2666: una denuncia

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2666, Roberto Bolaño. Anagrama: Barcelona. 2004.

por Alfredo Brambila

América, al igual que otros continentes, es una tierra que ha generado asombro a la mirada ajena. El primer espectador, por decirlo de alguna manera, que posó su mirada sobre este continente quedó asombrado: se suponía que América no existía. No la habían concebido, en algunos casos, siquiera como una posibilidad. Fueron los americanos los comensales no invitados y se colaron por la puerta trasera de la historia universal empujados a punta pies por Occidente.

Al cabo de medio siglo América sigue siendo una razón de asombro para el espectador que es impropio de estas tierras. Las razones, evidentemente, han variado, pero aún persiste como una razón de asombro lo anómalo de los hechos que en ella suceden y para muestra basta un botón: la violencia. Roberto Bolaño, escritor de origen chileno, en su 666, la señala, la documenta y la retrata a través de una radiografía de lo que suceden en Santa Teresa, lugar que representa a Ciudad Juárez, México.

La violencia, y el asombro que esta genera al espectador ajeno, está representada en el viaje que los críticos –cuatro académicos de origen europeo- hacen a Santa Teresa en una arrebatada búsqueda del escritor Benno Von Archimboldi. Los críticos, después de su infructuosa búsqueda, terminan encausando sus energías a tratar de entender los misterios que entrañaba Santa Teresa y que fueron para ellos una razón de asombro. Hechos que llevaron a Pelletier a parar de beber y comer  y, mientras leía asiduamente los diarios locales, proclamar: «quiero enterarme de qué está pasando en esta ciudad», refiriéndose a los cientos de asesinatos que se habían suscitado en apenas un par de meses -salvo en poquísimas excepciones se había encontrado a los culpables-. Espinoza, al escuchar esto, inmediatamente supo a lo que se refería y recordó que una noche antes, en un bar, un estudiante les había contado que ya iban más de doscientas mujeres asesinadas, y el joven estudiante tuvo que repetir la cifra, «más de doscientas mujeres asesinadas», dos o tres veces porque ni Pelletier ni Espinoza daban crédito de lo que oían: les resultaba asombroso e inverosímil. Repetir la cifra no representaba ningún problema, no había ningún dejo de indignación, remordimiento o pena en darle voz a la atrocidad, hecho que representaba a la generalidad de Santa Teresa, un pueblo acostumbrado a andar entre muertos, a toparse cada tarde, en el camino del trabajo a la casa, de la casa al café o a la discoteca, con un muerto que era, casi siempre, una mujer estrangulada y violada.

Archimboldi, cuya obra era el tema central de los estudios de los críticos, emprendió un misterioso viaje a México cuyas razones se descubrirán hasta el final de las más de mil páginas que componen esta novela. Mil páginas que, se hace necesario precisar, están divididas en cinco partes: la parte de los críticos, la parte de Amalfitano, la parte de Fate, la parte de los crímenes y la parte de Archimboldi, unidas todas por un hecho: los asesinatos de mujeres en Santa Teresa. En dos de estas partes juegan un papel central los críticos, profesores de literatura que eran expertos en la obra de Archimboldi, todos ellos europeos: Jean-Claude Pelletier, francés; Manuel Espinoza, español; Piero Morini, italiano; y Liz Norton, inglesa.

Los periódicos de Santa Teresa renunciaron a convertir los asesinatos en tema principal, pues sus lectores estaban tan habituados a la violencia que eso ya no vendía. Era más digno de atención, y redituable, un penitente a quien por esos días le dio por orinar y defecar en las iglesias de Santa Teresa, y las autoridades lo consideraban tan alarmante que montaron una vigilancia personalizada en cada una de las iglesias para apresar al individuo que además de profanar iglesias, agredía a los curas que lo sorprendieron in fraganti. Que los periódicos convirtieran estos sucesos en noticia de primera plana contradice lo que «El norteño» le decía a Miguel Montes -uno de los tantos culpables de los asesinatos de Santa Teresa-, que «los mexicanos viven de espaldas a todo». No, a lo absurdo lo miramos de frente y con regocijo.

Dentro de las excepciones a la opinión, que bien puede tomarse como una regla, de que los mexicanos viven de espaldas a todo, se encuentran algunos escritores, particularmente los latinoamericanos, que en la búsqueda de aquellos temas que resulten novelables, la realidad grita que ahí está, que de eso deben de hablar en sus novelas, que no nieguen lo evidente y lo evidente en el caso de Latinoamérica es la violencia. La aparición de la violencia como tema central, y de cómo se vuelve objeto de nuestra atención en el momento en que se está decidiendo sobre qué escribir, está representado en 2666 por la búsqueda de Archimboldi, que simboliza el arte, búsqueda llevada a cabo por parte de los críticos, que se encuentran, como ya se dijo, con la violencia desenfrenada, con la muerte a raudales y sin justicia.

Escribir sobre la violencia convierte a Bolaño, a la manera sartreana, en un escritor comprometido, atento a los asuntos de su tiempo, consciente de que es parte de él. Y el autor  concibe ese formar parte al convertirse en un delator de las injusticias, de las desigualdades, posando su mirada, e invitando a que otros la posen, en los lugares que no se quieren voltear a ver.

Este enfrentamiento con la realidad, clavar el dedo en la zona mórbida, es algo que idealmente se espera de un ciudadano y, por lo tanto, de un escritor: que no sea ajeno a lo que sucede en su contexto. Pero el ciudadano, comúnmente, como los habitantes de Santa Teresa, no lo hace, como advierte Luis Villoro en relación a su reacción frente a la violencia: «se ha producido un efecto de distanciamiento. Siempre se trata de desconocidos, gente lejana o rara, que sabrá por qué la degüellan». Es así que los ciudadanos adquieren un comportamiento de autómata: ya no es responsable, y se acostumbra a normalizar los desmembramientos de los cuerpos y considerar algo típico la presencia de cadáveres en lugares que nada tienen que ver con un cementerio. Y una de las preocupaciones que salta es ¿cómo convertir esa aceptación de la violencia en su antípoda?, ¿cómo convertir lo que es considerado dentro de nuestra visión como normal para que sea visto como algo anormal e indeseable? Para esto Bolaño coloca sobre esta realidad una mirada que lo repruebe y se convierta a la vez en denuncia. Mirada que es aportada por Occidente: por los críticos, por Amalfitano, por Fate, el periodista estadounidense que, de manera fortuita, viajó a Santa Teresa a cubrir una pelea de box y terminó investigando los crímenes. Lo que comprueba que la mirada ajena es necesaria, pues esa mirada nos da cuenta de los recovecos y hondonadas que nosotros hemos tejido y en las que nos perderíamos por tiempo indefinido si alguien ajeno no nos señala nuestros errores o anomalías; esa mirada nos ilustra sobre otras formas de vida, formas de vida donde lo que aquí sucede allá es impensable, donde lo considerado normal aquí allá ni siquiera se concibe como posibilidad. Cosa que nos ayudar a agregar otra dimensión y otra salida a la vida.

El presente texto forma parte de 101 Libros, un programa de promoción de la lectura auspiciado por el Consejo Ciudadano para el Desarrollo Cultural Municipal de Culiacán. La intención de dicho proyecto es acercar 101 títulos de la literatura contemporánea a un grupo de lectores jóvenes con el fin de ampliar los horizontes de cultura, los referentes literarios y el pensamiento crítico.

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