Las economías de buscadores de alimentos y de cazadores requieren competencia técnica, a despecho de su simplicidad. Encontrar y recoger raíces silvestres, nueces, simientes y bayas, cazar o coger en trampas a los animales comestibles, exige conocimiento, no sólo del terreno, sino de las épocas más favorables, y de las mejores condiciones bajo las cuales conseguir esos alimentos, sin hablar de su conservación para el consumo futuro.
Melville J. Herskovits
Como hemos visto, al tratarse de sociedades nómadas de cazadores-recolectores que habitaron Nuevo León, no existían personas especialistas con grandes privilegios, los jefes o cabecillas, aunque tenían otras funciones específicas, también compartían las mismas tareas que los demás. Desde luego, esto no quiere decir que todos hacían todo, sino que seguramente estaban divididas de acuerdo al género y la edad. Al abordar la evidencia arqueológica de estos grupos, debemos recordar que la división del trabajo al parecer era tal y como ocurre en la mayoría de las sociedades de cazadores-recolectores: los hombres cazaban y las mujeres recolectaban. Coincidimos con otros autores al considerar que en lo que se refiere a gran parte de los estados de Coahuila y Nuevo León, todo parece indicar que los hombres cazaban y elaboraban artefactos líticos, mientras que las mujeres recolectaban plantas, procesaban alimentos y manufacturaban cestas, petates y otros utenlsilios.
De las actividades generales, se puede destacar que, de acuerdo a lo que podemos inferir, auxiliados por las fuentes históricas y la analogía etnográfica, en Nuevo León los hombres organizaban su unidad familiar, se avocaban a la cacería y pesca, así como a la manufactura de diversas armas y demás artefactos líticos; también peleaban en los conflictos, mientras que otros resguardaban el campamento durante las batallas. Por su parte, las mujeres se dedicaban a buscar y recolectar frutos, raíces y semillas, obtener leña y otras materias primas.
Eran las encargadas de la preparación de los alimentos, cargar a los niños al cambiar el campamento y transportar el agua. De igual modo, hacían otras actividades como el trabajo de cestería, aderezado de pieles y la obtención de fibras y manufactura de cuerdas, redes y textiles. Incluso, es muy posible que participaran en la pesca y en la caza de especies pequeñas. Las mujeres tenían una mayor carga de trabajo y participaban activamente en un gran número de actividades y tareas. Es importante recordar que no es lo mismo sexo que género, pues mientras el primero es natural o biológico, el segundo es una construcción cultural. Mencionamos lo anterior ya que, según algunas fuentes históricas del siglo XVI y XVII, como Álvar Núñez Cabeza de Vaca y el capitán Alonso de León, comentan que entre estos grupos indígenas existían varones que vestían y realizaban actividades propias de las mujeres. Aunque es evidente que existía un punto de vista prejuicioso por parte de los españoles, al llamarlos por ejemplo amarionados, al parecer estos individuos desempeñaban un papel como el resto de las mujeres, que era aceptado por los demás miembros del grupo: ..hay algunos que, siendo va-rones, sirven dehembra contra naturaleza; y para conocerse, andan en el propio traje de las indias, y cargando su huacal y haciendo los propios ministerios que ellas, sin que por ello él se afrente, ni ellas los menosprecien.
No podemos descartar que algunos de estos individuos tuvieran además intervención en rituales mágicos o ceremoniales, tal y como ocurre con homosexuales que utilizan indumentaria de mujer en otras culturas de Norteamérica. Al parecer no se trataba de un comportamiento atípico o eventual, sino que era una condición consuetudinaria. En lo que se refiere a las personas de mayor edad, realizaban actividades propias de su género y ayudaban en lo que podían de acuerdo a sus habilidades y condición física. Estos individuos, dentro del grupo, eran los depositarios y principales emisores del bagaje cultural, pues sabían cómo curar enfermedades y entrar en contacto con lo sobrenatural. Por su parte, los niños más pequeños ayudaban en las tareas de los adultos, principalmente de la mujer, al recolectar frutos y recoger leña. Aunque esto sucedía hasta cierto momento, pues siendo aún muy jóvenes, llegaba el caso en que las actividades se dividían entre los varones y las mujeres. Por supuesto, hasta ahora hemos visto de manera general la división del trabajo que probablemente tenían los grupos que habitaron Nuevo León y el noreste de México, pero es posible que existieran diferencias en tiempo y espacio; además, es posible que la recolección de ciertas plantas medicinales y distintos tipos de plantas empleados como colorantes podría ser una tarea que no necesariamente realizaba sólo un sector de la población de acuerdo al género o la edad.
Lo mismo sucedió quizá con la recolección del peyote que, al menos para tiempos históricos, era realizada sólo por ciertas personas, seguramente varones, pues más que de una recolección, se trataba de una cacería de peyote, ya que, como ocurre con otros grupos indígenas, existía una vinculación estrecha entre el venado y el peyote. Es necesario desglosar las distintas actividades productivas y las diferentes tecnologías de elaboración de artefactos en distinto material. Todo está interrelacionado en un interminable proceso circular, en donde toda la materia prima era tan importante como la hechura y, por tanto, son procesos complementarios. Por ejemplo, para obtener un artefacto de pedernal con suficiente filo, antes se requiere poseer un artefacto de hueso o asta con el cual ejercer presión. Para la extracción y procesamiento de fibra de ixtle para hacer cordeles están involucrados artefactos de piedra con mango de madera. Y para la manufactura de artefactos de concha se requiere una punta de piedra para perforar o cortar. Lo mismo ocurre con un artefacto de hueso o piel, ya que en su elaboración están involucrados otros artefactos.
La cacería
Antes de mencionar el tipo de armas y estrategias de la cacería, es necesario analizar a grandes rasgos el papel que tuvo a través del tiempo la caza entre los grupos de Nuevo León, por lo que debemos iniciar dejando en claro algunos aspectos, pues, tal vez, la imagen del cazador se debe precisamente a que la mayor proporción, o al menos el tipo de evidencia material más conocido en la región, sean armas.
En efecto, en Nuevo León y el noreste de México, el tipo de artefactos que se identifican como objetos de los indígenas son las puntas de proyectil, que son denominadas popularmente como chuzos o pedernales. Sin embargo, esta aparente preponderancia de la cacería resulta un tanto engañosa, pues debido a las puntas que están manufacturadas en piedra, han perdurado hasta nuestros días, a diferencia de otros artefactos elaborados en materiales como fibra, hueso, asta o madera que, salvo en ciertas condiciones, se desintegran pocos años después de ser desechados, abandonados o perdidos.
A excepción de ciertos contextos como cue-vas secas, tundras congeladas y pantanos, donde se conservan materiales perecederos como madera, hueso, piel y fibra, por lo general los artefactos que más predominan en los hallazgos arqueológicos son los líticos.13 Pero, afortunadamente, contamos en el noreste con algunos contextos que permitieron una conservación excepcional. Por ejemplo, en cuevas de Coahuila, la proporción de madera supera por mucho a la de piedra y, a su vez, los artefactos manufacturados en fibra son muchos más que los de madera. Es decir, en estas cuevas secas había una abundancia de artefactos de madera, fibras y textiles. Mientras en el caso de Nuevo León no ocurre así; por ejemplo, en el sitio de Cueva Ahumada 95% de los materiales recuperados en las excavaciones de artefactos eran líticos.
De igual modo, en la Cueva de la Zona de Derrumbes, al sur de Nuevo León, también hay un 94.6% de piedra tallada y 2.8% en piedra pulida. Y lo mismo ocurre en gran parte de Texas, donde gracias a los documentos españoles sabemos que los indígenas poseían muchos artefactos de madera y fibra y, probablemente, durante el arcaico ocurría algo similar, pero dichos materiales han desaparecido. El hecho de que no se hayan conservado los artefactos manufacturados en materiales perecederos en muchos sitios de Nuevo León, no significa que hayan sido pocos, pues debieron ser igual o probablemente más abundantes que los de piedra, pero desaparecieron debido a las condiciones del medio ambiente, como la humedad, la erosión, los rayos solares, insectos y otro tipo de agentes naturales o humanos. Entonces, si recordamos que muchos de estos artefactos de madera, hueso o fibra eran usados en otro tipo de actividades productivas, es posible no otorgarle una importancia desmedida a la cacería y situar su papel y aportación en su justa dimensión.
Los primeros cazadores
Una vez aclarado lo anterior, podemos señalar que la caza dependía y podía variar de acuerdo al entorno específico y la época del año. Si tomamos en cuenta que la mayor parte de los investigadores opinan que los primeros seres humanos que ocuparon el continente americano lo hicieron al final del pleistoceno, entonces tenemos que, de acuerdo a la evidencia paleontológica y arqueológica de Norteamérica, hace más de 10 mil años el medio ambiente era distinto al que existe en la actualidad, por lo que los primeros humanos que llegaron a lo que ahora es el noreste de México seguramente coexistieron con los últimos ejemplares de una gran variedad de especies de mamíferos que ahora están extintas.
