Las sociedades indígenas que habitaron lo que ahora es el estado de Nuevo León y el noreste de México se distinguen como excelentes productores de artefactos líticos. Entre la materia prima más utilizada para la manufactura de dichos utensilios está el pedernal, que es una roca de origen sedimentario común en la región. Sin embargo, también existen otras materias primas que fueron aprovechadas para la manufactura de artefactos, tales como la lutita, arenisca, jaspe, evaporita y la obsidiana. Esta última es una roca de origen ígneo, la cual, por tratarse de un vidrio natural fue muy utilizada en zonas volcánicas al centro y sur de México, pero no existen yacimientos de esta roca en Nuevo León o Coahuila, por lo que, como analizaremos más adelante, sólo han aparecido muy pocos artefactos o fragmentos, mientras que en el sur de Tamaulipas aparece en mayor cantidad.
De acuerdo a la técnica de manufactura, la arqueología ha dividido la tecnología lítica en dos: tallada y pulida. En el caso de la primera, en Nuevo León y el noreste se realizaba obteniendo pequeños nódulos o guijarros a los que, a través de la percusión y presión, iban dando forma para obtener un filo cortante y una punta aguzada. El primer paso es la búsqueda y recolección de nódulos, es decir, rocas con las características idóneas para la fabricación de utensilios. En ocasiones, antes de iniciar la manufactura de un artefacto, le daban un tratamiento térmico a la roca pues, como ha ocurrido desde el paleolítico del viejo mundo, se ha descubierto que se utilizaron medios físico-químicos de trabajo en los materiales líticos, como calentar con fuego las puntas; lo mismo aparece en muchos otros grupos de Texas y Norteamérica.
Por lo tanto, probablemente los indígenas de Nuevo León también colocaban la roca al fuego, y las altas temperaturas modificaban algunas de sus propiedades. Si bien es cierto que algunos artefactos eran manufacturados directamente sobre un canto rodado, es decir, que se le aplicaba percusión a una roca completa para obtener un borde con filo, muchos otros eran elaborados sobre lascas. Del nódulo primero se obtenía lo que se conoce como núcleo, para luego ir desprendiendo fragmentos más delga-dos llamados lascas. Esto se lograba al aplicar percusión a través de golpes con otra roca de mayor dureza llamada percutor o martillo duro, que no suele ser un guijarro sin ninguna alteración previa, sino que se trata de una roca que es elegida por su forma, tamaño y dureza. Los golpes ejercidos con dicho percutor tienen la intención de desprender la capa superficial que a manera de cáscara cubre la roca y se llama córtex.
Es necesario señalar que, conforme inicia la talla lítica, se comienzan a retirar fragmentos de roca llamados lascas, que pueden ser lascas primarias, las cuales son las primeras que se desprenden y que suelen ser grandes, gruesas y que aún contienen córtex, hasta las pequeñas y delgadas que son llamadas lascas secundarias, y lascas de retoque, que son consecuencia de golpes más suaves y de presión, por ejemplo, aplicando fuerza con un percutor blando que sería de hueso, madera o asta. Para ello, los grupos de Nuevo León pudieron utilizar astas de venado, huesos de grandes mamíferos o fragmentos de madera de mezquite o ébano, que tienen una dureza considerable y, con ellos, se obtenían pequeños retoques finos en la pieza, lo que le da un acabado más detallado y, por supuesto, más filo.
Por sus atributos, los artefactos son llamados unifacial es cuando están trabajados por una sola cara, es decir, que sólo tienen retoques de un lado, y bifaciales cuando presentan trabajo en las dos caras. Además, también varían de acuerdo a su materia prima, función y temporalidad. En ocasiones, debieron esforzarse por obtener un artefacto de un nódulo poco adecuado, es decir, tal vez había momentos en que ante la urgencia o la falta de materia prima disponible se veían obligados a obtener un objeto a partir de una roca pequeña o de mala calidad pues, por ejemplo, en Nuevo León se han encontrado puntas de proyectil manufacturadas no sólo en pedernal de mala calidad, sino en otras rocas poco propicias para ello, como la caliza y arenisca, que poseen dureza y filo poco apropiados.
Esta situación sin duda refleja la capacidad técnica que poseían estas sociedades para aprovechar al máximo los recursos disponibles. Una de las diferencias entre los utensilios en cuanto a función es que para las tareas rudas, como el trabajo de la madera o romper un hueso para extraer el tuétano, se requiere un artefacto voluminoso y pesado como el un tajador, mientras que otros eran delgados y pequeños, como las puntas de flecha. Asímismo, una diferencia que existe entre los artefactos de lítica se debe atribuir a la antigüedad y función de los mismos, pues se requieren diferentes puntas de proyectil de acuerdo a la presa que se quiere obtener; para abatir a un animal grande se utilizaba un atlatl o propulsor que requería puntas de varios centímetros de largo. Para cazar una especie más pequeña, usando arco y flecha, es suficiente una punta de proyectil pequeña y delgada que incluso puede ser de un centímetro de largo y de dos milímetros de grosor.
Por último, si bien es cierto que estamos acostumbrados a observar sólo los artefactos de piedra, debemos recordar que su actual condición no necesariamente es la forma o características que tuvieron cuando fueron usados. Para el individuo no especialista en arqueología, en ocasiones cuesta trabajo visualizar cómo se sujetaba o cómo se usaba determinado objeto. Incluso a los indígenas de Nuevo León se les llega a representar gráficamente empuñando un artefacto de piedra directamente con la mano, situación que, cierta, lo es sólo parcialmente, pues seguramente había ciertos artefactos líticos que efectivamente eran usados tomándolos con las manos, por ejemplo, ciertos tajadores grandes y pesados utilizados para cortar, o raspadores para extraer la fibra de ixtle; en realidad, muchos de ellos, la mayoría, estaban enmangados y, en cuanto a su función, los artefactos líticos fueron usados en aplicaciones semejantes a las que ahora usamos para herramientas de metal.
Por esto, algunos arqueólogos han intentado hacer la analogía de artefactos contemporáneos de metal y su equivalente lítico, para que el lector las identifique ya que no son exactamente lo mismo, aunque esta comparación ayuda y permite formar una mejor comprensión respecto a la función que tuvieron los artefactos en el pasado. En lo que respecta a las áreas en donde estas actividades se realizaban, pueden ser muy variadas. Por ejemplo, hay lugares donde no necesariamente se vivía y se obtenía materia prima, y se manufacturaban los artefactos. Estos sitios se caracterizan porque en toda el área se observa una gran cantidad de nódulos de sílex, así como núcleos, preformas y desechos de talla en general.
También en estos lugares es posible observar rocas a las que se les aplicó percusión, tal vez sólo para probar las características de la materia prima. De igual modo, la talla de lítica también se hacía en campamentos y cuevas habitacionales, pues se han encontrado sitios que así lo reflejan. Por supuesto, aunque se tallaba en muchas partes, el proceso de manufactura podía variar de acuerdo al sitio, lo que significa que diferentes fases del trabajo de producción de un utensilio, como del resto de procesos productivos, se pudieran llevar a cabo en diferentes lugares. Recordemos que, debido a la movilidad de estos grupos, no resultaría viable trasportar una gran roca extraída desde su origen natural hasta un sitio lejano para iniciar su trabajo, sino que se podía iniciar el proceso de manufactura para llevarse sólo los fragmentos que serán útiles. De igual modo, el trabajo de talla también pudo hacerse en distintos lugares por otras causas, por ejemplo, en los casos en los que se requería mantenimiento para un utensilio, como en el caso de una punta quebrada.
