Que la respuesta tradicional con-siste en afirmar que América se hizo patente a resultas de su descu-brimiento, idea que ha sido acepta-da como algo de suyo evidente y constituye, hoy por hoy, uno de los dogmas de la historiografía univer-sal. Pero, ¿puede realmente afir-marse que América fue descubierta sin incurrirse en un absurdo?
Edmundo O’Gorman
Algunos cuestionan el trato dado a los grupos nativos y/o critican la forma de abordar la historia de los indígenas en Nuevo León, y han manifestado su desacuerdo con la costumbre de subestimar a los grupos indígenas locales. Como ejemplo, transcribimos una cita hallada en un texto de Máximo de León Garza, quien exclama indignado: ¡Y agregaría yo, no duró más porque para entonces no quedó ni un solo indio, pues todos estaban bien muertos! De León expone lo anterior porque estaba cuestionando con ironía la postura de José P. Saldaña con respecto a la duración del conflicto entre españoles e indígenas en el noreste de México.
Por otra parte, Abraham Nuncio se refiere a los grupos indígenas de comanches y apaches mezcaleros del siglo XIX e inicios del siglo XX, de la siguiente manera: Los primeros en ser no sólo desplazados, sino extinguidos fueron los indios. La guerra que se libró contra ellos, menos espectacular que la guerra del Yaqui pero quizá más efectiva, fue sistemática y total. En Vidaurri encontrarían a su Custer más implacable. La veracidad de la afirmación de Nuncio se fundamenta en la intolerancia con los indígenas que distinguió al gobierno de Santiago Vidaurri, el cual aplicó medidas radicales, tales como ordenar el envenenamiento de los aguajes del desierto durante el conflicto.
Desde la Brevísima relación de la destrucción de las Indias del dominico Bartolomé de las Casas, publicada en 1542, han existido posiciones contestatarias de la historiografía tradicional, que escribe los hechos sólo desde la versión hispanista. En la primera mitad del siglo XX, surgió en América La-tina un grupo de intelectuales que propusieron una interpretación de la historia al cuestionarla desde la identidad latinoamericana. En el año de 1992, después de cinco siglos, aparecieron en todo el continente distintos puntos de vista que criticaban de manera explícita el acontecimiento ocurrido el 12 de octubre, cuando llegó Colón. Críticas a favor y en contra se escuchaban en una polémica discusión entre el idealismo indigenista y el radical hispanismo. De este modo, se desató la polémica por el llamado “descubrimiento de América”, se subrayó el hecho de que la palabra descubrimiento tenía una fuerte carga ideológica que surgía de una posición unilateral y eurocéntrica, donde los indígenas nativos de América no eran considerados en el desarrollo histórico, ya que, según este enfoque, los indígenas aguardaron por milenios para ser descubiertos y así ingresar a la historia.
En la última década del siglo XX se replantea el tema de interpretar la historia sobre los indígenas del noreste de una forma mas objetiva. Por un lado, está la vieja historiografía positivista que se escribía desde un punto de vista etnocentrista, por lo que era prejuiciosa hacia los nómadas cazadores, recolectores. Por el otro, una historia hecha no sólo bajo metodologías y técnicas académicas distintas, sino bajo una perspectiva que integra el humanismo contemporáneo. Historiadores como Martha Rodríguez, Cecilia Sheridan y Carlos Manuel Valdés, han cuestionado en distintos textos a la historiografía tradicional que, desde un punto de vista evolucionista, le atribuye a estas sociedades un atraso primigenio.
En el caso concreto de Monterrey y Nuevo León, en el año de 1996 surgió lo que podemos llamar una corriente de ruptura, la cual era representada por un grupo de investigadores que compartían las mismas inquietudes; lo anterior contrastó con la celebración de los 400 años de la fundación de la ciudad de Monterrey. Por un lado, se dio el festejo por la presencia hispana, la cual se pretendía legitimar y ostentar, por ejemplo, con estatuas de conquistadores, mientras que, por otro lado, predominaba una marginación y olvido hacia los antiguos indígenas locales. El año 1992 en el continente, y 1996 en la ciudad de Monterrey, se recuerdan en la historiografía regional como punto de partida para replantear la valoración ética del pasado histórico americano. En un contexto global que incluía el fin de la guerra fría, la caída de sistemas totalitarios y del apartheid sudafricano, el movimiento de los zapatistas en Chiapas en 1994, instituciones, estudiantes e intelectuales se inclinaron por esta forma de reinterpretar el pasado, con un punto de vista crítico elaborado por la sociedad mestiza.