No parece haber duda de que existió una gran variedad de especies pleistocénicas en Nuevo León, pues hay evidencia, aunque en ninguno de estos casos existe una prueba contundente de presencia humana ni materiales arqueológicos asociados a los restos óseos correspondientes a estas épocas. Con respecto a la caza de estos animales en otras partes de Norteamérica y México, hay que señalar que existe una gran polémica respecto a la causa o causas que propiciaron la extinción masiva de la fauna. Hay al menos dos grandes posturas: la que atribuye dicha extinción al hombre, concretamente a la cacería, y aquélla que considera que la extinción se debe sobre todo a causas naturales, es decir, le da mayor importancia a los cambios climáticos y la modificación de la vegetación.
Lo cierto es que para muchos otros investigadores ninguna hipótesis parece tratarse de una explicación completa y suficientemente argumentada, por lo que se piensa que no necesariamente son excluyentes, sino tal vez complementarias, de ahí que exista una posición media que considera que el impacto de los cazadores paleoindios no fue devastador para la fauna, sino que ésta resultó afectada por los cambios climáticos y la desaparición de su hábitat. Ciertamente no parece haber duda respecto a la eficacia de la tecnología para abatir grandes presas, pues, por ejemplo, a partir de distintas prácticas de arqueología experimental, se han recreado lanzamientos con atlatl de puntas tipo clovis sobre elefantes (muertos), y los investigadores encontraron que sí se puede penetrar su piel que es muy semejante a la del mamut.
Por otra parte, también hay que señalar que la imagen popularizada del cazador demamutha sido cuestionada y puesta en duda por distintos investigadores en Norteamérica. Por ello, en el norte de México también se toma con cautela este tema, pues en nuestro país la asociación de artefactos líticos y restos óseos de mastodontes y otras especies de megafauna no es ni numerosa ni del todo confiable. Por lo tanto, de acuerdo con algunos autores, difícilmente los antiguos habitantes deben considerarse como cazadores de megafauna, pues si bien es posible que cazaran este tipo de animales, debió ocurrir en ocasiones y condiciones casi únicas, opinión que, como Lorenzo, subrayaba Angel García Cook, al señalar y criticar al arqueólogo Luis Aveleyra respecto a que no hay que concebir a los primeros pobladores de México como cazadores de fauna extinta, pues, aunque contemporáneos a la megafauna y tal vez cazadores ocasionales cuando la situación lo permitía, no era la base de la subsistencia. Y lo mismo afirman otros investigadores que han tachado de ilógica la expresión de cazadores de mamut para referirse a los primeros habitantes que ocuparon lo que ahora es nuestro país. Sin embargo, si bien es cierto que debemos tomar con cautela dicha imagen de los cazadores de grandes animales, de lo que sí estamos convencidos es que eran grandes cazadores de animales.
Las armas: el atlatl
Para algunos autores, la primera arma usada en el continente americano fue la lanza, que tendría como punta las llamadas puntas tipo clovis, pues argumentan que no existe evidencia determinante que asegure el uso de un propulsor. No obstante, algunos experimentos indican que dichas puntas sí son efectivas si son lanzadas con un propulsor. De cualquier modo, lo cierto es que durante los primeros milenios de presencia humana en México y el noreste, es muy probable el uso de la lanza y, sobre todo, de un artefacto llamado atlatl.
El atlatl es llamado así porque es la designación en náhuatl para referirse al propulsor o lanzadardos. Se le conoce de distintas formas alrededor del mundo. Aunque en Europa existen especímenes de hueso o marfil, la mayoría de las veces el atlatl está manufacturado en madera. Respecto a su función, podemos decir que surgió para hacer más eficaz la cacería, ya que una lanza que es arrojada solamente con la fuerza del brazo como una jabalina tiene un alcance y fuerza limitados, mientras que, en caso de lanzarla con el atlatl, aumenta considerablemente tanto la fuerza como la distancia del dardo. De acuerdo con los datos etnográficos y de experimentación, la distancia media del vuelo de una lanza era de 35 a 40 metros, mientras que la distancia media del vuelo de un dardo arrojado con un propulsor era de 70 a 80 metros.
En el caso de Nuevo León, mediante experimentos realizados con reproducciones de atlatl, se ha obtenido información de que, aprovechando la gravedad, los proyectiles arrojados hacia abajo desde una ladera pueden llegar a unos 40 o 50 metros. El atlatl es un arma cuyo uso es muy diverso según la parte del mundo o la época histórica en la que investiguemos su aplicación. Evidentemente, no se trata de un invento único que se haya propagado, sino que surgió en distintas áreas en momentos diferentes. La forma de utilizarse se puede resumir así: el lanzador toma el atlatl por un extremo, es decir, el mango, y pasa los dedos por un sujetador o travesaño (que en el norte de México debió ser una tira de cuero o fibra), luego coloca el extremo opuestoa la punta del dardo, ajustándolo en la acanaladura o gancho del atlatl; después, descansando el atlatl sobre el hombro, debe estar sujetando la lanza con los dedos. Por último, hace el movimiento de palanca para arrojar el proyectil, que saldrá disparado con gran potencia. Ahora bien, en el caso del norte de México, y concretamente para el caso de Coahuila, el primer ejemplo de un atlatl que está documentado es el recuperado por Edward Palmer, quien lo extrajo de la cueva del Coyote.
Posteriormente, en la misma entidad continuaron siendo encontrados distintos ejemplares, como aquéllos de la cueva La Espantosa y otros fragmentos o ejemplares completos de las cuevas de La Candelaria y la de La Paila. En cuanto al tipo de atlatl, sabemos que existen varios. En Norteamérica predominan aquéllos del tipo masculino o machos, que son los que tienen un gancho o proyección al extremo o parte distal, en donde se coloca la oquedad del extremo proximal de la lanza; mientras que el atlatl del tipo mixto posee una acanaladura longitudinal en su cara dorsal y un gancho al extremo distal.
En el caso de las cuevas de La Candelaria, La Paila y el Coyote son mixtos, y en la cueva la Espantosa coinciden los dos tipos. Y aunque no se han realizado estudios específicos respecto a la identificación de especies utilizadas para su manufactura, se debieron utilizar maderas de gran dureza, como el mezquite, el ébano y la barreta, entre otras. Aunque esto también dependía del hábitat del grupo humano y de la vegetación a la que tenían acceso.
Respecto al atlatl, cabe mencionar que ningún cronista o documento histórico del norte de México hace alguna referencia a estos artefactos; en su lugar, el cronista De León da una pormenorizada descripción de la materia prima y elaboración de arco y flechas. Por ello, en la historiografía regional se ha manejado la utilización del arco y la flecha como el arma usada por los antiguos habitantes de Nuevo León para la cacería, lo que es cierto, pero parcial. Al parecer, el atlatl o lanza dardos cayó en desuso con la aparición del arco y la flecha, que muchos autores creen que llega a Norteamérica 2 mil años atrás, aunque otros lo sitúan en el año 1000 después de Cristo.
Por consiguiente, el atlatl había dejado de ser utilizado como arma de caza por los grupos indígenas del noreste de México antes de la llegada de los españoles a este territorio a finales del siglo XVI, y lo mismo ocurre en ciertas áreas de Texas donde, como fecha más tardía, el atlatl dejó de usarse por lo menos algunos siglos antes de la conquista. En el caso de otras partes del noreste de México, hay que recordar el contexto de las cuevas de Coahuila donde se han encontrado estos artefactos, pues son anteriores a la época de la conquista española.
Sin embargo, aunque debido a las condiciones de preservación no se han encontrado estos artefactos en Nuevo León, no podemos descartar que bajo ciertas condiciones se pudiera encontrar en el futuro un sitio arqueológico con suficientes restos de madera, fibra y demás material perecedero. No obstante, aunque no se han hecho hallazgos de atlatl, tenemos su complemento. En Nuevo León se han encontrado las puntas de proyectil que eran lanzadas con el atlatl, ya que podemos identificarlas debido a que son más grandes y pesadas que aquellas puntas utilizadas para ser lanzadas con el arco.
Estas puntas son de diferentes tipos, tamaños y antigüedad. Además, como en otras partes del norte de México y sur de los Estados Unidos, en Nuevo León existe una gran cantidad de petrograbados con la representación de lo que ha sido interpretado como un atlatl, así como las figuras grabadas de algunas puntas de proyectil, lo que sugiere su uso. Respecto a los grabados, en muchas ocasiones se pueden apreciar con claridad sus partes. Por ejemplo, el gancho donde se atoraba la lanza, el sujetador donde se introducían los dedos y, por último, los llamados contrapesos, que han sido encontrados en Norteamérica en distintos materiales como hueso, piedra y concha, y con varias formas, por lo que en las representaciones grabadas en la roca aparece dicho contrapeso con formas redondas, semirrectangulares y de media luna.