Y es que, si la punta de proyectil hacía contacto con un hueso de la presa o se fracturaba al no dar en el blanco y golpear una roca, seguramente el cazador trataría de arreglarla y ello podía ocurrir en las áreas habitacionales. Por último, en relación a los artefactos líticos, resta señalar que no sólo eran de piedra tallada, sino también de piedra pulida, es decir, no se obtenían a través de percusión o presión, sino a través de la abrasión, pulido y desgaste. En otras partes de México existen armas y otras herramientas de piedra pulida, por ejemplo ciertas hachas; en Nuevo León no se han encontrado este tipo de artefactos.
Tecnología en madera, hueso y asta
Sin duda, para los grupos que habitaron Nuevo León, la madera jugó un papel importante, pues era, en principio, material de combustión, y de forma sencilla se le utilizaba para encender el fuego. Sin embargo, también se hacían elaborados y muy diversos artefactos. El trabajo en madera es una actividad que difícilmente se le puede atribuir sólo a un género, es decir, masculino o femenino, ya que seguramente tanto los varones como las mujeres participaban en la manufactura de utensilios de madera. Aunque seguramente trabajaban distintos tipos de madera de acuerdo a la disponibilidad que ofrecía el medio ambiente y a la finalidad del objeto, destacan el mezquite, el ébano, la barreta, el pino y el encino; otros tipos de madera menos frecuentes son el sabino, el guayacán, la tenaza, el sauce, el álamo y el brasil.
También se manufacturaban utensilios con otras especies vegetales, como el carrizo y la flor del agave. Sin embargo, una especie privilegiada, y así lo constatan la evidencia arqueológica y la histórica, es el caso del mezquite, pues sus características son idóneas para la elaboración de instrumentos y herramientas. El mezquite, en primer lugar, es una especie relativamente común en el medio ambiente local. Además, la madera recién cortada es flexible y maleable, pero una vez seca, adquiere una gran dureza y resistencia. Asimismo, el mezquite, al igual que el ébano y la barreta, posee gran durabilidad, ya que no suele ser atacada por insectos y resiste la humedad. Los instrumentos se tallaban de acuerdo con las necesidades materiales y los recursos naturales. Entre los instrumentos más comunes, de acuerdo a la temporada del año, se encontraban el atlatl, arcos, palos conejeros, partes de flechas y distintos mangos para los artefactos líticos como cuchillos o raspadores, mientras que, por otra parte, la madera también se utilizó para la manufactura de guajacas, armazones de redes, cunas y otros objetos y utensilios que correspondían al menaje usado en actividades realizadas por la mujer.
Es necesario destacar que se requieren distintos procesos de elaboración según el tipo de objeto; por ejemplo, en la manufactura de un palo conejero se requiere más trabajo que al hacer el ar-mazón de una guajaca. En el caso de la guajaca o cuna se trataba no sólo de ramas forjadas; como son delgadas, no requieren tanto esfuerzo. Otra forma en que se trabajaba esta madera consiste en doblar las ramas aún verdes y frescas de acuerdo a la forma deseada y posteriormente, se sujetaban con cuer-das para moldearlas. Para darnos la idea del grosor de las cunas, tenemos las que describe Aveleyra, quien estudiando sus características concluye que se realizaban con gobernadora (Larrea tridenlala).
Respecto a la sencillez del trabajo aplicado, escribe sobre las cunas lo siguiente: “Se trata de ramas dobladas en forma de U con tres varas rectas como travesaños”. Para la manufactura de ciertos objetos su elaboración se planeaba en varias fases, por lo que no sólo se requería más tiempo, sino que era indispensable el uso de otros instrumentos. Por ejemplo, para el trabajo de un palo conejero debieron estar involucrados distintos artefactos dependiendo del proceso de manufactura.
En un primer momento, después de elegir la rama del árbol o arbusto que cumpliera con el tamaño, grosor y forma deseada, se debían usar grandes y pesados tajadores para cortar dichas ramas, ya que éstas tenían alrededor de seis centímetros de diámetro. Tal vez se continuaba con el mismo tajador para cortar las ramas más pequeñas que se bifurcaran de la parte principal y así dejar sólo aquella parte que se requería. Posteriormente, era necesario retirar la corteza, lo que, en el caso de especies como el mezquite y barreta, sabemos que una vez despegada de un extremo con la ayuda de un artefacto es posible seguir retirando la corteza sólo con la mano, pues es relativamente fácil dar tirones e ir desprendiéndola hasta dejar el palo desnudo.
Es aquí cuando inicia el arduo trabajo para adelgazar el trozo de madera, por lo que se usaban distintos tipos de raspadores para tallar la pieza hasta darle la forma deseada. Para ello se requería distinto tipo de raspadores, pues existe un gran número de variantes según el tamaño y formas: tabular, circular, vertical, trapezoidal, semicuadrado o semirrectangulares. Incluso, se pudieron usar también las gubias del tipo clear fork, de las cuales, por su morfología, materia prima y características generales, se cree fueron empleadas para el tallado de fibras vegetales y madera.
Por último, es posible que el objeto de madera se manipulara y endureciera al colocarlo cerca del fuego y fuera pulido con arenas o con piedras ásperas como la arenisca para darle un acabado fino. Aquí concluía la elaboración de orden funcional, pues posteriormente se hacían incisiones con lascas o artefactos puntiagudos similares a buriles, como las que muestran los palos conejeros de Coahuila, que suelen presentar líneas rectas que van a lo largo de la pieza, en zigzag u otros diseños. En lo que se refiere a los trabajos tallados en hueso, no parece existir un gran número de objetos realizados con fines prácticos, aunque encontramos algunos de ellos, por ejemplo, los punzones y leznas manufacturadas con las extremidades de mamíferos rumiantes, concretamente con los metapoidales de venado.
Tal es el caso de los recuperados en la presa de La Amistad, en la frontera entre Coahuila y Texas, o en la cueva de La Paila los cuales son idénticos a los encontrados tanto al sur de Nuevo León como en los sitios de la cueva de la Zona de Derrumbes. Al parecer, este tipo de artefactos, como muchos otros presentes en Nuevo León y el noreste, se utilizaron por un largo periodo de tiempo y en un gran espacio geográfico. Tan es así que Cabeza de Vaca menciona que él mismo utilizó un “hueso de venado” para suturar una herida mientras se encontraba en un lugar del noreste de México o sur de Texas. Probablemente, como sucede en otras partes, se aplicaba vapor a las astas y los huesos para facilitar la modificación y manufactura de artefactos.
