así como en diversos proyectos culturales que difunden la lectura; fundó la revista literaria La Llave (2014-2015). En la actualidad escribe para las revistas Diario Cultura, SubUrbano y Merca 2.0. Labora en Playful, una agencia consultora de business innovation como Copywriter creativo.

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