Investigadores de la Universidad de Yale dicen que es el más antiguo de América; en México se duda de su autenticidad
La reciente publicación de los resultados de una investigación hecha por especialistas norteamericanos en la revista Maya Archaeology ha resucitado una vieja y larga polémica en torno a la autenticidad del Códice Grolier, un manuscrito supuestamente hallado en los años 60 del siglo pasado por saqueadores en una cueva en Chiapas, adquirido poco después por el coleccionista mexicano Josué Sáenz y ahora resguardado en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.
De acuerdo con estos estudios, encabezados por el arqueólogo Michael Coe, profesor emérito de la Universidad de Yale, este manuscrito que solo conserva 10 páginas de las 20 que debieron ser y que corresponde a un antiguo calendario maya basado en el ciclo de Venus, es uno de los documentos más antiguos de América, fechado en la primera mitad del siglo XIII. Junto a los otros tres antiguos documentos mayas que sobreviven en ciudades europeas (Dresde, París y Madrid), el Grolier es considerado por estos investigadores como “el cuarto códice maya” y el único que permanece en México.
Desde que hace un par de meses la Universidad de Brown (en Rhode Island) publicó un boletín informativo que reseñaba los resultados de esa investigación, la noticia le ha dado la vuelta al mundo. Diversos medios han destacado al códice como el documento más antiguo de América. Sin embargo, en el medio académico no todo parece estar dicho. En México, especialistas en la antigua cultura y en escritura maya evitan hacer declaraciones sobre el tema y desde el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) tampoco se atreven a tomar partido acerca de esa investigación.
Sin respuestas. El debate sobre si este manuscrito es auténtico o falso lleva varios años y en el medio académico se ha convertido incluso en un tema espinoso, comenta un investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) consultado por este diario, que pide no ser mencionado por su nombre: “La cuestión sobre este tema está muy polarizada y llena de enconos. Y cualquier cosa que se diga hay que tener cuidado supremo de que sea estrictamente académica”, asegura.
Los inicios de esta polémica se sitúan en 1968, cuando el doctor Josué Sáenz (miembro del Comité Olímpico y cuya colección de arte precolombino dio pie a la creación del Museo Amparo de Puebla) reveló a Michael Coe en una cena en su casa de las Lomas que había adquirido un singular documento maya hallado en una cueva de Chiapas. Al coleccionista mexicano, su asesor experto le había dicho que era una falsificación.
“Él me mostró fotos e inmediatamente vi que se trataba de un antiguo calendario maya de Venus. Tomé prestadas las impresiones y las lleve a la Universidad de Yale para estudiarlas más a fondo”, relata vía correo electrónico el arqueólogo y epigrafista estadounidense.
En 1971, Coe pidió prestado al doctor Sáenz el manuscrito original para ser exhibido en una exposición sobre la escritura maya que organizó en el Grolier Club de Nueva York. De ahí que fuera bautizado como Códice Grolier. Para 1973, además del catálogo de esa exposición que incluía imágenes a color del manuscrito, el profesor de Yale dio a conocer en una publicación especializada los resultados de las pruebas de radiocarbono que se le hicieron a un fragmento de papel antiguo asociado al códice. El documento fue fechado en 1230 d.C.
Opiniones encontradas. Desde entonces, muchos han sido los argumentos a favor y en contra de esa hipótesis. Diversos investigadores han dado su punto de vista sobre si es o no falso, pero nadie ha podido decir a ciencia cierta si es antiguo o de reciente manufactura, indica Baltazar Brito, director de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.
Es en este acervo, en la bóveda de seguridad ubicada en el sótano del Museo Nacional de Antropología donde actualmente está resguardado el manuscrito. Fue donado por el propio Sáenz al gobierno mexicano y se conserva junto a los otros códices originales y copias históricas que conforman esta valiosa colección.