De esta manera se tallaban frescos, y una vez concluido el trabajo, se exponían al calor para propiciar su endurecimiento y firmeza después de haber adquirido la nueva forma. En el caso de los punzones, también se hacían cortes y se raspaban con artefactos de piedra, y se trataban con calor para formar la punta, dejando la epífisis sin alterar y con su forma natural para que sirviera de empuñadura. Incluso, en el caso de los instrumentos de la cueva de La Paila, de acuerdo a Aveleyra, los punzones presentaban incisionesornamentales, que no es el caso de los punzones hasta ahora encontrados en Nuevo León, pues no se ha encontrado este tipo de trabajo en ellos. En el caso de las leznas y las llamadas espátulas, se trata de huesos largos con un corte longitudinal, por lo que queda un artefacto largo, delgado y plano o un tanto acanalado. Se trata de instrumentos que debieron ser manufacturados con la ayuda de artefactos de piedra, al igual que los punzones.
Las pequeñas cuentas de hueso tubulares, con las que se manufacturaban los collares y pendientes, son tal vez los ornamentos más frecuentes en los sitios del noreste de México. Por otra parte, de acuerdo a lo que conocemos en Nuevo León y el noreste, tenemos que en su mayoría el trabajo en hueso era para elaborar objetos con una finalidad ornamental, como las cuentas tubulares de hueso. Sin embargo, aquí explicaremos la probable técnica de manufactura, pues coincidimos con el arqueólogo Avelyra respecto a que las cuentas tubulares de hueso se hacían cortando en varias secciones los huesos de las extremidades de especies pequeñas como liebres y conejos.
En el laboratorio se pudo experimentar y verificar esto utilizando huesos pequeños; por ello se puede afirmar que el tallado se realizaba después de remojar o hervir los huesos, pues están más suaves, por ejemplo, en el caso de la tibia de una liebre o las falanges de un coyote, se cortaban las dos epífisis, es decir, las partes redondeadas del hueso que están en los extremos y que sirven para unirse a otros huesos; luego, al tener un hueso cilíndrico, se cortaba en dos o tres secciones de acuerdo al tamaño de cuenta deseado. Después, debido a que dichos huesos son parcialmente huecos ya que poseen poco tejido esponjoso, se terminaban de ahuecar con una espina gruesa pasando una y otra vez un cordel.
Estas cuentas tubulares suelen estar limadas en los extremos, pues se buscaba redondear los bordes; para ello se tomaban y hacían fricción en toda su circunferencia sobre una roca áspera, por ejemplo una arenisca. Por último, al menos en ciertas ocasiones, se hacían delgadas líneas incisas o esgrafiadas alrededor de la cuenta como adorno, utilizando una lasca con filo agudo.
Tallado de piel
Una vez conseguida la pieza de caza, para cortar la piel de los animales se utilizaba un instrumento filoso, es decir, un cuchillo, que pudo tener distintas formas, ya sea de hoja triangular o redondeada, pero debía poseer filo por las dos caras y en los bordes. Simultáneamente, al momento de cortar, se iba despegando la piel del cuerpo, y al retirarla por completo se lavaba con agua. Después se extendía y estiraba para que la superficie quedara plana y permitiera así continuar con su limpieza. Esto se pudo realizar, como sugiere Aveleyra, tensando la piel en el suelo y clavando pequeñas y delgadas estacas en las orillas de la misma, como las que encontró en Coahuila, aunque, por otra parte, también es posible que se usaran rocas como lastre para detener la piel.
Entre otras razones, esto podía depender de si se trataba de un área pedregosa, como los sitios cercanos a las sierras, o los sitios con suficiente vegetación y sin muchas piedras, como en las planicies aluviales y llanuras. Una vez tensada, se iba haciendo fricción a la misma con una herramienta de piedra llamada raspador, para despegar todo resto de carne, grasa, cartílagos y tendones. Este raspador podría ser de diferentes formas, pero visto de perfil tiene la característica de tener un lado plano y un borde con filo, lo que permite cortar y aplanar al mismo tiempo.
Es posible que en este proceso, la piel también se colocara bajo el sol y se le añadiera tierra rica en sales para quitarle la humedad; seguramente también se agregaban ciertas sustancias vegetales que contuvieran taninos vegetales, es decir, extractos que tienen la capacidad de transformar las proteínas en productos resistentes a la descomposición, de ahí que se utilicen como agentes curtidores. Debieron echar mano de algunas especies locales que tienen dichas cualidades como ciertas acacias, concretamente el chaparro prieto (acacia rigidula), el huizache (Acacia farnesiana) o arbustos como el oreganillo (lipiaa graveolens) que tienen estas propiedades, aunque es posible que usaran otras plantas de la región, como la gobernadora (Larrea tridentata).
De esta manera, al moler la corteza o aplicar la ceniza de dichas especies se obtiene una sustancia que es aplicada en las pieles. Una vez hecho esto, se hacía fricción y se alisaba la piel con una pequeña roca de río llamada guijarro, de ahí que se le llame alisador. En los sitios arqueológicos de Nuevo León y el noreste de México se llegan a encontrar este tipo de artefactos y se logran identificar porque suelen poseer una forma alargada, delgada y con las superficies suma-mente pulidas y abrillantadas. Estas características son evidentes porque, al realizar esta actividad de alisado, se le añadía algún tipo de grasa o arenas para aderezar la piel convirtiéndola en una especie de gamuza, lo cual hacía que estuviera suave al tacto. Dicha acción debió hacerse por uno o ambos lados de la piel, de acuerdo al tipo de vestimenta, y dependiendo si se deseaba conservar el pelo del animal o no.
Tallado de fibra y madera
Como ya lo hemos señalado, estamos de acuerdo con diferentes autores respecto a que entre este tipo de grupos la recolección de vegetales y el proceso de obtención de fibras era una tarea femenina, al igual que la elaboración de cordeles, redes, sandalias y otros instrumentos. Al parecer, estos materiales eran sumamente utilizados, ya que en algunas áreas de Coahuila se pudo conocer por su proporción respecto a otra materia prima que era mucho mayor, por ejemplo, veces más que la piedra y cuatro que la madera.
La fibra se obtenía de distintas plantas, como la lechuguilla y la yuca, que son especies vegetales que fueron ampliamente utilizadas por los grupos indígenas del noreste. Cabe mencionar que la mujer indígena poseía un notable conocimiento y habilidad para hacer uso de las diferentes plantas, ya sea con fines alimenticios o como materia prima, por lo que en el caso de la explotación de la lechuguilla como materia prima debió conocer cuándo eran los mejores momentos para obtener la fibra, pues si bien puede ser prácticamente todo el año, en la actualidad se prefieren ciertas épocas a otras de acuerdo a las precipitaciones, pues éstas inciden directamente en las características de la planta, y, por lo tanto, en el tiempo invertido para extraer los cogollos y en la calidad de la fibra. Para la obtención de fibra, lo primero que hay que hacer es conseguirla; suele encontrarse en lomeríos y cerros pedregosos. Después había que extraer el cogollo de la lechuguilla, lo que podía hacerse sujetándolo con la mano y moviéndolo a los lados hasta despegarlo.
Creemos que no era así como lo obtenían, pues aunque posible, resulta por demás complicado, ya que la planta posee numerosas y ganchudas espinas que hacen esta tarea sumamente difícil. Por ello, probablemente los grupos indígenas debieron utilizar algún tipo de artefacto para evitar dichas espinas. Entonces tenemos varias posibilidades, por ejemplo, que utilizaran una herramienta instantánea: un palo sin ninguna alteración que sería utilizado haciendo presión alrededor del cogollo. A manera de experimento, se intentó extraer un cogollo con este tipo de herramienta, y única-mente se consiguió abrirlo y desprenderle las pencas.