Contrariamente a lo que pensaban otros arqueólogos que intervinieron en Nuevo León, hoy sabemos que en el pasado existían especies que aún habitan en Norteamérica, pero que están extintas en la zona, como el bisonte americano contemporáneo (Bison occidentalis). Y no sólo eso, sino que probablemente habitaron también otras especies extintas de bisontes. Se han hecho distintos hallazgos de mastodontes y otro tipo de fauna del pleistoceno en distintos municipios como Mina y Montemorelos, como es el caso del Mammuthus imperator, no se han encontrado este tipo de restos asociados a evidencia de ocupación o actividades humanas. Sin embargo, no podemos descartar que en el futuro aparezcan restos óseos que corroboren no sólo su presencia, sino su caza.
Esto podría surgir, por ejemplo, de excavaciones al norte de la entidad, tal es el caso del sitio La Morita II en el municipio de Villaldama, donde en recientes excavaciones no sólo se recuperó un molar de Equus americano, es decir, una muela de caballo prehistórico, asociado a lo que aparentemente es un fogón, lascas y otros restos culturales, sino que en dicha cueva se encontraron varias puntas de considerable antigüedad que los arqueólogos llaman acanaladas y foliáceas. Sin embargo, esta investigación aún continúa, por lo que el análisis de dichos materiales y nuevos hallazgos podrán arrojar luz sobre los cazadores que habitaron miles de años atrás en el territorio neoleonés.
Las armas: el arco, la flecha y otros artefactos
Aunque existe un debate respecto a la antigüedad que tiene el arco en el viejo mundo, algunos lo sitúan entre los 12 mil y los 10 mil años, pero, en nuestro continente es relativamente reciente, pues la aparición del arco y la flecha debió ocurrir hace aproximadamente dos milenios. Por ello, en las fuentes escritas del siglo XVII que abordan Nuevo León, Coahuila y Texas no hay menciones del atlatl, sino sólo del arco. Aquí es necesario señalar que hay menciones de que en una parte del río Bravo, en los alrededores de Reynosa, había grupos que además del arco y la flecha usaban la lanza, pero se trata de un grupo que había experimentado un proceso de aculturación, formado por negros esclavos huidos o sobrevivientes de naufragios, que se habían integrado con grupos indígenas, de ahí que probablemente hayan adoptado dicha arma.
Una de las referencias a los arcos entre los grupos nómadas del norte de México pertenece a Pérez de Rivas, quien enfatiza el cuidado que los hombres tenían de dicho artefacto, dada la importancia del mismo. Sin embargo, el religioso no da pormenores del arma, por lo que la alusión más precisa y detallada es la que hace De León, quien describe la elaboración del artefacto en diferentes maderas, aunque señala que la raíz de mezquite era de las preferidas. Esto es muy probable, pues sabemos que se trata de una madera de gran resistencia y durabilidad. No obstante, no se puede descartar el uso de otras maderas, pues en otras partes del norte de México se han reportado arcos del árbol conocido como brasil (Condalia hookeri). En cuanto a la evidencia de arcos en las pinturas o petrograbados, no es tan frecuente como el atlatl. Sin embrago, Smith menciona lo que parecería una pintura hecha con carbón de grupos indígenas armados con arco y flecha, y españoles con armas de fuego. Sin embargo, no ha sido localizada, además, el hecho de que se trataba aparentemente de una pintura hecha con carbón hace que no se descarte la posibilidad de que haya sido un grafiti.
Respecto a las dimensiones de los mismos, cabe señalar que pueden variar de acuerdo a los grupos que lo usaban. Resulta muy probable lo que menciona De León respecto a que eran del tamaño de quien lo iba a utilizar, pues en Coahuila fueron encontrados arcos que no iban más allá de 1.69 metros, lo que coincide con la altura promedio de los grupos que habitaron Norteamérica, el norte de México y esa misma región, pues de acuerdo a los estudios de los restos osteológicos de la misma cueva de la Candelaria, en Coahuila, los hombres medían 166.80 centímetros y las mujeres 156.81 centímetros en promedio. En el caso de Boca de Potrerillos, en el municipio de Mina, se rescataron los restos de un individuo masculino, de entre 20 y 25 años de edad y estatura aproximada de 1.62 metros.
En cuanto a la cuerda, la comentaremos más adelante, pero sabemos que se hacía con fibras de ixtle que se obtenía principalmente de la lechuguilla, aunque probablemente se podía usar también la yuca. Las fibras, al tener pocos centímetros, se iban uniendo y torciendo hasta conseguir la longitud deseada, tal y como se puede observar en la evidencia arqueológica encontrada en Coahuila, donde se hallaron arcos con cuerda, y además restos de tiras de piel amarradas, quizá con la intención de sujetarlo mejor. Junto al arco, y como su complemento, tenemos, las flechas. En cuanto a sus características, resulta muy exacta la descripción que hizo en el siglo XVII Alonso de León: Las flechas son de un carrizo delgado y duro, curado al fuego; en un extremo, una muesca que encaja en la cuerda, para que no resbale de ella y con ella tenga más fuerza para expelerla, del cual extremo hacia el otro, ponen unas plumas, unas de cuatro dedos de largo, otras de más otras de menos, hasta llegar a un palmo.
Éstas, o están pegadas con un betumen que llaman sautle, o amarradas en sus extremidades con unos nervios de venado tan bien puestos, que no hay nudo ni se ve dónde acaba la ligadura o dónde empieza, si no es que la mojan. Al otro extremo de la caña ponen una vara tostada, igual en el tamaño y grosor al malacate o huso que tienen los obrajeros cuando hilan. Este entra como cuatro dedos en la caña y, topando en uno de sus nudos, la amarran asimismo con los nervios, que queda tan fuerte y ajustada, que sólo en las materias diferencia. En el extremo del palo, que quedó fuera, hacen una muesca y en ella ponen una piedra puntiaguda. que es en forma de hierro de lanza; haciendo unos arpones, atrás, que cuando entra en alguna parte, se queda allá la piedra, si topa al salir en algo, o abre cruel herida; tiene modelo de la punta de la ancla, que tiene dos lengüetas.
Ésta, pues, amarra con el nervio o pegan con sautle, y queda, de una u otra suerte, fuertísima y hace cualquier operación. Es decir, podemos analizar y desglosar su estructura e identificar los elementos básicos que la conforman: asta, anteasta y la punta, características que no son exclusivas de Nuevo León, sino que se hallan entre otros grupos de cazadores-recolectores de Norteamérica, que combinan el asta de carrizo y la anteasta de madera. Antes de continuar con las partes, resulta indispensable abrir un paréntesis, pues si bien en el caso de De León se mencionan las astas de carrizo, está documentado que otros grupos norteños utilizaban la inflorescencia de la lechuguilla, lo cual es factible, pues sabemos que tiene peso y tamaño semejante al carrizo, de ahí que los grupos indígenas que carecieran o se les dificultara la obtención de carrizo, podrían utilizar o sustituirlo por lechuguilla. Existe evidencia arqueológica en Coahuila donde las características de los artefactos coinciden con lo anterior.
Por ejemplo, en el caso de la cueva de La Candelaria, tenemos que las astas son de carrizo y tienen en la parte proximal una muesca en forma de U para acomodar la cuerda, además se conservaron los finos amarres de tripa o tendón. Las anteastas encontradas eran varitas de madera redondeada y pulida, que en un extremo tenían la parte aguzada para ser introducida en el hueco del carrizo (asta) y en el otro una ranura en forma de V donde era colocada la punta de piedra. En el caso de resinas encontradas en Coahuila que fueron usadas como pegamento, Aveleyra defiende la misma propuesta de Palmer, cree que probablemente se trata de un pequeño cactus que crece en el norte de México cuyo nombre científico es Mamillaria fissurata.
Desde luego, no podemos descartar el uso de otras resinas vegetales como el mezquite o cera de candelilla, por lo que futuras investigaciones al respecto podrían brindarnos otras posibilidades. En cuanto a las puntas de proyectil, eran de distinto tamaño y forma, pues algunas, como las descritas por De León, tenían probablemente pedúnculo, muescas laterales y aletas; no se puede descartar que esté haciendo alusión a puntas tipo toyah, cuya fabricación se extiende hasta tiempos históricos. Desde luego, existen otros tipos de puntas de flecha que pueden variar en cuanto a su forma, pues algunas eran sólo triangulares o con la base redondeada. Sin embargo, la característica de todas las puntas de flecha es que deben ser pequeñas, delgadas y ligeras, pues sólo así se consigue su eficacia.
Esto del tamaño reducido y poco peso se debe a que, de lo contrario, al ser gruesas, pesadas o grandes, se dificultaría en gran medida dar impulso a la flecha con la fuerza que la tensión del arco aporta; además, si acaso se lograra arrojarla, la dirección, alcance, equilibrio y puntería no serían los adecuados para utilizarla eficazmente. Entre las diferencias más importantes de los proyectiles lanzados con atlatl o propulsor y las flechas lanzadas con arco está el hecho de que la flecha llegaba a mayor distancia, tenía más precisión, y se podían lanzar más proyectiles, pues el cazador podía cargar más debido a su menor tamaño y peso.