Por otra parte, esta visión crítica también se puede observar en la obra de Alonso de León, que es una valiosa fuente de información; por mucho tiempo había sido utilizada como la única verdad absoluta, ya que lo afirmado por De León se valoraba como veraz y objetivo. En fechas recientes se hizo una lectura crítica de su trabajo, y fue cuestionado de manera explícita. Por ejemplo, en un breve pero conciso artículo periodístico titulado Alonso de León, ¿garante o violador de los derechos humanos? el historiador Nicolás Duarte Ortega puso en duda la objetividad del autor, evidenciando su parcialidad y eurocentrismo: En De León el indio es traidor, cruel, antropófago, deshonesto, embustero, hechicero, sucio, glotón, drogadicto (usa el peyote), fiero, homosexual y carece del verdadero dios. Los estudios históricos, hasta ahora, han ignorado esta postura del cronista.
En De León los españoles son honestos, divinos, ilustres, verídicos, grandes y cristianos. Siguiendo en esta misma línea, Nuncio observaba con atinado juicio que, si bien era una fuente importante de datos acerca del modo de vida de los indígenas locales, la obra de De León no sólo poseía una fuerte carga ideológica, sino que precisamente lo convertía en uno de los primeros antecedentes de la intolerancia hacia los indígenas que prevalece actualmente en Monterrey y el noreste, argumento que cobra relevancia por sus implicaciones en la migración indígena que existe en la sociedad contemporánea. Estas críticas hacia De León surgieron entre historiadores, en el ámbito de la arqueología y en el de la antropología, ya que su obra tenía puntos cuestionables. Por ejemplo, Leticia González criticaba no sólo a De León, sino a otros cronistas y a los historiadores contemporáneos que han repetido el mismo discurso.
De igual modo, Moisés Valadez criticaba el tipo de conquista llevada a cabo en la región, cuestionando la historiografía nuevoleonesa por el hecho de tomar como verdad irrefutable lo mencionado por De León, repitiendo adjetivos como incivilizados, salvajes, bárbaros y primitivos. Así existen otras posturas que han analizado tanto los cronistas como los historiadores, y algunos otros investigadores que han repetido la deformada visión respecto a los nómadas cazadores-recolectores. Sin embargo, la construcción de una imagen distinta del pasado prehispánico e indígena aún está en proceso, se estudia en espacios académicos con poca difusión, lo que por desgracia ayuda poco a reinterpretar la historia indígena del noreste y cuestionar a la historiografía etnocéntrica de la sociedad en general. Aunque la historiografía en el mundo, en México, en el noreste y en Monterrey ha cambiado, es cierto que en todas partes, desgraciadamente, el hecho de integrar a los que quedaron excluidos en el discurso anterior es todavía un objetivo que se desea conseguir, por lo que, con mayor razón, la historiografía de Nuevo León y la de Monterrey deben ver el pasado con otra perspectiva.
Entonces, las investigaciones futuras deberán abordar este tema desde un enfoque multidisciplinario. Sin duda, la arqueología, la antropología y la historia trabajarán para dar una mejor comprensión de estos grupos. La historia que se genere en el siglo XXI tiene precisamente el reto de integrar todos los elementos, hasta aquéllos que el discurso anterior dejaba fuera, buscar la objetividad con aquellos grupos que han sido marginados, no sólo desde el punto de vista académico y puramente científico al analizar su papel en el desarrollo histórico de la ciudad y nuestro estado, sino que debemos incluirlos y aceptarlos desde su diversidad cultural.
*El presente texto se rescata del Tomo I: Monterrey Origen y Destino (2009). Donde participaron:José Antonio Olvera en la Coordinación General. Eduardo Cázares, como Coordinador Ejecutivo y Ernesto Castillo como Coordinador Editorial.
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