Por lo tanto, se cree que es más probable que haya sido utilizado un palo con un trabajo ligero, como los llamados palos excavadores encontrados en contextos mortuorios en distintas cuevas de Coahuila, que presentan un extremo adelgazado y endurecido al fuego, y que además de servir para extraer tubérculos, quizá sirvieron precisamente como cogollero. Lo anterior no excluye que dichos palos hayan coexistido con otro más elaborado para realizar ese mismo trabajo, por lo que hemos sugerido que se hayan usado los llamados raspadores tipo Coahuila, hipótesis que fue apoyada en otras investigaciones. Es necesario recordar que, como señaló Aveleyra, las características del utensilio, la longitud y curvatura de los mangos, sugiere que fue utilizado para raspar o extraer algo, introduciéndolo en cavidades casi cerradas y a través de orificios pequeños por lo que posiblemente se introduciría entre las pencas para extraer el cogollo. Una vez que recorrían cierta área y después de extraer cierta cantidad de cogollos de lechuguilla, se procedía a desfibrarla, por lo que seguramente se colocaban bajo una sombra y comenzaba propiamente el proceso de talla.
Primero se tomaba la penca y se golpeaba un poco para aplanarla, usando para ello un machacador, que podría ser simplemente cualquier piedra al alcance. Luego sostenían la penca enrollando la punta en un palito (llamado actualmente bolillo) para hacer tensión y apoyándola sobre un pequeño fragmento de tronco comenzaban a tallar con un artefacto de piedra con un borde con filo, que, como mencionamos, podrían haber sido varios tipos de raspadores, entre ellos las gubias del tipo clear fork. Una vez retirada la materia pulposa de la penca, la dejaban secar al sol hasta que quedaran las hebras limpias y bien separadas unas de otras. Posteriormente elaboraban un hilo quizá enrollándolo en el muslo, para después ir uniéndolo en los extremos con otros cabos. Una vez realizado esto, manufacturaban cuerdas incluyendo la del arco, redes, amarres, sandalias y en ocasiones posiblemente textiles, como los conservados en sitios de Coahuila.
Otra tecnología de productos de fibra y hojas vegetales era la creación de petates, esteras y cestería, para la cual utilizaban el tule, las hojas de sotol y palmilla. Para ello se requiere pocos utensilios para su manufactura; hacen falta sólo hojas, ramas, tallos o cortezas de diferentes especies vegetales, las cuales son tejidas o trenzadas. Quizá se utilizaban punzones u otros instrumentos de hueso, los cuales servirían al momento de unir las fibras, tallos u hojas entre sí. Sin embargo, la poca cultura material involucrada en el proceso no es sinónimo de poco trabajo y habilidad, ya que la manufactura implicaba cono-cimientos acerca de las características de las plantas, tales como su hábitat, su resistencia y la conservación de las mismas. Asimismo, está implícito un conocimiento de las distintas formas de tejido, pues de ello dependería el uso al que sería destina-do el artefacto. Para entenderlo mejor, es necesario hacer referencia a una explicación sencilla que hace Melville J. Heskovits sobre la cestería, pues señala que su manufactura sólo puede ser en tres procesos: tejido, torcido y enrollado en espiral. Si la fibra empleada es ancha y plana, la técnica es de tejido.
Para ejemplificarlo, podemos señalar el caso de los petates; cuando la fibra es fina y delgada, la técnica es de cosido en espiral, que puede ser tan firme y apretado que dichas cestas pueden llegar a contener líquidos. Desgraciadamente, en Nuevo León no se han encontrado, y esto se debe seguramente a las condiciones de preservación, pues en Coahuila sí han sido hallados distintos tipos de cestas.
Relaciones con otros grupos e intercambios
Como es de esperarse, el intercambio debía tener más importancia en aquellos bienes o productos que el grupo no podía obtener por sí mismo, ya sea por la escasez o porque dichos bienes estaban ausentes en su entorno y, en algunos casos, seguramente la adquisición de un bien no sólo se dificultaba, sino que necesariamente debía ser obtenido por inter-cambio, pues la escasez era total. Arqueológicamente, dicho intercambio se evidencia con el hallazgo de ciertos artefactos o elementos usados como materias primas en lugares en donde no existen de manera natural, lo que significa que fueron llevados ahí gracias al transporte humano. Ahora bien, los momentos más adecuados para este trueque serían ciertas reuniones llamadas mitotes, que eran eventos en donde se reforzaban los lazos de amistad con otros grupos, y se hacía intercambio de individuos a través de matrimonios y, por supuesto, de materias primas y productos. Por ello debió existir una circulación de plantas, animales y minerales a través de un gran espacio geográfico, como:
- Maderas de mayor dureza de distintas especies.
- Sílex de buena calidad u otra roca para la talla de artefactos.
- Pigmentos minerales como la hematina (óxido de hierro) o sal.
- Peyote y otras plantas estimulantes o psicoactivas.
- Plumas de ave, pieles, partes de otros animales y fósiles.
- Caracoles y conchas marinas.
- Calabazas (guajes).
Por otra parte, las rocas, y específicamente el pedernal, se hallan prácticamente en todas partes de la entidad, lo que no significa que todo el territorio era igual. Probablemente el pedernal y otras rocas debieron circular como bien de intercambio, pues desde el punto de vista de quienes manufacturaban artefactos líticos existían áreas en donde esta roca era de mejor calidad comparada con la de otras partes. Coincidimos con otros investigadores que han trabajado en la región a raíz de nuestras hallazgos arqueológicos; una vez analizadas y comparadas las características de los materiales encontrados en distintas áreas de Nuevo León, es posible identificar la cantidad y cualidad del sílex o pedernal, siendo a grandes rasgos negro, y con mayor cantidad de impurezas hacia el oriente del estado, mientras que su color era blanco y de mejor calidad hacia el poniente de Nuevo León y Coahuila. Desde luego, existe otra gama de tonalidades que van del gris al rojizo o café.
Para el caso de La Calsada, en Rayones, Nuevo León, y de acuerdo con Nance, el pedernal gris resultaba de mejor calidad en comparación al negro, por lo que el pedernal gris y de otros colores pudo haber sido trasportado de otras regiones. Por supuesto, aún faltan por realizar análisis petrográficos y químicos de los artefactos líticos, pues a través de esto se puede ubicar el punto de origen de una determinada roca. En el futuro, estos datos serán de utilidad para conocer probables rutas de movilidad e intercambio. Estamos concientes de la importancia que tenía el tamaño de los nódulos, pues con un buen nódulo se podían extraer más y mejores artefactos. También se debía tomar en cuenta el hecho de que fuera resistente y que su fractura fuera la adecuada, pues si la roca tiene impurezas, es más quebradiza y resulta más complicado obtener una herramienta, ya que no se puede controlar con precisión la dirección de las fracturas con los golpes que se le aplican durante la manufactura. Incluso, otras características que no eran funcionales debieron incidir en la elección, pues tal vez hasta el color debió ser un atributo, ya que si bien esto no era determinante, sí debió tener importancia extra para el intercambio.