De ahí que, sin duda, el arco y la flecha fueron una gran aportación tecnológica. Resulta interesante mencionar las dimensiones promedio de 160 puntas tipo toyah encontradas en la cueva de la Zona de Derrumbes, en el cañón de Santa Rosa, al sur de Nuevo León, pues van de 1.5 a 3.1 centímetros de largo, 1.1 a 2.2 centímetros de ancho y 0.2 a 0.4 centímetros de espesor. En La Calsada, al sureste de Monterrey, Roger Nance catalogó como puntas de flecha a aquéllas de menos de 3 centímetros de largo. Incluso a otras las llamó micropuntas de flecha, pues sus dimensiones son: 1.3 a 2.6 centímetros de largo, .4 a 1.0 centímetros de ancho y 0.2 a 0.3 centímetros de espesor. Aquí es necesario señalar que, de acuerdo a las fuentes escritas y concretamente lo que dice De León, se utilizaba como los arqueros de casi todas partes del mundo, incluyendo los contemporáneos un protector, el cual iba desde la muñeca hasta el codo.
Este protector era al parecer de piel de coyote u otro animal, y servía para protegerse del movimiento de la cuerda después de disparar las flechas. Además, dicho protector era al mismo tiempo la funda para guardar un cuchillo, con mango de madera y hoja de pedernal. Esta práctica, como mu-chas otras que hemos visto, la compartían los grupos que habitaban gran parte del norte de México, pues en la evidencia arqueológica se pudo constatar la colocación del cuchillo en la muñeca del brazo izquierdo, pues en la cueva de La Candelaria se encontraron esqueletos con los cuchillos atados con tiras de piel o cordeles de fibras de ixtle precisamente en el brazo izquierdo. Este cuchillo enmangado se componía de un artefacto bifacial (tallado por los dos lados) que solía ser pedernal, pegado a un mango de madera por medio de betún de sautle. Las características de este bifacial lo asemejan a los cuchillos enmangados que reporta Aveleyra para la cueva de La Candelaria en Coahuila y que, como señalaba Pablo Martínez del Río, son de excelente manufactura.
Estos utensilios encontrados en distintas cuevas en Coahuila son muy similares a los que aún utilizaban los indígenas que vivían en lo que ahora es el estado de Nuevo León durante el siglo XVII. Como ejemplo, podemos transcribir la descripción hecha por De León, un militar de la época: Usan también unos pedernales de un palmo, del anchor de dos dedos. Delgados, al modo de una cuchilla de daga; y de dos filos, pegados con el mismo betumen, en un palo que sirve de hacha para sus ministerios. Aquí es necesario recordar que un palmo era una antigua medida de longitud que equivalía a unos 20 centímetros, la cual estaba dividida en 12 partes iguales llamados dedos, de poco más de 1.6 centímetros cada uno.
Entonces, como resultado tenemos que la descripción anterior coincide con la evidencia arqueológica, pues este tipo de herramienta ha sido encontrada en distintos sitios de la región con medidas que van de 15 o 20 centímetros. Por ejemplo, en las cuevas de La Candelaria y de La Paila, en Coahuila,92 que fueron exploradas por el arqueólogo Aveleyra y su equipo en la década de los 50 en el siglo XX, se encontraron varios ejemplares de estos artefactos en un excelente estado de conservación, pues la hoja triangular de piedra aún estaba unida por medio de un pegamento de origen vegetal al mango de madera, que en algunos casos aún conservaba ciertos dibujos pintados en varios tonos.
En otros lugares también se han encontrado este tipo de cuchillos, pero debido a las características del sitio y las condiciones del medio ambiente, sólo se ha recuperado la hoja triangular de piedra. Por ejemplo, en el caso de un campamento a cielo abierto, el material perecedero, en este caso la madera y el pegamento de origen vegetal, desaparecieron hace muchos años a causa de la intemperización, es decir, la lluvia, el viento, rayos solares, insectos y microorganismos. Sin embargo, no son las únicas evidencias de cuchillos que han sido encontradas en el noreste de México, pues además de aquéllos que resultan utilitarios, también existen representaciones de ellos en las manifestaciones gráficorrupestres. En Nuevo León se han registrado distintos sitios con petrograbados y, en menor medida, con pinturas rupestres con figuras que han sido interpretadas como cuchillos.
En el caso de los petrograbados, a lo largo de nuestras investigaciones hemos localizado decenas de rocas con representaciones de cuchillos enmangados, por ejemplo, en el sito Presa de la Mula, localizado en el municipio de Mina, Nuevo León. En algunos sitios existe lo que parecería una obsesiva representación de estos utensilios, pues aparecen decenas de cuchillos en una sola cara de la roca, tal es el caso del sitio Loma Bola Paredón, en los límites de Nuevo León y Coahuila, sitio que impresionó al arqueólogo Aveleyra, pues además de llamar a sus petrograbados como los más interesantes que se han encontrado en esta áreacentral de Coahuila y Nuevo León, identificó los cuchillos enmangados representados en la roca y los calificó como idénticos a los que había encontrado en la cueva de La Candelaria y La Paila.
En cuanto a las representaciones, algunas de ellas sugieren que la hoja de piedra, aunque siempre terminaba en punta, pudo variar en cuanto a la base, siendo en ocasiones poco cóncava, a manera de una gota, aunque casi siempre era un triángulo de lados rectos. En referencia a las pinturas, está el caso de Chiquihuitillos, en Mina, en donde destaca una extraordinaria pintura en la que se distingue un cuchillo enmangado. En esta pintura puede observarse la representación de rombos pintados en el mango, simulando la pintura que se le solía aplicar al mango del cuchillo real de acuerdo a los ejemplos de Coahuila.
Las armas: el palo conejero
Un artefacto que también fue usado como arma por los grupos que habitaron el noreste de México y Nuevo León es un arma arrojadiza llamada palo conejero. La descripción que hace Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien fue uno de los primeros españoles que cruzaron por lo que ahora es el noreste de México, es la primera hallada sobre este tipo de arma arrojadiza. Por aquellos valles donde íbamos, cada uno de ellos llevaba un garrote tan largo como tres palmos, y todos iban en ala; y en saltando alguna liebre (que por allí había hartas), cercábanla (sic) luego, y caían tantos garrotes sobre ella, que era cosa de maravilla, y de esta manera la hacían andar de unos para otros, que a mi ver era la más hermosa caza que se podía pensar, porque muchas veces ellas se venían hasta las manos.
Respecto a lo anterior, encontramos una descripción casi idéntica del arma, con igual función y utilizándose las mismas tácticas de cacería en el otro extremo del país, en el caso de Baja California, donde también aparece una pequeña y corva espada, que fue usada del mismo modo.
Las armas arrojadizas tipo bumerán probablemente se usaron en muchas partes del mundo desde épocas remotas, y se caracterizan por tener un movimiento giratorio. Por lo que respecta al palo conejero, común también en las sociedades del sur de los Estados Unidos, se trata de un palo de diferentes formas, pero que suele ser arqueado por lo general. No se han encontrado estos ejemplares en Nuevo León, pero en el caso de Coahuila sí existen importantes hallazgos que constatan su uso. Las dimensiones de estos artefactos arqueológicos coinciden con las descripciones documentales, pues “los trespalmos” a los que hace referencia Álvar Núñez Cabeza de Vaca son alrededor de 60 centímetros.
En cuanto al uso, sabemos que si bien funcionaba como una especie de bumerang, pero sin regreso para quebrar las extremidades del animal en movimiento, también tenía otros usos. El entorno de la cacería ¿Cómo sabían dónde cazar y cuándo? ¿Qué especies e individuos cazaban en estos grupos? Al dar-nos cuenta que durante miles de años sobrevivieron con una economía de apropiación basada en la caza, la pesca y la recolección, es posible pensar que poseían un amplio conocimiento de la naturaleza, y no sólo de las características de las rocas usadas para manufacturar herramientas y armas. Para cazar al igual que para recolectar debían tener un cono-cimiento de la geografía, de las especies animales y vegetales.
Esto, entre muchas otras cosas, se deduce de la gran cantidad de nombres de grupos indígenas documentados en los registros históricos que hemos analizado, pues hay que recordar que estos grupos se autodenominaban con aquellas palabras que usaban para designar especies animales, vegetales y elementos de la naturaleza, estos nombres conforman una clasificación de la naturaleza con gran detalle, pues son sumamente exactos y pueden reconocerse desde el punto de vista de la biología contemporánea. Podemos pensar que muchos de estos conocimientos se encuentran plasmados en la roca, y para ejemplificarlo es conveniente hacerlo con cierto tipo de figuras: las huellas de animales.
En este tipo de motivos grabados es posible identificar con certeza la especie de la cual se trata: huellas de venado, borrego cimarrón, berrendo y jabalí, entre otras, ya que cada una marca diferente en el suelo. Como ejemplo, podemos mencionar al venado cola blanca que posee cuatro dedos que son dos largas pezuñas que se apoyan constantemente en el suelo, y otras dos pequeñas llamadas falsas pezuñas, las cuales se localizan más arriba. En contraparte, el berrendo sólo tiene dos pezuñas, pues carece de las pezuñas falsas. Sin embargo, el hecho de que en un determinado petroglifo aparezcan dos pezuñas, no debe interpretarse como si se tratara de la huella de un berrendo, pues en el caso del venado cola blanca las llamadas falsas pezuñas solamente dejan su impresión en el suelo cuando galopan o en terrenos húmedos.
