La distribución de los petrograbados se localiza en gran parte del territorio de Nuevo León y depende de las características propias de la geomorfología, ya que hay áreas con una mayor concentración de sitios, mientras que en otros lugares los sitios aparecen aislados y son de menores dimensiones. Por ejemplo, al oriente de la entidad, que comprende parte de la llanura costera del golfo, sólo existen pequeñas lomas y unas cuantas cuevas. Hacia el norte y poniente del estado, las formaciones geológicas están conformadas por grandes macizos montañosos que albergan abrigos rocosos. Muchos de los sitios tienen los grabados en bloques pétreos ubicados en laderas de cerros y entradas a cañones por donde pasan ríos o arroyos.
En general, los petrograbados fueron realizados sobre rocas como arenisca, lutita y caliza. En el caso de la arenisca y la lutita, que son rocas color sepia características de los municipios de García y Mina, permiten un fuerte contraste entre los motivos grabados y la superficie exterior. Mientras que los grabados hechos sobre calizas, piedra de tonalidades gris claro y azuladas, las figuran suelen ser más difíciles de percibir. No existe tamaño o forma específica de roca o bloque pétreo para la elaboración de los grabados, en ocasiones están en bloques de varios metros de altura y otras veces en pequeñas rocas de pocos centímetros de longitud. Las imágenes pueden presentarse en una o varias caras de la roca, o una misma figura puede abarcar varias caras.
La mayoría de los grabados en Nuevo León se realizaron por percusión directa e indirecta, y otros presentan una fase más de trabajo, que es la abrasión o pulido. La percusión directa es cuando el individuo toma con su mano una pequeña piedra y golpea directamente sobre la roca que desea grabar. Sin embargo, no se tiene un control tan preciso sobre la figura. Por ello, creemos que la mayor parte de los grabados de Nuevo León debieron hacerse por percusión indirecta, la cual requiere el uso de una roca con punta o cierto filo que sirva como cincel. Esta piedra debe ser de un tamaño y dureza considerable, por ejemplo, grandes trozos de pedernal. Su complemento sería otra roca usada como percutor o martillo y, para ello, bien pudieron servir las llamadas piedras bola, o sea, los guijarros de río. Con esta técnica, los antiguos habitantes de Nuevo León debieron tener mayor control y precisión al momento de crear las figuras. En cuanto al diseño de las imágenes, se combinan técnicas de contorno y relleno.
A veces las figuras están formadas sólo con el perímetro, mientras que otras aparecen como áreas, es decir, las figuras están rellenas. En una segunda etapa de trabajo, algunos grabados fueron ampliados y profundizados por abrasión y desgaste, para lo cual debieron utilizar una roca áspera que hiciera fricción y así conseguir el resultado deseado; ejemplo de ello son los del sitio de Piedras Pintas en el municipio de Parás, pues las líneas son de varios centímetros de ancho y de igual profundidad. También, hay otros grabados realizados por incisión, es decir, a manera de corte, pero suelen ser líneas delgadas y poco profundas. Es necesario enfatizar que los petrograbados no sólo son un sistema de representación visual, sino que plantean un problema de profundidad teórica, tal y como lo hace la llamada escritura braile.
A excepción de la pintura corporal y la pintura rupestre, los petrograbados, las piedras incisas y la misma escarificación, pertenecen al ámbito espacial y no al visual. Algunos investigadores consideran las diferencias de grabado de gran importancia, pues atribuyen a las distintas fases de trabajo no sólo una cuestión puramente técnica, sino que creen que pueden tener otras connotaciones, porque reflejan una construcción del devenir histórico entre estos grupos, al grabar y regrabar la misma figura durante varios momentos. Tal y como ocurre con el acto de pintar y luego repintar las pinturas rupestres en otras partes del mundo, como es el caso de Australia. El total de rocas con grabados de un lugar puede variar desde uno o dos ejemplares, hasta sitios con varios miles de rocas localizados en la parte norponiente de Nuevo León y el extremo oriente de Coahuila, lo que nos permite afirmar que se trata de una de las zonas con más alta concentración de petrograbados en nuestro país y, probablemente, una de las más abundantes de América.
