En medio de un descampado terregoso y polvoriento, dos hombres se trenzan en iracundas miradas. El calor golpea a quemarropa los semidesnudos cuerpos, vestidos solamente con taparrabos, pecheras, yelmos y grebas. Como accesorios portan un escudo, la espada y la tremenda jabalina, en cuya punta el filo anticipa una atroz muerte. Ninguno dice palabra, no es necesario. El seño fruncido es suficiente. Llevan algunos minutos en callada contemplación, esperan el instante justo para dar el primer movimiento que, vaticinan, es el que desarrolla la reyerta. Sabían, como guerreros de élite, que cada paso debe ser quirúrgico porque no confían en la suerte. Y, muy a pesar del trágico desenlace, no ceden al vértigo.
Uno de ellos, matador de hombres por naturaleza, hace el primer ataque con la rapidez de un leopardo que ataca su presa; sin embargo, cuando levanta la cabeza por un momento los ojos topan con el sol y se enceguece. En el acto, el otro contraataca, lanza en ristre, todo corazón, empuña la espada y la hunde… pero el aire se interpone y el movimiento pugilístico del cuerpo atlético reacciona casi por inercia, evita el siniestro guadañazo. Nada para nadie. Ahora continúa la pelea, braveados por el calor, enrabiados por la ira, llenos de ojeriza. Se miran, pero más que eso, se deletrean. Llevan siglos esperando la contienda y otros siglos leerán en la historia cómo dos hombres llegan -no a los golpes, sino a la gloria- a través de una lucha limpia, sin mosquetes ni estallidos, engraciados por los dioses y las enternecidas lágrimas de una muerte jamás en vano.
Pintura en acuarela: "Serpientes y calavera" Autor: Alfonso Delgadillo Técnica: Gouache y acuarela sobre papel Dimensiones: 29 x 21 cm Año: 2017