Esto nos permite especular acerca de los petroglifos con dos pezuñas largas y dos pequeñas ya que pueden aludir a un venado cola blanca. El reconocimiento de la huellas debió ser fundamental para tener una caza exitosa finalmente. También debieron tener conocimiento del comportamiento de los animales, conocer el hábitat y muchos otros aspectos de ellos, incluyendo la época de apareamiento, los periodos de gestación y de nacimiento. Resulta interesante la posibilidad de que dicho conocimiento esté reflejando en pinturas rupestres o en los petrograbados, pues algunos que han sido interpretados como cuentas numéricas, concretamente aquéllas que suman el número 207, se cree que se referían al periodo de gestación de ciertas especies como, el venado cola blanca.
Estas observaciones servían para contabilizar el paso de los días, las veces que aparecía la luna, el crecimiento de las plantas y los periodos de gestación y, por consiguiente, el momento adecuado para cambiar de lugar el campamento en cada estación del año, y para la celebración de los eventos importantes y las ceremonias. Sin embargo, el hecho de que tuvieran importantes conocimientos acerca de los animales y, por lo tanto, posibilidad de cazar, no significa que lo hacían de una manera descontrolada. Por ejemplo, en cuanto a la conducta con respecto a las presas, seguramente, como ocurre con otros grupos nómadas de cazadores-recolectores, debieron mantener reglas rígidas para regular la caza, pues estas sociedades aprenden a no sobreexplotar el medio ambiente creando mecanismos sociales que evitan el abuso de los recursos, pues, de lo contrario y en caso de romper el equilibrio, se corre el riesgo de padecer hambre. Por tanto, debieron limitar la caza sólo a lo necesario y para aquello que se podía consumir.
Como ocurre también en muchos grupos, en ocasiones tal vez hubo cierta flexibilidad. De acuerdo a las fuentes escritas, sabemos que para la celebración se cazaba la mayor cantidad de animales posible y se preparaban en barbacoa. Desde nuestra perspectiva es necesario contextualizar dichas referencias históricas, pues seguramente esto no se podía dar en cualquier momento del año ni se podía cazar cualquier pieza. Es decir, en muchos grupos existen prohibiciones respecto a la caza de hembras gestantes o crías, y este tipo de caza se da en determinadas circunstancias. Esto, entre otras cosas, podemos deducirlo y corroborarlo con los restos óseos encontrados en los sitios arqueológicos; sin embargo, los estudios enfocados al sexo y edad de las especies cazadas permitirán obtener más información al respecto.
En cuanto al coto de caza de cada grupo, debieron ser áreas bastante grandes, lo suficiente para tener que acampar durante la expedición; tal vez salían partidas de cazadores y permanecían uno o más días en busca de presas, ya que, en el caso de que el campamento estuviera en los valles y tuvieran que internarse en las sierras y cañadas, un día no necesariamente sería suficiente para obtener la caza deseada. Debido al tiempo dedicado a la obtención de una presa mayor, como lo es un venado, más que importancia alimenticia, su cacería debió ser más útil desde otros puntos de vista, ya que se satisfacían otras necesidades que van más allá de lo alimentario cuando se obtenía una presa como ésta; el hecho de obtener la cornamenta y la piel debieron otorgar al cazador cierto prestigio dentro del grupo.
Además, las pieles, al quedar en posesión de quien había obtenido la pieza, eran vistas dentro del grupo social como una prueba de la capacidad del individuo, y en su momento serían de utilidad para conseguir una pareja. Aunado a esto, tenían una fuerte con-notación simbólica, tal y como lo constatan algunas fuentes que señalan que los indígenas atribuían poderes mágicos a las astas y esto, a su vez, se hallaba asociado con los ancestros. Éstas han sido encontradas en contextos arqueológicos que sugieren su uso como trofeos, y muchas veces están atadas a un palo junto con otros elementos. Además, en muchos petrograbados y pinturas podemos identificar con precisión las astas, lo que refleja su importancia en otros ámbitos.
La teoría de caza y recolección óptima enfatiza el hecho de que los cazadores-recolectores darán prioridad a la búsqueda de los alimentos que brindaran más beneficios, pero que se obtengan de-dicando menos tiempo y esfuerzo. Coincidimos con distintos investigadores al considerar que el cazador tendría preferencia por una especie pequeña pero fácil de capturar, en contraste con una especie de talla mayor pero que resulta difícil de cazar. Por esto se considera que la caza de un venado debió ser algo no tan común, una actividad esporádica, ya que requería mucho tiempo y esfuerzo, por lo que siempre había que estimar la relación de costos contra beneficios, pues muchos conejos proveen las mismas proteínas que un venado.
Esto ha sido corroborado en estudios de coprolitos y los restos óseos de sitios como la cueva de La Espantosa, en Coahuila, y grupos del sur de Texas, donde existía más evidencia de que habían consumido una mayor cantidad de roedores y conejos que de venados o berrendos. En el caso del venado bura y probablemente con mayor razón el borrego cimarrón, hoy especies extintas en la zona, debieron ser más objeto de deseo que una pieza usual, pues aunque en Coahuila se han encontrado artefactos manufacturados con cornamenta de borrego cimarrón, no parece tratarse de una presa. En los petrograbados de Nuevo León y Coahuila se han encontrado representaciones que han sido interpretadas como cuernos y huellas de borrego cimarrón, lo que, a nuestro juicio, más que reflejar el hecho de que se tratara de una presa frecuente, corrobora la contemporaneidad de dicha especie con presencia humana, reflejando quizá el deseo de obtener un trofeo codiciado por pertenecer a una especie con alto valor simbólico.
Caso similar el del berrendo, ya que su hábitat y comportamiento lo convertían en una presa difícil, puesto que vive en llanos y pastizales, lo que hacía que pudiera observar con facilidad a los cazadores, además de ser el animal más veloz del continente americano. No obstante, se tiene evidencia que sugiere su caza, pues en Coahuila se han encontrado, entre otras cosas, pezuñas de este animal. En tiempos tardíos, las fuentes históricas mencionan la presencia de dicha especie en el territorio. De igual modo, podemos señalar que es posible que cazaran grandes carnívoros como osos o pumas, aunque seguramente sería una tarea muy complicada, lo que significa que no eran presas frecuentes. Y, aunque no se puede descartar la utilización de esta carne como alimento, probablemente su caza tenía también otros fines que iban más allá de las necesidades primarias, ya que por sus características es posible que se les atribuyera una fuerte carga simbólica lo que también constatan las figuras grabadas en las rocas que se han interpretado como improntas de oso.
Su caza, por tanto, demostraba el valor y pericia del cazador, además de que se obtenían valiosas piezas como trofeos, la piel y los dientes. Esto se sabe a partir de la evidencia arqueológica de los grupos nómadas del noreste de México, pues, por ejemplo, al oriente de Coahuila, Walter Taylor encontró restos cortados de piel de puma, mientras que al suroeste de la misma entidad Aveleyra reportó un canino (colmillo) aparentemente de un oso atado a un cordel. En el caso de Nuevo León, han aparecido caninos de oso en distintos sitios serranos, como el caso de la cueva de la Zona de Derrumbes. Por otra parte, en la excavación de la cueva denominada La Morita II, en Villaldama, se recuperó un colmillo de un mamífero de grandes dimensiones. Sin descartar la posibilidad que los indígenas hayan hecho hallazgos fortuitos de cadáveres, de los cuales aprovecharan partes del cuerpo, nos inclinamos a pensar que, al menos ocasionalmente, dichos grupos sí cazaban osos, pumas y otros mamíferos carnívoros como el lobo, que sabemos habitó en Nuevo León.
De igual modo, coyotes, tejones y otras pequeñas especies de carnívoros debieron ser cazados, sobre todo, para obtener la piel. Respecto a este grupo de carnívoros, y concretamente al grupo de los cánidos, resulta interesante que, además del lobo, coyote y zorra, es posible que existiera el perro, pues se han encontrado restos de perros en la cueva de La Candelaria, en Coahuila y aparentemente en Nuevo León, pues recientemente se encontraron restos óseos en la cueva La Morita que fueron identificados como restos de perro. Cabe mencionar que, en cuanto a las fuentes, Cabeza de Vaca menciona la presencia de lo que llamó perros mudos, aunque no se ha podido precisar la especie a la que hacía referencia. En cuanto a las especies explotadas en tiempos históricos, se mencionan además de venados y berrendos, conejos, liebres, víboras y culebras, jabalíes, codornices, guajolotes y otras aves, perritos de las praderas y otros roedores, gato montés, armadillos, tejones y coyotes.
Cabe mencionar que los borregos, cabras, cerdos, reses y gallinas, entre otras especies, no existían en el continente americano, por lo que, lejos de lo que en ocasiones creen muchos lugareños y a veces se piensa en el ámbito popular, los indígenas que habitaron Nuevo León no comían cabrito ni cazaban dichas especies, hasta que fueron introducidos por los europeos, pues durante la Colonia los grupos indígenas del noreste efectivamente sí cazaban ganado mayor y menor, situación que, como veremos, agravó el conflicto entre españoles e indígenas.