Desde luego, ciertas maderas y rocas que se obtenían a través del trueque debieron servir para hacer armas u otros instrumentos. Como señalan las fuentes escritas, los indígenas del noreste de México y sur de Texas cambiaban pedernales, carrizos y sautle. También debieron usar, recolectar e intercambiar sal, pues existen yacimientos naturales hacia el oriente de Nuevo León y en Tamaulipas. Además, pudieron obtener algún tipo de planta salobre. Los indígenas locales tenían la necesidad de ingerir sal o algún tipo de hierba salada que era quemada y su ceniza consumida ya que en verano, cuando la temperatura sobrepasa los 40 grados, existe una fuerte transpiración que hace aún más necesaria la sal para evitar la deshidratación. Sin embargo, creemos que la mayor parte del intercambio eran artículos que no eran de primera necesidad. Por ello se piensa que uno de los intercambios más conocidos era el peyote. El peyote es un cactus con efectos narcóticos y alucinógenos que al parecer fue usado en todo el noreste de México durante distintas celebraciones y seguramente esto ocurría desde muchos años antes de la llegada de los españoles.
Se sabe que este cactus crece sólo bajo ciertas características específicas del medio ambiente, por lo que obtenerlo debió ser difícil para muchos grupos. Para conseguir el peyote los indígenas debían recorrer grandes distancias o conseguirlo a través de otros grupos utilizando el trueque. En los estudios realizados en otras épocas históricas, se hace mención del intercambio de ciertos productos como pieles o flechas por peyote. Esto mismo pudo ocurrir con otras plantas psicoactivas o estimulantes como el frijolillo (Sophora secundiflora) y algunas especies de tabaco silvestre, que sabemos fueron utilizadas en Nuevo León y el noreste y sur de Texas, pues además de las fuentes escritas, se han hecho hallazgos de pipas y restos de dichas plantas.
Sin duda, los descubrimientos de ciertos instrumentos y utensilios prueban que existió circulación e intercambio de objetos y materias primas, ya que es evidente que estos artefactos debieron re-correr cientos de kilómetros antes de llegar al actual territorio de Nuevo León. Un ejemplo de ello son los hallazgos en distintos sitios arqueológicos, al sur y norponiente del estado, de pequeños caracoles marinos. Estos probablemente fueron usados para colgarse en collares o pendientes, o sujetados a los faldellines u otro tipo de vestimenta, como puede ser constatado hasta el siglo XVII. Podemos observar en la obra de Cabeza de Vaca que los grupos que habitaban en la costa de Texas y Tamaulipas en el siglo XVI intercambiaban conchas marinas a cambio de pieles, pigmentos minerales y otras materias primas con la gente de tierra adentro.
Si bien es cierto que estas fuentes se remontan a sólo unos cientos de años, de acuerdo a los contextos arqueológicos donde se han encontrado estos caracoles en Nuevo León y Coahuila, podemos afirmar que esta circulación de bienes debió haber existido desde mucho tiempo antes. Por lo tanto, se deduce que los habitantes de esta región costera, denominada por los arqueólogos como Complejo Brownsville, producían más instrumentos de concha de los que necesitaban para utilizarlos como mercancía de trueque con grupos del sur y del poniente, al menos desde el prehistórico tardío. Dichos restos malacológicos que se han encontrado a más de 300 kilómetros de distancia de la costa del Golfo de México, en plena Sierra Madre Oriental, permiten suponer la existencia de ciertas redes de intercambio, donde algunos bienes podían obtenerse desde zonas tan apartadas como la franja costera.
Se trata de intercambios en los que seguramente participaban más de dos grupos para la recolección y la manufactura de los artículos con caracoles, esto sería lo que se conoce como un inter-cambio en cadena. Por otra parte, también existen fósiles, meteoritos y cristales de roca que han sido encontrados en contextos arqueológicos que evidencian su traslado, también algunos fósiles de especies que suelen tener una localización específica; entonces, con un análisis más detallado, se podría identificar su posible origen y, por lo tanto, determinar su movimiento en el territorio, lo que en un momento dado comprobaría la actividad de intercambio.
Otro indicador de esta práctica de intercambio es el caso de los guajes, pues en lo que respecta a la evidencia arqueológica de distintos investiga-dores, hasta el momento en todo el norte de Nuevo León no se han encontrado instrumentos, contextos o restos fósiles de semillas que permitan suponer actividades de siembra, sino que todos los utensilios y sitios dan cuenta de un modo de vida basado en la recolección, caza y pesca. Incluso, por ejemplo, estudios de restos de polen en sitios como Boca de Potrerillos, en Mina, Nuevo León, no arrojaron ninguna evidencia de plantas cultivadas. Lo mismo podemos decir respecto a la prueba documental posterior, pues no encontramos referencia a cultivos y no se menciona la existencia del maíz en toda esta área.
Tampoco existía el cultivo de otras especies vegetales, como las calabazas o guajes, sino que éstas eran transportadas por los ríos o eran producto del intercambio. Entre los objetos que se intercambian con mayor frecuencia tenemos aquéllos que son de ornamento ritual. Otro tipo de intercambio involucra la circulación de artefactos entre sociedades con distinto modo de vida, al menos así lo sugieren ciertos hallazgos hechos recientemente al sur de Nuevo León, concretamente en el municipio de General Zaragoza; las excavaciones hechas por Consuelo Araceli Rivera sugieren que hubo movimiento de gente y difusión de materiales desde la costa del golfo hasta las tierras altas de la sierra. Por ejemplo, en los extremos nororiental y centro-oriente de Tamaulipas, se han localizado lugares que fueron ocupados a cielo abierto, similares a los de planicies semihúmedas, y otros ubicados sobre dunas de arcilla de baja densidad; aquí se encontraron materiales líticos y herramientas de talla y molienda, y algunos artefactos de concha. Asimismo, se han reportado sitios empleados como cementerios, con objetos líticos y, en algunos casos, ornamentos de jadeita, vasijas cerámicas y tiestos decorados, al parecer de tradición huasteca.
De ahí que también Rivera, basándose en cierto tipo de puntas de proyectil y cerámica, tiene la hipótesis de que grupos huastecos ejercieron influencia hacia el norte de Tamaulipas. Sabemos que hacia el sur de Tamaulipas existen sitios investigados por Richard McNeish y Jesús Nárez, entre otros arqueólogos, los cuales recopilaron evidencia de construcciones arquitectónicas, terrenos nivelados con terrazas o plataformas de ocupación edificadas sobre las laderas o en la cima de pequeñas elevaciones, por lo que no podemos descartar el contacto entre los grupos nómadas de cazadores-recolectores de Nuevo León y estos grupos. Tan es así que, de acuerdo con Rivera, han sido encontradas, entre otras cosas, fragmentos de vasijas de barro, quedando entonces por resolver si se trata de instrumentos de manufactura foránea, pues hasta el momento no se han encontrado evidencias claras de que los nómadas cazadores-recolectores los hayan producido.