Las rocas que eran elegidas para ser grabadas se localizan preferentemente sobre lomas, pequeñas elevaciones y laderas de cerros. Respecto a su orientación geográfica, muchas de ellas están a la salida o puesta del sol y, en especial, en sitios donde la geografía natural forma entradas o bocas de acceso a cañones o pequeños valles por donde cruzan ríos y arroyos, probablemente por la accesibilidad a este recurso vital. En cuanto a las características y distribución de las imágenes rupestres, es cierto que en primera instancia parecen abstractas y sin orden alguno, pero al analizar a detalle la ubicación, orientación y el tipo de íconos de cada sitio, podemos inferir que muchas veces fueron elaboradas en sitios, momentos y rocas específicos, cuya proyección vertical y horizontal apunta a lugares determinados del paisa-je, como picos de cerros, elevaciones en direcciones cardinales y puntos en el horizonte para registrar eventos astrales, como solsticios y equinoccios.
Las manifestaciones pictóricas requieren de condiciones especiales para su preservación y, por lo regular, se localizan en las paredes de abrigos rocosos, pequeñas cavidades o frentes de piedra y otras formaciones naturales que las protegen de los rayos del sol y la lluvia. En repetidas ocasiones, se observa la huella de escurrimientos que se van formando hasta que aparece una capa o película de carbonatos color blanco que cubre las pinturas y, hasta cierto punto, las protege de otros agentes erosivos. A diferencia de las áreas abiertas donde están los grabados, las pinturas suelen estar en zonas apartadas, de difícil acceso, en espacios reducidos y a veces oscuros. Irónicamente, parecería que la intención era que no se vieran o, al menos, restringir su acceso a un reducido número de individuos.
En algunos casos, donde el espacio es por demás pequeño, debió ser sólo un individuo quien se encontrara frente a las pinturas. Entre las técnicas de elaboración de las pinturas, se distinguen el delineado fino y grueso. Las líneas delgadas requirieron de algún instrumento que utilizaron como pincel, pues en Nuevo León existen pinturas pequeñas cuyo trazo es sumamente delgado, de hasta un milímetro. También hay otras líneas de diferente grosor, pero muchas de ellas se puede observar que fueron aplicadas directamente con los dedos. Existen figuras pintadas con la técnica de positivo y negativo, aunque estas últimas en menor cantidad. Por ejemplo, después de colocar pigmento rojo en la palma de la mano y los dedos, se estampa en la pared, dando como resultado la imagen de una mano roja. Por otro lado, la técnica al negativo es cuando se coloca la mano sin pigmento sobre la pared y posteriormente se aplica pintura sobre ésta y sus lados, ya sea con la mano, con un pincel o escupiendo y soplando la pintura que se había mantenido en la boca. Como resultado, queda la forma de la mano del mismo tono de la pared y estará delimitada y rodeada del color aplicado. Sin embargo, en el caso de Nuevo León y el noreste este tipo de técnica no es algo común.
Las pinturas descubiertas en Nuevo León están hechas en monocromo, bicromo y policromo, es decir, algunas pinturas son de un solo color, otras tienen dos y otras más de dos colores, siendo éstos diferentes tonalidades de rojo, amarillo, ocre, negro y blanco. Estos pigmentos podían ser de origen animal, vegetal o mineral. Por ejemplo, el negro lo debieron obtener del carbón molido; para las variadas tonalidades de rojo, pudieron usar la cochinilla del nopal y el óxido de hierro. Además, debieron usar baba de nopal o grasas animales como aglutinante y fijador. La mayoría de los grabados o pinturas de la región noreste están compuestos por figuras geométricas o abstractas, y sólo existe un reducido número de figuras que podemos reconocer como realistas o naturalistas. Por supuesto, cabe aclarar que toda clasificación implica la interpretación visual de las imágenes y que, seguramente, tuvo un contexto y significación muy distintos para la sociedad que los produjo. Por ello, los rubros que a continuación manejamos sólo tienen fines metodológicos, pues es necesario crear un orden.