La pesca
Además de la cacería, existía otra importante fuente de recursos y proteína en la dieta de estos grupos, la pesca, que sólo era practicada si existían las condiciones, por lo tanto, se limitaba a las áreas en donde existían ríos, arroyos y lagunas. Dicha actividad está bien documentada por De León, quien refiere que al parecer debió ser practicada tanto por hombres como mujeres, pero no lo sabemos con certeza. Esta actividad de subsistencia es descrita por De León, quien también refiere la presencia de especies como robalo, bagre, mojarra y besugo en los ríos que riegan el territorio de Nuevo León. De igual modo, en la evidencia arqueológica también se puede observar el papel de la pesca como complemento de la caza y la recolección de vegetales.
Ahora bien, por sus características, los restos óseos de peces son más difíciles de conservar por lo que es difícil encontrarlos en los con-textos arqueológicos de Nuevo León, por ejemplo, en abrigos rocosos como Cueva Ahumada, sitio localizado al poniente de Monterrey. Sin embargo, el hecho de no encontrar evidencia de pesca, no significa que no haya existido, pues afortunadamente en otras localidades de Nuevo León sí se han recuperado evidencias, como ocurrió en las excavaciones realizadas por Valadez, pues de acuerdo a sus comentarios personales sabemos que en la cueva La Morita II, localizada en la orilla sur del río Sabinas, han sido identificados distintos restos óseos de peces, especies que aún existen en dicho río. Respecto a las técnicas con que se obtenían estos peces, es muy probable que pescaran de diferentes formas.
Por ejemplo, utilizaban el arco y la flecha que probablemente tenían puntas pequeñas de piedra, las cuales tenían muescas y aletas a manera de arpón, lo que permitiría una mejor sujeción y dificultaría su salida del cuerpo del pez. Al parecer, también encandilaban al pez, como lo hacen otros grupos humanos: probablemente se introducían parcialmente al río o laguna e iban caminando durante la noche, portando antorchas y acercándolas a la superficie del agua con el fin de atraerlos y capturarlos. Y, tal vez, para evitar asustar a los peces, pudieron atar las antorchas en los árboles de las orillas de los cuerpos de agua. También, como lo constatan los hallazgos en Coahuila, pudieron manufacturar redes de ixtle que, además de ser útiles para cargar y trasportar el menaje doméstico o frutos, pudieron servir para pescar.
Por lo tanto, podían colocar redes o ramas en lugares estratégicos aprovechando la corriente y las formaciones de estanques o represas naturales para atrapar los peces. Del mismo modo, tal y como señala De León, es posible que en ciertas ocasiones se sumergían y buceaban para pescarlos directa-mente bajo el agua. Por otra parte, aunque no se tiene la evidencia, no se puede descartar que habría situaciones que propiciaban y facilitaban la pesca, por ejemplo, cuando bajaba el nivel de los arroyos intermitentes o lagunas que se formaban con las lluvias es posible que los peces quedaran confinados en espacios más reducidos y no tan hondos. También al haber crecidas súbitas de los ríos que tomaran de nueva cuenta su nivel, tras su desecación de manera estacional, tenían la posibilidad de que los peces quedaran atrapados en charcos de agua poco profundos que se desconectaban del curso principal del río, lo que facilitaba la pesca, incluso usando ramas, palos y hasta las manos, como ocurre en otras partes del mundo.
Recolección
En el paleoindio y el arcaico, la caza fue una importante fuente de alimento y es muy posible que, a través del tiempo, la cacería fuera decayendo hasta que la recolección de vegetales llegó a ser la base de la alimentación de estos grupos. Por supuesto, esto no significa que se haya dejado de cazar, sino que el porcentaje de alimentos que conformaban la dieta de estos grupos era mayoritariamente de origen vegetal, y era complementada con el producto de la caza y la pesca.
Es necesario señalar que esta misma situación ocurre entre la mayoría de las sociedades que tienen una economía basada en la caza y la recolección, pues de estas actividades y del trabajo de las mujeres es de donde obtienen la mayor parte de alimentos. Ahora bien, a diferencia de la cacería, la recolección requiere menos artefactos, o son menos fáciles de concebir en una situación retrospectiva. Por ejemplo, para la recolección de vainas de mezquite y maguacatas, tunas, pitahayas y otros frutos, no se requieren complejos artefactos, sino que la propia mano, un palo o una vara con poca o sin ninguna modificación es suficiente. Además, a esto hay que añadir que las redes, cestas u otro tipo de contenedor para guardarlos y trasportarlos fueron hechas de material perecedero, por lo que sólo en ciertas condiciones se han preservado.
A diferencia de los restos de los huesos de animales cazados, los restos de las plantas recolectadas son más difíciles de encontrar en los sitios arqueológicos pues, además de que las cáscaras, semillas y demás restos de plantas se degradan en poco tiempo, hay que agregar que, cuando se conservan, se trata de restos que pocas veces se pueden observar a simple vista, por lo que lo más común es encontrar restos carbonizados o cenizas, que afortunadamente pueden mantener las suficientes características para lograr su identificación.
En otras palabras, y en comparación con las innumerables puntas de proyectil, existe relativamente poca evidencia material que permita formar teorías acerca de la recolección. Sí existen ciertos artefactos y elementos que dan cuenta de ello, como las piedras de molienda (metates y manos) y los morteros, pero sólo dan una visión parcial de la recolección. Por lo tanto, es necesario describir esta actividad a través de otros artefactos y elementos arqueológicos, así como las fuentes históricas y, desde luego, el análisis de suelos o polen.
Los artefactos de piedra pulida característicos de Nuevo León son las piedras de molienda que, aunque podían tener un trabajo previo por abrasión y pulido, en realidad iniciaban siendo utilizados con su forma natural e iban tomando su forma final con el uso a través del desgaste, por lo que, si partimos de que ésta era una tarea femenina, entonces eran ellas las creadoras de estos artefactos. Entre los artefactos asociados con la molienda de semillas y pastos, están los llamados metates, los cuales, en Nuevo León, eran lajas de roca sedimentaria que eran elegidas porque de manera natural tenían características idóneas para dichas tareas, es decir, poseían una o más superficies planas, y aunque de contorno irregular, muchas veces eran semirrectangulares.
Posteriormente, con la fricción que se le hacía con el mismo uso, se iban formando poco a poco, pues el desgaste suele producir una concavidad al centro de forma oval. Esto se hacía con su complemento: las manos. Las manos regularmente eran simples guijarros o piedra bolaqueeran escogidas por sus características: primero estaba el tamaño, pues debían tener las dimensiones de un puño, o un poco más grandes, las cuales, eran relativamente fáciles de encontrar; otra característica importante era la forma, es decir, no se elegía una piedra demasiado esférica o muy angulosa, sino con un criterio que podemos llamar ergonómico, se escogían piedras con formas oblongas o circulares, ya que éstas se adaptaban mejor y requerían menos tiempo y esfuerzo para un uso efectivo. También había morteros móviles y sus respectivos tejolotes o manos de morteros. Se trataba de rocas con diferentes formas y tamaños; para comprenderlo mejor, podríamos asociarlo con un molcajete, exceptuando que no tenían patas y estaban manufacturados con rocas locales, es decir, de origen sedimentario, y no como los molcajetes que son de roca volcánica.
Los morteros móviles tienen la característica que se iban desgastando debido a que en su interior se machacaban y molían plantas y tal vez minerales. En ocasiones, el constante uso iba desgastando la roca hasta que se producía una perforación en la base del mortero. Por supuesto, estos artefactos son impensables sin su complemento, los tejolotes o manos de mortero, que eran rocas de forma alargada y servían para machacar o macerar. En teoría, los morteros y los metates eran movibles, pero en la práctica los grupos humanos sólo llevaban consigo la madera, mientras que los que se elaboraban en piedra eran dejados en el campamento para su uso en el futuro. Tenían una función semejante a un elemento arqueológico que también es para moler, pero que es imposible mover; los morteros fijos, que también se localizan en gran parte del norte de México, en Coahuila, donde han sido registrados y descritos con detalle.
En algunos sitios se encuentran agujeros esculpidos sobre el piso de cuevas, abrigos rocosos o sobre rocas de grandes dimensiones. En cuanto a su manufactura, es verdad que resulta complicado dar una explicación concluyente, pero nos inclinamos a pensar que, como los metates y las manos de los morteros, se iban formando a través del uso. En cuanto a las dimensiones de los huecos, los hay de diferentes tamaños, desde algunos pequeños de 10 centímetros hasta aquellos de 30 centímetros de diámetro, mientras que la profundidad que tienen puede pasar los 50 centímetros, dependiendo de la porosidad de la roca y del tiempo en que fueron usados.