Aquí es necesario recordar que la lítica también es una prueba que verifica el intercambio a través de la aparición de rocas exóticas y artefactos que reflejan la producción especializada. Las rocas no son iguales en todas partes, por lo que tras un hallazgo arqueológico es posible identificar sus componentes y así obtener el origen de la materia prima. En dos distintos sitios al sur de Nuevo León, en la Sierra Madre Oriental, entre los miles de artefactos recuperados, sólo fueron encontrados dos pequeños fragmentos de obsidiana en La Calzada y uno más en la Cueva de La Zona de Derrumbes que no estaban completos, siendo únicamente un desecho de talla o posiblemente un fragmento de un artefacto roto.
De igual modo, en el sitio de Barrancos Caídos, en Zaragoza, se han encontrado algunos artefactos de este mismo material. Por otra parte, el hallazgo de una pequeña figurilla en un sitio de cazadores-recolectores podría indicar con-tacto con grupos del sur de Tamaulipas, en donde sí existieron pequeños asentamientos permanentes con arquitectura, alfarería y agricultura. Respecto a esto, hay que señalar que, aunque menciona que podría relacionarse con tipos huastecos, la arqueóloga Rivera le atribuye a las figurillas ciertos rasgos locales.
No obstante, al igual que ocurre en la actualidad, la procedencia de los artefactos no necesaria-mente indica que los grupos que los utilizaron tenían un contacto directo con los grupos productores. Tal vez llegaron de manera indirecta a través de otros grupos que sirvieron de intermediarios. Nosotros mismos podemos utilizar en la vida diaria objetos manufacturados en otros países y continentes, pero ello no significa que hayamos realizado largos viajes para conseguirlos. Hemos comprobado que los grupos que habitaron Nuevo León y el noreste no estuvieron aislados ni eran ajenos a grupos que habitaban a sus alrededores, y de hecho debieron tener algunas rutas de intercambio. Por otro lado, también sabemos que aunque tenían contacto con otros grupos, mantuvieron sus propias características culturales; incluso, aunque tras la llegada de los españoles estos grupos sufrieron graves cambios y adoptaron en mayor o menor medida algunos elementos y rasgos de la cultura occidental, mantuvieron a grandes rasgos el mismo modo de vida hasta su extinción.
Apariencia personal
La arqueología por sí misma difícilmente cuenta con la información suficiente para precisar las características físicas de las personas o dar a conocer la indumentaria usada en tiempos antiguos, pues las pieles, los textiles y otros materiales con los que a través del tiempo se ha confeccionado el vestido no suelen conservarse durante mucho tiempo; esto sólo ocurre en ciertas condiciones. En el caso de los indígenas de Nuevo León, hasta el momento, resulta complicado hacer alguna conclusión respecto a las características de la vestimenta, y más aún conocer con exactitud la aplicación de la pintura corporal, los tatuajes y el tipo de peinados usados hace cientos o miles de años, ya que los individuos no pueden ser observados por el arqueólogo.
La arqueología busca reconstruir el pasado con la evidencia que posee. Por esta razón, el investigador trata de deducir la parte de la vida que desconoce de las sociedades del pasado, utilizando para ello testimonios indirectos y todo tipo de pruebas e información que le sea útil; aunque no se encuentren restos de la indumentaria, sí se pueden recuperar distintos artefactos asociados a su manufactura. Por ejemplo, si bien en Nuevo León no se han encontrado restos de la indumentaria usada por los indígenas, sí se han recuperado distintos artefactos que dan cuenta de ello; además, se pueden aprovechar los datos etnohistóricos y echar mano de la analogía etnográfica. En regiones relativamente cercanas como Coahuila, los arqueólogos han hecho hallazgos bien conservados de distinto tipo de vestimenta y otros artefactos que dan cuenta de la apariencia corporal, pues si bien es cierto que a veces no se encuentran las vestimentas, otras tantas sí se hallan distintos artefactos con las que era manufacturada la indumentaria o que formaban parte de ella.
Asimismo, esta información puede complementarse con la evidencia escrita que, aunque ubica en un momento histórico determinado, es de gran ayuda para precisar las técnicas de manufactura, las materias primas utilizadas y características formales del objeto. Hay que recordar que cuando estudiamos un grupo humano distinto al nuestro es necesario dejar a un lado las normas, prejuicios y convencionalismos de nuestra propia sociedad contemporánea; en favor de la objetividad y el conocimiento, debemos dejar nuestros propios valores. Debemos recordar que existen y han existido distintos cánones de belleza y moral que cada grupo considera válidos para sí mismo. Por lo tanto, lo que para algunos es normal y bello, para otros resultaría absurdo e inaceptable. Por ello, sin juzgar como bueno o malo, hay que decir que desde el punto de vista antropológico, aunque distintas, todas son equiparables como manifestaciones que buscan alcanzar los ideales de belleza propios de su época.
Indumentaria
Aunque la iconografía regional e imagen popular muestran a los indígenas locales semidesnudos, con extraños faldellines y grandes tocados de plumas, esto debe tomarse con cierta reserva. Muy probablemente los hombres, por lo regular, andaban con una especie de taparrabo y el resto del cuerpo que-daba descubierto, tal y como se menciona en las crónicas. Pero ello no significa que todos los grupos en toda época del año vestían igual, o llevaban la misma apariencia. Por ello hay que hacer énfasis en que entre estos grupos existían al menos dos tipos de apariencia física e indumentaria:
- Aquélla de la vida diaria que respondía al medio ambiente, temporada del año, y diferencias en cuanto a género y edad.
- Y aquélla que se llevaba en momentos especiales: fiestas, reuniones, enfrentamientos con otros grupos, y que servía para exteriorizar cuestiones de identidad o estados emocionales, ejemplo el luto.
Es difícil de creer que lograran realizar sus actividades de manera cotidiana estando semidesnudos en plena época invernal, ya que, de acuerdo a la latitud de Nuevo León y a la altitud de gran parte de su territorio, los inviernos suelen ser muy fríos, y en ocasiones la temperatura desciende por debajo de los cero grados centígrados, presentando heladas y nevadas en algunas áreas. Por lo tanto, debieron hacer uso de pieles y otro tipo de vestimenta, por lo que seguramente tras la cacería de distintos mamíferos como venados, coyotes, conejos, liebres y otras especies, usaban su piel. Estas pieles, ya que estaban bien curtidas y aderezadas, pudieron ser usadas como cobijastapetes o camas al extenderlas en el suelo de las cuevas o dentro de las chozas; en ocasiones debieron ser cortadas de distintos tamaños para elaborar aditamentos que conformaban parte de su atuendo. Por ejemplo, ciertas muñequeras que usaban como funda para guardar un cuchillo y que simultáneamente servían para protegerse del abatimiento de la cuerda del arco.