En este caso, presentaremos las categorías que Valadez ha clasificado en Nuevo León:
- Motivos geométricos: líneas rectas, curvas, intersectadas, triángulos, rectángulos, cuadros, rombos, círculos, puntos asilados, series de puntos, zigzag, radiales, círculos concéntricos, retículas, grecas, es-pirales y media luna.
- Motivos antropomorfos: cuerpos completos sexuados o asexuados, manos y pies.
- Motivos zoomorfos: venados, huellas de venados, astas de venados, huellas de osos y otros animales, serpientes, lagartijas y aves.
- Motivos fitomorfos: flores, hojas, árboles, peyote y agaves.
- Motivos formalizados (artefactos): atlatl, arcos, flechas, puntas de proyectil, cuchillos enmangados, guardapúas, redes y canastos.
- Motivos naturalistas: soles, lunas, cometas, estrellas, lluvia y relámpagos. La clasificación anterior coincide con las convenciones creadas por la academia para el registro de sitios rupestres en México.
Ahora bien, no se debe perder de vista que en estos casos se están clasificando como realistas o naturalistas solamente a las figuras que nosotros, como observadores contemporáneos, así consideramos de acuerdo a nuestra propia percepción. Son figuras que Edwin Panofsky, el gran estudioso de la iconografía, consideraba una simple identificación de formas puras. El investigador u observador contemporáneo puede identificar ciertas figuras en los petrograbados o en las pinturas, y considerarlas como naturalistas o realistas porque ha tenido la experiencia de verlas. Pero esta simple clasificación puede llevar a errores de interpretación debido a problemas de observación, ya que desde nuestras propias concepciones puede haber disparidad de interpretaciones, tal y como lo señala el arqueólogo Ian Hodder al plantear una paradoja iconográfica con una figura en la que nos pregunta ¿es un pájaro mirando hacia arriba o un ciervo mirando hacia abajo?
Por lo anterior no debe creerse que estamos asegurando o proponiendo que figuras como las mencionadas, que están representadas en las manifestaciones gráfico rupestres, se vuelvan categorías, sino todo lo contrario, pues únicamente las utilizamos de ejemplo para mostrar que oposiciones tajantes como naturalistas versus geométricas, tienen una utilidad limitada para el análisis iconográfico y pueden resultar peligrosas por su carácter presentista y etnocentrista, ya que estaríamos otorgándoles dichas categorías de acuerdo a nuestras propias convenciones iconográficas. Pero para ejemplificar lo anterior, y analizar la problemática que tenemos quienes abordamos las manifestaciones gráfico rupestres, quisiéramos traer el caso de un aficionado a la arqueología de origen norteamericano, quien, al enfrentarse ante determinadas figuras presentes en los petrograbados del oriente de Coahuila y poniente de Nuevo León, menciona que, aunque seguramente sería otra cosa, aquellas figuras le parecían “huellas de zapato con tacón”. Pero, a diferencia de la simple observación del aficionado, el arqueólogo puede identificar dichas figuras como representaciones de cuchillos enmangados. Es decir, no es suficiente hacer extrañas analogías entre la iconografía occidental contemporánea y las manifestaciones gráfico rupestres. Resulta indispensable recordar lo que señala Panofsky respecto a la importancia de comparar y contextualizar la imagen que se está analizando con la información, en caso de que exista, de documentos escritos.
Determinadas figuras sólo pueden ser decodificadas si conocemos los artefactos representados y/o su descripción en documentos escritos de la época colonial, pues de o contrario, la tarea de identificación se complica. Como ya señalamos, la clasificación anterior no pretende ser exhaustiva y definitiva, sino que sólo se trata de un panorama general de acuerdo a nuestra experiencia de campo. Además, dicha clasificación sólo tiene fines metodológicos, para catalogar a los gráficos y tratar de darle un orden al total de figuras de un determinado sitio. Pues aunque resulta imposible evitar hacer una interpretación subjetiva estamos convencidos que sólo así se podrá iniciar propiamente con un análisis iconográfico que busque interpretar o explicar de manera amplia las figuras.
*El presente texto se rescata del Tomo I: Monterrey Origen y Destino (2009). Donde participaron:José Antonio Olvera en la Coordinación General. Eduardo Cázares, como Coordinador Ejecutivo y Ernesto Castillo como Coordinador Editorial.
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