Obviamente, para esto se requiere que existan afloramientos de roca cuyas características permitieran su manufactura; el resultado final dependería, por tanto, de la geología local. Por ejemplo, para el caso de Nuevo León, y de acuerdo a los sitios que se han registrado, se suele tratar de diferentes tipos de rocas. En otras palabras, en algunos sitios al poniente del municipio de Mina los morteros son areniscas, lo que les da una apariencia café rojizo o sepia. Mientras que en otros casos, por ejemplo en el municipio de Santa Catarina, los morteros están en afloramientos de rocas calizas, que tienen una tonalidad grisácea o de un azul blanquecino.
En cuanto a su función, creemos que dichos agujeros funcionaban principalmente para moler semillas o plantas forrajeras, tal y como la etongrafía de grupos del norte de México lo sugiere, pues posiblemente su principal uso era machacar las semillas de mezquite. Igualmente, existe una referencia que arroja luz al respecto, pues en el siglo XVI Cabeza de Vaca menciona, probablemente antes de cruzar el río Bravo, cómo molían el mezquite en pozos hechos en la tierra. Situación que, si bien es posible, en otras ocasiones la debieron realizar en los llamados morteros fijos, es decir, cuando existían afloramientos rocosos. Incluso es posible que en ocasiones también se pudieran machacar las tunas para obtener líquidos, y podemos añadir que también pudieron funcionar como reservas de agua, pues sabemos que en los morteros fijos se puede acumular agua de lluvia durante muchos días, por lo que no se debió desaprovechar esta situación. Por ejemplo, a unos cuantos kilómetros al suroeste de Monterrey, en el área conocida como La Huasteca, en Santa Catarina, existen morteros fijos en afloramientos planos de roca caliza.
De acuerdo a su localización, podemos pensar que, entre otras cosas, los antiguos habitantes que utilizaron dichos morteros pudieron moler distintas cosas como semillas de mezquites o piñones de las áreas cercanas, y es que en la actualidad se pueden observar árboles de mezquite en los alrededores, mientras que hacia el norte de este punto, a unos cuantos kilómetros de distancia en línea recta, pero varios cientos de metros más a nivel del mar, justo en la Sierra Madre Oriental, existe un bosque de pino-encino de donde obtenían los piñones con facilidad. Obviamente, debemos tomar en cuenta los cambios climáticos y de vegetación que han ocurrido a través del tiempo, pues como en otras áreas del noreste y sur de Texas, los bosques de mezquite se han propagado o desparecido a través del tiempo debido a cuestiones naturales o afectaciones humanas.
En lo que respecta al complemento que ser-vía para moler y machacar, podría tratarse de rocas alargadas y semicilíndricas como las descritas por González, que presentan uno o ambos extremos pulidos. Pero creemos que esto era sólo hasta cierto punto, pues no se puede descartar el uso de largasramas gruesas o troncos delgados, ya que algunos morteros tienen una profundidad de más de 50 centímetros, por lo que se dificultaría encontrar y manipular una roca tan larga y pesada.
Los alimentos y su preparación
Como en otros ámbitos de la cultura, en lo referente a la alimentación de los grupos que habitaron Nuevo León, también debemos hacer un análisis cauteloso, pues aunque los alimentos están determinados biológicamente de acuerdo a nuestra naturaleza, ya que el organismo acepta o no digerir un alimento, es la cultura lo que distingue aquello que sí se puede y lo que no se puede comer. En otras palabras, no todo lo comestible se come, sino que en todas las culturas existen gustos, restricciones y prohibiciones alimentarias permanentes, temporales o circunstanciales.
Seguramente, al menos en ciertas áreas del noreste de México y sur de Texas, existieron grupos que durante el invierno sufrían ciertas carencias, como lo reflejan los coprolitos, pero en realidad no parece ser una situación generalizada. Y es que, probablemente, durante el invierno se reducía la cantidad y calidad de alimentos, pues disminuyen considerablemente los recursos alimenticios vegetales, tal como lo señalan otras fuentes históricas, como los textos de De León. También es cierto que si los indígenas que habitaban en el siglo XVII pasaban hambres se debió más a la alteración sufrida por la presencia de los españoles; por lo tanto, y de acuerdo a la evidencia etnográfica, entre los cazadores-recolectores no suele existir la desnutrición y, como ya lo señalamos, no es verdad que los indígenas de Nuevo León estaban siempre hambrientos y dispuestos a comer todo tipo de planta o animal.
Además, debemos dejar atrás otros prejuicios que están relacionados con las prácticas alimentarias, como es el hecho de utilizar el concepto de inmundicias para referirse a determinado alimento que un grupo diferente al nuestro come. Pues, aunque no se trata de vegetales sino de animales, dentro de la recolección se pueden incluir las arañas, gusanos y roedores. Pero esto no debe entenderse de manera errónea y creer que la necesidad los orillaba a comer dichas especies, como a veces se le atribuye al considerar que eran el último recurso y los únicos alimentos disponibles. No, en realidad, cada sociedad tiene sus alimentos comestibles y lo separa de aquéllos que no lo son.
Por otro lado, hay que recordar que las diferencias no sólo responden a cuestiones dietéticas o económicas, sino que en ocasiones el hecho de abstenerse de un alimento y preferir otro tiene un trasfondo mágico o religioso. Por ejemplo, en la sociedad católica contemporánea, durante la cuaresma, se indica abstenerse de consumir carne roja y se da preferencia a los vegetales y el pescado; y a veces se trata de reglas mucho más estrictas, como sucede con la abstención de comer carne de cerdo por los judíos, o de res por grupos de la India, por citar sólo los casos más conocidos. Como ha sucedido en diferentes épocas y lugares, probablemente estas prohibiciones también existían entre los grupos humanos que habitaban Nuevo León. Por ejemplo, De León señala que, al menos ciertos grupos, se abstenían de comer sapos y lagartijas, lo que refleja ciertos tabúes y restricciones alimenticias. Difícilmente podemos saber con certeza qué alimentos consumían todos los grupos humanos del noreste y de Nuevo León a través del tiempo, pero podemos hacer ciertas generalizaciones.
Sin perder de vista, claro está, que la dieta debió variar de acuerdo al tiempo y el espacio. Entonces, ¿qué tipo de alimentos consumían? Entre las plantas nativas que eran aprovechadas en el área, podemos pensar que se consumían varios tipos de tuna, el nopal, la misma flor de tuna, la vaina de mezquite y sus semillas. También la flor de la biznaga y otros cactus, conocidos en la actualidad como cabuches, debieron ser alimento durante la primavera, y lo mismo debió ocurrir con las flores de las yucas, también conocidas como palmas (Yucca sp). Las fuentes históricas mencionan diversas especies de frutos silvestres que eran consumidas por estos grupos, pero no especifican cuáles. Sin embargo, es muy posible que, de acuerdo a la región, se tratara de anacuas (Ehretia anacua), granjenos (Celtis pallida), chapo-tes (Dyospiros sp.), nuez encarcelada (Juglans sp), y otras especies, incluyendo el llamado chile piquín (Capsiccum annuum). También debieron aprovechar raíces o tubérculos y algunos pastos silvestres, como menciona De León.
Respecto a esto, es posible que uno de ellos fuera la setaria, pasto conocido como cola de zorra, que es una gramínea con semillas harinosas que, al parecer, fue utilizado en México desde hace milenios. Respecto a esto, resulta interesante el hecho de que es una especie cuya presencia se ha documentado en contextos arqueológicos del noreste de México. En cuanto a los análisis paleobotánicos realizados en Nuevo León, podemos destacar los efectuados en el sitio de Boca de Potrerillos, en Mina, donde se analizaron muestras de polen en un metate y uno de los fogones.167 Aquí vale la pena señalar que, aunque no se trata de los indígenas de Nuevo León sino del surponiente de Coahuila, se puede mencionar una referencia sobre el uso de las raíces de una planta de la familia del tule (Thypa latifo-lia), pues sabemos que en el siglo XVII la molían y hacían una harina que ingerían de distintas formas, ya sea como bebida o comida.
Por lo tanto, el polen de tule encontrado en el metate de Boca de Potrerillos sugiere que sus habitantes practicaban y compartían el mismo procedimiento de los grupos del sureste de Coahuila, utilizando el tule como alimento. Cabeza de Vaca, en el siglo XVI, menciona que los indígenas del noreste y sur de Texas se alimentaban de una especie de frijoles que tal vez eran maguacatas, el fruto en vaina del ébano. Otro tipo de vaina que desempeñó un papel muy importante en la dieta de estos grupos es el mezquite (Prospois sp), pues han sido encontrados restos botánicos en gran cantidad de mezquite y otras leguminosas en sitios arqueológicos de Coahuila y Texas.
Tan es así que, haciendo una analogía de los llamados hombres del maíz en Mesoamérica, algunos auto-res han llamado a los grupos del noreste como los hombres del mezquite, por la importancia que tuvo esta especie vegetal en distintos ámbitos de la vida, pues no sólo era alimento, sino que el uso del mezquite también era para preparar bebidas y una especie de panes. Sin embargo, cabe mencionar que esto pudo tener cambios a través del tiempo, pues se sabe que el mezquite multiplicó y extendió su presencia desde hace 3 mil años en áreas donde no había existido.
