Los burócratas culturales, mal endémico para la literatura

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Recientemente realicé una propuesta cultural a la FFyL de la UANL y la FFyL del Tec de Monterrey en donde el poeta Octavio Paz es el centro de la actividad.

En primera instancia, el proyecto fue bien visto y, aunque no aprobado, iba viento en popa, de manera apalabrada, para implementarlo en abril

En los objetivos del proyecto se explicaban las razones, el impacto cultural y literario que tendría, además de incluir a los estudiantes de ambas instituciones en una alianza interuniversidades; sin embargo, esta semana la propuesta fue rechazada por ambas instituciones.

En resumen, las razones de la negativa las explico a continuación:

  1. La FFyL, de la UANL -mi alma mater-, argumentó que “la Institución estará pasando por un periodo de certificación nacional”. En el fondo, desean pasar la auditoría y obtener un ISO.
  2. La FFyL del Tec de Monterrey aseveró que optan por preferir “otras actividades” debido a la carga semestral de actividades de los estudiantes.

Ante esta situación, he estado pensando seriamente en algo que ya intuía: en México seguimos padeciendo el mal burocrático, ya que se prefiere lo administrativo a la gestión intelectual. Asumo que la visión no es a largo plazo, sino a corto. A pesar de tener programas cada vez más abstractos y atractivos en currícula, la finalidad es matricular más estudiantes a las facultades. ¿Cuál es el propósito final: producir estudiantes o entes pensantes?

Debemos ir más allá y ser visionarios, porque es una manera de obtener una perspectiva de cambio en las instituciones, pero desde luego en las personas que la rigen. En este sentido, veo un problema: aquellos que están como burócratas ya están “institucionalizados”. Las palabras, entonces, pasan a segundo término, prefiriéndose a la formalidad de las certificaciones, los bonos por productividad y el temor a salir de la zona de confort.

En una sociedad en donde lo que prevalece es lo común, invito a realizar proyectos que inviten a la reflexión, a aminorar el aislamiento cultural entre instituciones para que, en conjunto, encaminen pasos hacia otros caminos que abran las posibilidades; sin embargo, en este sendero, encuentro obstáculos como la ausencia de participación académica en otros rubros que atañen directamente al lector común, quien es finalmente adonde debemos dirigirnos como escritores.

Hay, desde luego, sucesos culturales en la ciudad como lecturas públicas realizadas impetuosamente con gran iniciativa, pero ante la falta de apoyo no tienen la resonancia que ameritan. Por eso, es importante documentar y analizar las repercusiones. La reflexión, entonces, adquiere más vitalidad si pensamos en el beneficio o detrimento que provoca. Yo mismo he hecho lecturas y círculos donde se fomenta el diálogo con el lector; no obstante, a través del tiempo la voluntad de ejecutar es más fuerte que la exposición del hecho.

En el tiempo que tengo de promover la literatura, he visto este patrón endémico y permea piramidalmente, desde los altos niveles ejecutivos -que no tienen conocimiento amplio del hecho literario y cultural- así como los dependientes de gobierno, aquellos funcionarios que algún momento dejaron de ser escritores para convertirse en ejecutores de un sistema cada vez más robotizado, acartonado y, por supuesto, cumplidor de las funciones en materia de entregar documentos oficiales.

Aclaro, y aplaudo, a la generosa voluntad de los estudiantes de Letras, quienes se esfuerzan por generar nuevas ideas, propuestas y destinar al otro la posibilidad del diálogo, porque eso siempre debe existir para lograr una trascendencia.

Esta es mi postura en relación al tema, pero, sin duda, solicito una respuesta activa -no segregadora y marginal- por parte de las instituciones. Para promover la cultura, sobre todo en mi campo que es la literatura, se necesita apoyo. No podemos estar aislados, porque eso sólo fungirá como una defensa hacia el ostracismo. Requerimos la unión -sin poner nombres de grupos o gremios- de aquellas personas proactivas que deseen un cambio de perspectiva.

Culmino esta columna de opinión, desde luego que es así, con una frase del escritor Carlos Monsiváis: “Los pleitos provincianos que vive nuestra cultura me parecen más necios que nunca. […] Pero en fin, no quiero caer en el tono de indignación profética a que por herencia y educación me veo destinado.”

 

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About Author

Luis Estrella

Luis Estrella (Ciudad Mante, Tamps). Es escritor y poeta, licenciado en Letras Hispánicas por la UANL. Figura en el libro de cuentos Calidoscopio (2005), publicado por la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, con el cuento “La muerte de Emilio”. En poesía con La vida que pasa (Diáfora, 2013). Ha publicado las novelas Después de la niebla (Nómada, 2015) y Los 70´s después de Cristo (Resolana, 2016). Trabaja en su tercera novela. Ha colaborado en diversas revistas y periódicos, así como en diversos proyectos culturales que difunden la lectura; fundó la revista literaria La Llave (2014-2015). En la actualidad escribe para las revistas Diario Cultura, SubUrbano y Merca 2.0. Labora en Playful, una agencia consultora de business innovation como Copywriter creativo.

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