Al cuestionarle sobre la validez del estudio de los investigadores estadounidenses, Brito expresa que como biblioteca no les corresponde validar o descalificar una investigación, sino que “simple y sencillamente los investigadores nos solicitan revisar un documento y todo lo que escriben es responsabilidad de ellos”. Sin embargo, comenta que los especialistas estadounidenses no han hecho un nuevo estudio del material del códice. La única solicitud reciente de la que tienen registro como custodios del documento, dice, fue la que hizo la historiadora Mary Miller, también de la Universidad de Yale y una de las colaboradoras del artículo publicado en la revista Maya Archaeology, quien acudió a la Biblioteca hace poco más de un año para consultarlo.
“Hasta donde entiendo, no hicieron un nuevo estudio porque no nos han solicitado nada. Más bien se fundamentan en un análisis de hace varios años. Sin embargo, lo que sí podemos decir es que si alguien solicita realizar un nuevo estudio, valoraríamos que se lleve a cabo porque ahora ya no son invasivos, ya no generan daño alguno a los documentos”, señala el etnohistoriador.
“Según los estudios del doctor Coe, el manuscrito es original, pero hay otros investigadores que han hecho otros tipos de análisis y han considerado que el documento es de reciente manufactura, en este caso el INAH no toma partido ni por uno ni por otros porque no es el INAH el que está dando la información, sino un grupo de investigadores nacionales e internacionales quienes proponen sus hipótesis de acuerdo a sus estudios”, añade. No obstante, precisa, el manuscrito tiene su lugar en esta colección y está a disposición de cualquier investigador que desee consultarlo.
Quienes refutan la hipótesis de que se trata de un manuscrito original, trazado por manos mayas en el siglo XIII, argumentan que la prueba de radiocarbono de los años 70 no fue hecha directamente al códice, sino a un fragmento de papel asociado a él, que se trata de un documento atípico por su técnica, estructura y funcionamiento numérico; y sobre todo, subrayan que debe tomarse en cuenta que se trata de un documento que no fue hallado en un contexto arqueológico ni por un profesional, sino que apareció en una colección privada.
“Es un tesoro nacional mexicano”. Al respecto, Michael Coe sostiene que los estudios que han sido decisivos para afirmar que se trata de un manuscrito auténtico del siglo XIII son en realidad dos dataciones por radiocarbono, la de 1973, y otra que el especialista en epigrafía maya John B. Carlson, de la Universidad de Maryland, realizó en 2002. Afirma que en los últimos años se ha comprobado que ninguno de los materiales y pigmentos del códice son modernos. “En la página 10 del códice hay presencia del color azul maya, cuya fórmula para su composición se ha descubierto apenas en los últimos 25 años. ¡Ningún falsificador podría haberlo previsto!”, asegura.
Además, añade, hay detalles iconográficos sobre las deidades contenidas en este códice que se empezaron a conocer mucho después de que apareció en la colección del doctor Sáenz.
“El Grolier está en la misma tradición de fabricación que los otros tres códices mayas, en forma de biombo. Pero en su iconografía y en la forma en que se muestran los números, es un estilo híbrido entre mayas y no-mayas (mixteca, tolteca), típico del periodo que arrojaron las fechas de radiocarbono”, explica.
Por todo esto, el arqueólogo no duda en afirmar que se trata de un documento genuino, “importante por su extrema rareza”. “Tiene rasgos similares a los miles de manuscritos mayas que alguna vez existieron. Sólo cuatro han llegado hasta nuestros días y éste es uno de ellos. Es un tesoro nacional mexicano y debe tener un lugar apropiado en el país que lo produjo”, considera.
Con él coincide el arqueólogo y epigrafista Stephen Houston, coautor del artículo publicado en Maya Archaeology, quien comenta que las autoridades mexicanas deberían renovar esfuerzos para estudiar las características técnicas del códice.
Acerca del hecho de dudar de su autenticidad por ser un documento no hallado en un contexto arqueológico, el profesor del Departamento de Antropología de la Universidad de Brown opina: “Cualquier objeto que sea saqueado guardará algunas dudas sobre su autenticidad. Pero, entonces, por supuesto, otros tipos de análisis deben comenzar a funcionar, de un tipo más profundo y más sutil. No creo que haya ningún motivo para cuestionar su autenticidad por esta razón”.