Otra de las comidas más frecuentes fue la que obtenían de distintas especies de agave, pues el corazón y la inflorescencia conocida como quiote son comestibles. Y, aunque no hay certeza de ello, en Nuevo León el uso de plantas como el maguey comenzó a desempeñar un papel más importante en la dieta de estos grupos entre el 3000 y 2500 a. C. Respecto a esto, hay que señalar que las especies más comunes en Nuevo León son la lechuguilla (Agave lecheguilla) y el maguey americano (Agave americana). A diferencia de las tunas, el mezquite y otros frutos, el corazón de agave está presente todo el año, es por ello que en el invierno era el alimento más consumido. Además, aportaba muchas calorías debido al azúcar que contiene.
Los españoles, influenciados por los grupos nahuas, llamaban mezcale a la cocción del corazón de algunos tipos de agave, pero pudieron ser varias especies las consumidas. Por ejemplo, en otras partes del noreste existe un pequeño agave llamado noa, que sabemos que también servía de alimento. Probablemente, el más común era el maguey sotolero, parecido a la lechuguilla, cuya cocción era durante un lapso de alrededor de 48 horas, tiempo requerido para obtener el jugo y los trozos que eran chupados y masticados, tal y como señalan las fuentes históricas. Cabe mencionar que, en las cuevas de Coahuila, en Cuatrociénegas, se han conservado restos masticados de dicha planta.
El recurso del maguey no se agotaba solamente como alimento, sino que tenía otros usos, como laxante por ejemplo, ya que al desechar las hebras del maguey, se secaban al sol y se machacaban en morteros de palo hasta pulverizarlas. Luego se ingería para obtener efectos purgativos. Como ya lo habíamos adelantado, otra especie que también representaba una substancial fuente de alimento era el nopal (Opuntia sp.). La mayor aportación de este alimento se obtenía en el verano, tras la aparición de las tunas; sin embargo hay que señalar que los grupos indígenas no reducían su utilidad a esta temporada del año, ya que podían anticipar y postergar la obtención de alimentos aprovechándolos en otros momentos. Por ejemplo, es posible que el nopal pudiera haber servido de alimento asando o cociendo las pencas tiernas.
Esta planta podía ser consumida de distinta forma, por ejemplo, la flor de tuna y la misma tuna cuando aún no había madurado, podían ser ingeridas tras su cocción en hornos subterráneos, es decir, a manera de barbacoa. De igual modo, ya cuando los nopales habían dado su fruto en pleno verano, se pudo haber comido la tuna cruda y fresca. Esto, por ejemplo, fue evidenciado en el análisis de los coprolitos (restos de excremento humano) de la cueva de La Espantosa cerca de Cuatrociénegas, en Coahuila, hecho por Bryant, quien encontró una gran cantidad de restos de tunas, lo que sugería que durante el verano se alimentaban principalmente de éstas. Ahora bien, aunque al finalizar el verano termina la época de tunas y se podría pensar que con ello terminaba el uso de esta planta, en realidad no es así, ya que los grupos indígenas sabían cómo prolongar la vida útil de los frutos para consumirlos en época de escasez.
Por supuesto, dicha preservación y acumulación de alimentos no duraba mucho tiempo, pues además de la dificultad inherente a la cantidad y calidad de los alimentos, hay que señalar que entre estos grupos también existían restricciones sociales que lo impedían.181 No obstante, la preservación que hacían era aprovechada al máximo. Para el caso de las tunas, hacían una especie de pasa, pues, aprovechando los intensos rayos solares del verano, las tunas eran colocadas bajo el sol hasta lograr deshidratarlas. Entonces, tras la desecación, los frutos podían ser conservados sin riesgo de putrefacción hasta por varios meses, lo que significa que durante el otoño e invierno, es decir, cuando ya no había disposición del fruto en la planta, la tuna podía ser consumida.
Algo semejante ocurría con otras especies de plantas, pues igual que el nopal, el mezquite brinda sus frutos en el verano, las semillas de las vainas podían ser consumidas al tomarlas di-rectamente del árbol cuando estaban maduras; los indígenas hacían una gran recolección de estas vainas durante el verano, la cual excedía en cantidad la que podía ser consumida en ese momento. Esto se hacía pensando en el futuro. Las vainas de mezquite se secaban y posteriormente se machacaban en metates o morteros de madera o de piedra hasta pulverizarlas, luego era cernida y esta harina se guardaba en pequeñas bolsas de petate para comerla posteriormente. Y, aunque existen muchas variables, de acuerdo a cuestiones temporales y regionales, al menos el mezquite ya molido debió servir de alimento durante el otoño.
En otros nichos ecológicos, por ejemplo en las sierras de Nuevo León, a cierta altitud, se hallan bosques de coníferas, y en algunas de ellas existían y aún existen distintas especies de pinos del género Pinus, los cuales poseen conos de distinto tamaño y semillas comestibles, destacando entre ellas las del pino piñonero (Pinus cembroides), especie que fue muy aprovechada por los grupos que habitaron la región, pues comían el piñón de distintas formas. Por ejemplo, hacían una especie de masa de piñón, la cual se obtenía al moler piñones tiernos, formando pequeñas bolas.
También, al igual que lo hacían con otros alimentos, se hacía una harina de piñón para prolongar su tiempo de consumo. Dicha harina se hacía triturando y moliendo en metates o morteros los piñones secos y, al parecer, en esta harina incluían la cáscara bien molida. Respecto a lo anterior, cabe mencionar que en muchas ocasiones los metates y manos que se encuentran en Nuevo León y al norte muestran claras huellas de picoteo en la superficie, lo que se debe seguramente a que molían semillas duras y huesos, como señalaba Taylor para sus hallazgos de manos en cuevas de Coahui-la. Además, la dieta de alimentos abrasivos como pastos y semillas no sólo pueden deducirse con las dentaduras, concretamente con el desgaste de las muelas de los restos humanos encontrados, sino que, específicamente, se corrobora con el análisis de los coprolitos de la misma cueva de La Espantosa, en la cual se encontró presencia de cáscaras, huesos y semillas.
Como ya hemos visto, hay muchos vegetales nativos del noreste que pueden ser consumidos frescos, directamente de la planta, es decir, sin ningún tipo de preparación, como la tuna, la pitahaya, el mezquite y muchos pequeños frutos. En el caso de las tunas, sólo se requiere quitarle las espinas, por ejemplo, limpiándolas con ramitas de gobernadora (Larrea tridentata) o incluso rodándolas sobre la tierra. Posteriormente podían cortarlas con un cuchillo o una lasca con filo para quitarle la cáscara con facilidad. De igual modo, aunque no contamos con la evidencia arqueológica, probablemente los indígenas de Nuevo León también consumían los panales de abejas, los cuales sólo era necesario bajar de los árboles o peñascos, pues una vez retiradas las abejas era suficiente masticar los fragmentos de panal para obtener la miel.
Otras veces es-tos alimentos no sólo se consumían tiernos o frescos, sino que los hacían harinas, como es el caso del mezquite, maguacatas, los piñones y otras especies. Algunos alimentos necesariamente debían pasar por un procedimiento de preparación para hacerlos comestibles. Tal es el caso de las bellotas del encino (Quercus spp), pues no son comestibles en su estado natural, sino que se requiere cocerlas para hacerlas comestibles, es decir, había que extraerles el ácido tánico. En el caso de la carne, creemos que debió ser ingerida sin que pasara mucho tiempo entre la obtención y el consumo, pues debió ser asada o cocida en hornos subterráneos (parecido a lo que llamamos barbacoa) antes de que entrara en estado de putrefacción. Es decir, si partimos de que la caza de mamíferos de talla mayor no debió ser muy abundante, es difícil creer que la conservación de carne fuera algo común. Sin embargo, en caso de haberlo hecho, seguramente debió hacerse a través de secar la carne al colocarla bajo el sol, tal y como ocurría con muchos grupos de Norteamérica.192En cuanto a la preparación de los alimentos en los hornos subterráneos, De León describe la preparación de algunos de ellos.
Por ejemplo, el quiote y otras partes del agave, las tunas verdes y por supuesto la carne eran cocidas en barbacoa. Esto se puede saber no sólo a partir de las fuentes escritas, por la abundante evidencia material. Pero, ¿qué es lo que el arqueólogo encuentra en la actualidad? Los elementos que se denominan fogones son pequeños montículos o concentraciones de rocas fragmentadas que varían en tamaño de 0.5 a 2.5 metros de diámetro en promedio. Las rocas son, en general, areniscas de forma irregular, con aristas angulosas y con tamaños que van entre 5 y 20 centímetros; presentan tonalidades entre café, rojo, gris y gris muy claro, dependiendo del tipo de roca y el tiempo y grado de exposición al fuego a que fueron sujetas. A estos elementos se les conoce también con el nombre de hearths en Texas; cocedores o chimeneas, en Nuevo León; loberas en Sonora, hornos y mezcaleros en Coahuila.
*El presente texto se rescata del Tomo I: Monterrey Origen y Destino (2009). Donde participaron:José Antonio Olvera en la Coordinación General. Eduardo Cázares, como Coordinador Ejecutivo y Ernesto Castillo como Coordinador Editorial.