De igual modo, uniendo varios fragmentos, hacían aquello que los españoles llamaban zamarros. Para unir estos fragmentos de piel es posible que se les practicaran perforaciones en las orillas con una herramienta de pedernal o punzón de hueso, para luego introducir un cordel de ixtle o una delgada tira de piel. Respecto a esto, cabe mencionar que en las cuevas secas de Coahuila se han encontrado tiras delgadas de piel. No sabemos con certeza la forma y el tamaño que tenía la vestimenta hace miles de años, pero, en tiempos históricos, sabemos que las mujeres indígenas usaban una faldilla manufacturada en piel de venado. En cuanto a sus características, al parecer ésta cubría por el frente tres cuartas partes de la pierna, mientras que por el reverso arrastraba unos 20 centímetros. Al final se colgaban cuentas de piedra y hueso, caracoles, dientes de animales, frutos secos o semillas; muchos de ellos se han conservado hasta la actualidad, y son los que el arqueólogo llega a encontrar. Posiblemente no sólo había faldas de piel, sino que debió ser muy común el atuendo de fibras, pues sabemos que había un tipo de faldellines hechos de heno, paixtle o pastle (Tillandsia usneoides) zacate o algún tipo de textil elaborado a base de una fibra vegetal, probablemente ixtle finamente hilado.
Calzado
Aunque en las fuentes históricas a veces se juzgaba que algunos grupos andaban descalzos, por diversas razones resulta un tanto complicado tomarlo de manera literal pues, por un lado, hay que recordar que cuando los españoles describen esto lo hacen en una situación anormal, ya que los indígenas estaban en una posición desfavorable que los mantenía sojuzgados, la cual los orillaba a cambiar sus prácticas y modificar sus costumbres; mientras que, por otro lado, sabemos que todo grupo humano busca satisfacer este mínimo de necesidades.
Con mayor razón si lo consideramos desde el punto de vista de que nuestro territorio se compone, en gran medida, de vegetación con espinas. Por lo tanto, estos grupos seguramente usaban sandalias o cacles, como los menciona De León, y debió existir algún tipo de calzado. Respecto a esto, sabemos que en Coahuila se han encontrado en excelente estado de conservación cientos de sandalias manufacturadas con ixtle de lechuguilla y algunas de yuca (o palma china), pues, por ejemplo, sólo en la cueva de La Espantosa, en el municipio de Cuatrociénegas, fueron recuperadas 950 sandalias de ixtle. En lo que se refiere a sus características, al parecer existía una gran diversidad en cuanto a la forma y técnicas de manufactura, pues las hay desde algunas burdas hechas sólo con las pencas trenzadas, hasta algunas más elaboradas, tejidas con un delgado hilo de ixtle y, en cuanto a la talla, las hay desde un tamaño propio para niños pequeños hasta la talla de un adulto.
Por su parte, en Nuevo León, aunque no se ha encontrado evidencia física de sandalias en los sitios arqueológicos, se cree que debió haber algo similar a las encontradas en las cuevas de Coahuila, así como otras hechas con suela de cuero sin curtir, a manera de vaqueta. Esta suela de cuero debió cortarse de acuerdo al tamaño del pie, y, al menos en ciertos casos, se dejaba el pelo del animal en la parte de abajo. Luego, con un perforador de pedernal, debieron hacerse algunos agujeros en las orillas por donde se introducían delgadas tiras del mismo material o ixtle para sujetarlas al tobillo.
Ornamentos
Walter W. Taylor señalaba que en el noreste de México los objetos de ornamentación eran hallazgos raros que se presentaban sólo de manera ocasional. Y es que si se compara con otro tipo de artefactos, efectivamente los ornamentos son un hallazgo poco frecuente. No obstante, a pesar de la poca proporción de ellos en la evidencia arqueológica, sabemos que existían distintos tipos de adornos usados en el atavío personal.
En relación a los objetos que se utilizaban como ornamentos poco tiempo antes de la llegada de los españoles y durante los primeros años de la colonización, sabemos que consistían en tocados, collares y perforaciones corporales, por lo que había cuentas de piedra, hueso y concha. Las joyas más comunes eran pendientes o aretes, narigueras y una especie de ornamentos que se conocen como bezotes, los cuales se colocaban en una perforación que se hacía bajo los labios, y estaban elaborados en madera, hueso y decorados con plumas; seguramente debió ocurrir una situación muy semejante desde hace miles de años, pues así lo reflejan distintos hallazgos. Ahora bien, al momento de elegir y priorizar ciertas especies y materiales sobre otros, debieron actuar distintos criterios. Por ejemplo, es obvio que uno de ellos era el práctico/funcional, pues debía tratarse de materiales y objetos cuyo tamaño permitiera portarlo con cierta comodidad. Sin embargo, tal vez éste era un criterio que pasaba a segundo plano ante otros, como el aspecto simbólico.
Y es que lo simbólico tiene distintas vertientes, pues, además de lo ornamental, debieron atribuir diferentes cualidades a diversos objetos, y éstos iban desde poderes y sobrenaturales hasta algún reflejo de estatus o condición social dentro del grupo. Es posible que sirvieran para distinguir el género de la persona que portara ciertos elementos; además, ciertos objetos o adornos de apariencia corporal podía expresar el estatus de un individuo con referencia al matrimonio. De igual manera se podía mostrar si se trataba de individuos ancianos, adultos, jóvenes o niños. También debió servir para reflejar una identidad específica. Sin ser excluyentes, tal vez la ornamentación y apariencia corporal tenía una doble función. Una era hacia el interior del grupo y otra hacia el exterior, es decir, hablaba acerca de cómo mostrarse ante los otros.
Sin embargo, aunque todo lo anterior se puede comprobar a través de la evidencia arqueológica, ésta aún no permite ir más allá de la construcción de hipótesis que se busca corroborar, pues aún es necesario realizar muchas investigaciones más para complementar la información existente. Por otro lado, están las características formales de la evidencia material que permite conocer mucho acerca de lo anterior. Una muestra de ello es el material que se ha localizado en distintas excavaciones del noreste de México. Algunos collares utilizados por estos grupos estaban compuestos por una serie de cuentas tubulares de hueso, aunque también se podían intercalar con otro tipo de cuentas de distintos materiales, como las semillas, cuentas de concha, pequeños caracoles y dientes que se ensartaban en un hilo, tal y como ocurre en Coahuila. Aunque hasta el momento dichas cuentas tubulares de hueso son las más abundantes, de las encontradas en Nuevo León, sabemos que usaban otros ornamentos y cuentas de material óseo. Se ha encontrado que también se utilizaron vértebras y otros huesos de distintas especies de reptiles, aves o mamíferos más grandes.
Asimismo, pezuñas, colmillos y dientes de animales eran amarrados en cordeles para ser usados como ornamentos. En cuanto a las conchas, ya sea de agua dulce o marinas, se usaban de distinta forma y se debieron elaborar tal y como ocurrió en otras partes de nuestro país. A veces se dejaban casi en su forma natural y sólo le practicaban una perforación, probablemente con una lasca puntiaguda o un buril de pedernal, se taladraba un agujero por un lado y luego se hacía lo mismo del otro lado, hasta que se unían los orificios e introducían un cordel para colgarlo como pendientes o en un collar.
En otras ocasiones, además de la perforación, se cortaban y limaban ciertas áreas, hasta obtener una figura geométrica con los lados rectos, y, en ocasiones, con muescas angulares. Otro tipo de trabajo con la concha era la manufactura de cuentas discoidales, que se hacían redondeando pequeños discos, los cuales también eran perforados al centro, siendo la perforación casi siempre de manera bicónica. Por su parte, a los caracoles marinos, de los cuales la mayoría de ellos son del género marginella y se han recuperado de distintos sitios arqueo-lógicos de Nuevo León y áreas vecinas, se les hacía una pequeña perforación para ser ensartados e introducir un hilo, tal y como lo muestran análisis microscópicos.
Dicha perforación tal vez se hacía por desgaste, friccionando en uno de sus lados con una roca áspera, por ejemplo, la arenisca. Estos artefactos se obtenían por intercambio, pues provienen de lugares a cientos de kilómetros; no podemos asegurar si la perforación era realizada por los grupos que los recolectaban y habitaban cerca de la costa, por los grupos locales tierra adentro o por ambos, sin embargo, es posible que hayan llegado al noreste ya con la perforación.
Pintura, tatuaje y escarificación
De acuerdo a la analogía etnográfica y evidencia etnohistórica, es posible que la pintura corporal, la escarificación, el tatuaje, el peinado y el corte de cabello que utilizaban los indígenas de Nuevo León variaban de acuerdo al grupo al cual pertenecían, al género y la edad. Incluso debió ser diferente en ciertos momentos, pues no era igual la apariencia cotidiana respecto a aquélla de un día de fiesta. Lo mismo debió ocurrir para otros momentos, pues, al menos en la época colonial, la apariencia corporal podía variar si expresaba luto, ya que, como en otras sociedades, éste se exteriorizaba depilándose o arrancándose el cabello de ciertas áreas de la cabeza y pintándose la cara con ceniza, como los describe De León.
Sin embargo, al parecer los distintivos principales entre cada grupo, más que el atuendo, eran precisamente la ornamentación corporal y los tipos de peinados. La pintura facial y corporal era muy variada en tiempos históricos, pues las fuentes mencionan que estaba constituida por líneas rectas, horizontales, curvas y onduladas. Y es muy posible que esta misma situación haya ocurrido cientos o hasta miles de años antes de la llegada de los españoles al continente americano, pues es una práctica muy generalizada en diferentes épocas y en todo el mundo. En el caso de los indígenas que habitaron Nuevo León, contrariamente a lo que en ocasiones se ha creído, las formas y figuras pintadas y tatuadas no eran un simple capricho o líneas azarosas, sino que seguramente dichas diferencias tenían un significado específico y se utilizaban con un propósito determinado, obedeciendo a fines concretos.
En cuanto a la materia prima empleada para elaborar la pintura corporal, debieron usar diversos tipos de barro o tierra, carbón molido, cenizas y otras sustancias. Probablemente también usaban la hematita, que no es sino óxido de hierro, el cual es posible encontrar en estado natural como pequeñas rocas, que eran molidas para obtener el polvo que era usado como pigmento. Respecto a esto, es importante comentar que en distintas cuevas y abrigos rocosos de Nuevo León se han recuperado no sólo pequeños fragmentos de estas rocas, sino que también se han encontrado los metates y las manos donde dichos pigmentos eran molidos, pues de manera extraordinaria dichos artefactos aún conservan el polvo rojo adherido a la superficie, y lo mismo ocurre en Coahuila.
Probablemente la pintura corporal no era usada de manera consuetudinaria, sino que, como en otras sociedades, se aplicaba solamente en ciertas ocasiones, como ceremonias y en los conflictos o peleas con otros grupos. Sin embargo, a diferencia de la pintura corporal, la cual se aplicaba y quitaba con facilidad al enjuagar, existía otro tipo de marcas corporales que eran permanentes. Al parecer el tatuaje, como en otras sociedades del norte de México y el mundo, se realizaba de la siguiente manera: primero se hacían punciones o cortes en la piel dibujando la forma deseada y, en las heridas vivas, se colocaba carbón molido. De este modo, al cicatrizar, el pigmento quedaba bajo la epidermis y, por consiguiente, la figura quedaba marcada en un tono azulado que se iba oscureciendo.
Por otra parte tenemos una modificación corporal permanente: la escarificación, la cual, a diferencia del tatuaje, no requiere pigmento alguno, sino que se obtiene sólo rasgando y cortando la piel. Técnicamente, la escarificación consiste en hacer cortes en la piel, pero no se trataba de causar simples heridas al azar, sino que el tamaño y la forma de los cortes eran planeados, pues se esperaba que con el tiempo, al cicatrizar las heridas, la figura deseada se iba a apreciar en relieve y, debido a la nueva piel, en otro tono. Al parecer esto se hacía en varias ocasiones durante la vida de una persona con el fin de enfatizar y darle mayor nitidez a las marcas en ambos casos, es decir, tanto en el tatuaje como en la escarificación era indispensable utilizar determinadas herramientas punzocortantes para realizar la figura deseada.
Éstos podían ser de distintos materiales, como los de pedernal, que eran puntiagudos y filosos, o pequeños dientes de animales, por ejemplo los incisivos de roedores, y también se usaron espinas duras, como las de nopal, maguey, lechuguilla u otras especies. Respecto a lo anterior, resulta por demás interesante citar las palabras de fray Vicente de Santa María: Esta maniobra de frotar a los chicos, como se ha dicho, no para sólo en una vez: la reiteran muchas, no sólo en la infancia y en la niñez sino también en la juventud y en las demás edades, sin que se exceptúen los viejos y las viejas, para que siempre estén las señales vivas.
Esta descripción pertenece a la parte sureste de Nuevo León, aunque sabemos que la escarificación estaba ampliamente distribuida. Así, tenemos en los documentos escritos por españoles la referencia a lo que llamaron peines, que eran utensilios para hacer las escarificaciones y que en ocasiones estaban formados con dientes de ratón. Asímismo, se tiene evidencia arqueológica de estos artefactos, pues dichos peines fueron encontrados en cuevas secas de Coahuila. También pudieron ser espinas, costillas de pescado y dientes afilados, lo que, además de tener como resultado un tatuaje o escarificación, nos permite pensar que la sangre que brotaba pudo ser un tipo de sacrificio u ofrenda. Arqueológicamente, Taylor y Aveleyra encontraron en sus excavaciones diferentes tipos de escarificadores similares a los que mencionan los cronistas.
En cuanto a los tipos de peinados, según las fuentes escritas, también sabemos que algunos grupos traían el cabello largo y sujeto con correas de venado, mientras que otros se rapaban toda la cabeza, y unos más sólo lo hacían en ciertas áreas de la misma. Esta práctica de cortarse y afeitarse el cabello, más que realizarse con puntas, cuchillos u otros artefactos, debió hacerse con pequeñas lascas de pedernal recién extraídas de un núcleo o nódulo, las cuales eran delgadas y tenían un filo agudo, lo que permitiría afeitarse con más facilidad. Es posible que, a manera de tocado, algunos grupos usaran plumas de aves como adorno o complemento de ciertas prendas, por lo que seguramente cazaban distintas especies de acuerdo al hábitat en donde vivían, y quizá para conseguir otras diferentes lo ha-cían a través del intercambio.
*El presente texto se rescata del Tomo I: Monterrey Origen y Destino (2009). Donde participaron:José Antonio Olvera en la Coordinación General. Eduardo Cázares, como Coordinador Ejecutivo y Ernesto Castillo como Coordinador Editorial.